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Temporeros inmigrantes con billete de ida y vuelta

La temporada de la fresa en Huelva emplea a 35.000 extranjeros con contratos en origen 

RAFAEL ADAMUZ

Veintiséis inmigrantes arremolinados en torno a un mismo cajero de una entidad bancaria de Palos de la Frontera (Huelva) lo dice todo. La imagen, cargada de fuerza y foto fija de los pueblos agrícolas onubenses en esta época del año, entierra un pasado reciente en el que los asentamientos chabolistas crecían como champiñones por la contratación ilegal y el efecto llamada.

La fresa, entonces amarga, ha ganado en dulzor en los últimos años gracias a la exitosa fórmula del contrato en origen, un sistema de contratación de mano de obra extranjera que garantiza a los temporeros un empleo regularizado, viaje pagado –de ida y vuelta– y alojamiento mientras duren los trabajos, de tres a seis meses. “Dime qué quieres, si tienes alguna queja. Lo que me digas lo va a leer mucha gente”, inquiere el periodista a Verónica Gîndea, inmigrante rumana que se encuentra por segundo año consecutivo en Huelva. “Pon que queremos otro contrato después de la fresa para seguir trabajando”, sentencia sin dudarlo un segundo.

Casada y con tres hijos, este año ha venido con su benjamín, Florin (25 años), que se estrena en estas lides. Su marido, también rumano, está trabajando en el tomate, en Badajoz.

Una temporada con 35.000 empleos

La conversación transcurre en una de las casas que los empresarios onubenses han levantado en cumplimiento de uno de los requisitos de contratación que tan buenos resultados está dando en la organización del contingente, que esta temporada alcanza en la provincia los 35.000 empleados, prácticamente la mitad de la mano de obra que absorbe el oro rojo onubense (Huelva acapara el 95% de la producción fresera en España, líder productor en Europa con un crecimiento continuado desde principios de los 80). En 2002, el número de extranjeros contratados en origen era 6.700 para una campaña de 55.000 trabajadores en total.

Crisol de nacionalidades

La urbanización, a pie de explotación y diseñada a modo de moderno barracón, acoge a 170 trabajadores de diferentes nacionalidades para unas 20 hectáreas de cultivo. Salón con cocina americana, dormitorios con literas y baño componen un sencillo hogar que acoge en total a siete personas.

Lo peor de todo: el dolor de espalda –“pero te acostumbras”, añade Verónica–. Lo mejor: el dinero –“y el hombre español”, según Daniela Ranete, separada y, a pesar de su juventud, una veterana (es su sexta campaña)–.

En los últimos años, patronal, sindicatos y administraciones preparan a conciencia la temporada y pactan el número de contratos en origen. El descenso progresivo de temporeros nacionales ha provocado que la cifra de contratados extranjeros sea inversamente proporcional y que haya que hilar muy fino en la planificación. “Y el funcionamiento es modélico”, reseña Eduardo Domínguez, de la organización agraria COAG en Huelva, que estos días ha recibido la visita de compañeros de otras provincias para comprobar el éxito de este sistema.

“Lo que nos distingue aquí es que trabajamos con agricultores independientes, no con grandes empresas. Tenemos una relación de tú a tú con el agricultor”, explican. Y el agricultor con el inmigrante. Otra cosa bien distinta son las dificultades con las que se topan los empresarios a raíz de la inclusión en la Unión Europea de países que tradicionalmente aportaban nutridos grupos de braceros, como es el caso de Polonia y, especialmente en esta campaña, Rumanía. Esto, precisamente, está provocando que se ponga la mirada en otras zonas como Marruecos, Senegal o, incluso, en las lejanas Filipinas.

Un jornal de 35 euros

Doce monitores visitan a diario las explotaciones y “mantienen el orden” en fincas babélicas. En el número 10 de los alojamientos de las fincas de SAT Costaluz, a pocos metros de las rumanas, conviven diez africanos procedentes de Mali y Gambia, todos varones. Y en el número 9, puerta con puerta, siete marroquíes, todas mujeres. Nadia Mesandi, una periodista enviada por el periódico francés L´Humanité, ejerce de traductora: “La mayoría viene por primera vez aunque ya lo intentaron el año pasado. Están contentas. Su día a día es sencillo: van a trabajar [su jornal es de 35 euros por seis horas y media al día], vuelven, se duchan, comen, duermen, rezan…” “¿Lo que más les gusta de España? Dicen que el trabajo. Y el dinero”, remata. El mismo dinero que traga sin descanso el cajero los días de paga.

Pese a todo, cada vez más empresarios onubenses temen que su oro rojo se quede en los campos, podrido, porque no tienen quien lo coja. Son las famosas “fugas”, inmigrantes que, una vez en España, desaparecen de la noche al día y dejan, literalmente, tirado al agricultor.

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