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Duelo a garrotazos

El drama de la crisis centra el inminente debate sobre el Estado de la nación

GONZALO LÓPEZ ALBA

El debate de la nación que comienza el martes se prefigura casi doscientos años después como un fiel trasunto del Duelo a garrotazos, una usanza villana del siglo XIX que solía acabar con los dos contendientes muertos y semiabrazados de puro exhaustos. Como en la más popular de las pinturas negras de Goya, que trascendió el retablo costumbrista para elevarlo a la categoría de símbolo del enfrentamiento entre liberales y absolutistas, Zapatero y Rajoy en una actitud de la que participan los secundarios y figurantes del lienzo parlamentario parecen recrear el mural de aquella lucha fratricida en un paraje igualmente yermo y desolado, sin otras reglas ni protocolo que el previo semi enterramiento de los duelistas para impedir su huida.

El debate llega con el estado de la nación marcado por la recesión económica y en 'el peor momento desde que gobernamos', según reconocen los socialistas y trata de rentabilizar la oposición. Verificada la inexistencia de fórmulas mágicas, difícilmente aportará grandes novedades porque la crisis ya ha sido objeto de un sinfín de repetitivas sesiones en el Parlamento. Solapado ahora con la precampaña para las elecciones europeas, la expectación se orienta a ver quién propina más garrotazos y quién se hunde más, porque la crisis embiste ciega y con los pitones abiertos.

Desde el comienzo de la legislatura cabría decir desde 2004, el más descarnado de los combates políticos parece estar por encima de las circunstancias económicas y sociales, como si nuestros dirigentes no tuvieran conciencia cabal de que la caída del PIB es sólo la cortina tras la que se desarrollan cuatro millones de dramas.

Rajoy, a pesar de estar enterrado hasta las rodillas en los lodos heredados de la etapa aznarista de la que fue un protagonista no menor, actúa o no guiado por el convencimiento de que la crisis es su mejor aliado y jalearla, la forma más rápida de recuperar el poder. Es sólo cuestión de tiempo que entone con toda solemnidad el mantra aznarista con el que lleva flirteando toda la legislatura: '¡Váyase, señor Zapatero!'.

Resulta de lógica elemental que para que pueda comenzar la recuperación antes habrá que detener la recesión. Pero la economía mundial ha seguido en caída libre durante el primer trimestre del año y los brotes verdes que diría Elena Salgado, la nueva dama de hierro del Gobierno no bastan para compensar el descubierto de Zapatero, al que la oposición niega toda cobertura, rompiendo la pauta democrática de la 'leal oposición' ante situaciones de emergencia nacional.

En el recorrido ha embarrancado la teoría zapaterista de que el PP desaparecería durante veinticinco años como alternativa de poder si se establecían acuerdos estables con las minorías nacionalistas y se desplazaba al PP al rincón de la extrema derecha. CiU y PNV claman venganza por las moquetas expropiadas y ERC ha demostrado ser un socio cuando menos inestable. El resto son habas sueltas, que cuando coges una se te escurre la otra. Así, el PSOE se ve obligado a buscar su afianzamiento abriéndose por la izquierda, lo que induce a que el PP parezca más centrado.

Además, el optimismo antropológico de Zapatero empieza a irritar socialmente y a ser juzgado en negativo entre capas crecientes de cuadros socialistas, un distanciamiento tan silente como a flor de piel, que se alimenta del temor al efecto contagioso que el desgaste del líder puede tener en los gobiernos autonómicos y municipales y también del reconcomio que emana de una ya abultada nómina de ex.

Para resistir a la soledad exterior y sellar los atisbos de fisuras internas, Zapatero ha recurrido a la cocina de fusión entre la Nueva Vía y la Vieja Guardia, con un Gobierno de concentración socialista. Para soportar el asedio resulta imprescindible el calor familiar, como el que hoy correrá a raudales en el Palacio de Vistalagre, pero se antoja insuficiente para ganar.

El presidente ha recuperado el discurso del diálogo social, político y territorial, pero está sometido a una dinámica infernal y al riesgo inherente a la sobre exposición, que acelera el carácter fungible de todo material. Si acude al debate sin nuevas propuestas, se le reprochará falta de ideas; si las plantea, se le censurará que de forma inaceptable primero anuncia medidas y luego reclama apoyo; y, para aumentar el punto de ebullición, la estrategia gubernamental de comunicación consiste en generar expectativas que casi nunca se ven colmadas.

Zapatero tiene la ventaja de disponer de la única chequera con fondos, aunque sea al coste de hacer ahora todo aquello a lo que se oponía Solbes economistas del PSOE pronostican que el déficit superará el 10%. Es por la chequera por lo que los empresarios todavía no han roto el diálogo social, como dejó al desnudo el micrófono indiscreto que traicionó al presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán: 'El problema no es la grave crisis, sino los años de Zapatero'. No fue el único streptease involuntario del patrón de patrones: lo que pone a los empresarios es el thatcherismo de Esperanza Aguirre, que defiende sin complejos el abaratamiento del despido.

Dando por inevitable que los garrotazos volarán, el PSOE intentará neutralizar la imagen del debate pactando el mayor número de resoluciones, que se votarán a la semana siguiente. Con la perspectiva de esa segunda vuelta, el de la nación será un ensayo del crucial debate de los Presupuestos para 2010: los socialistas tendrán que ganar apoyos uno a uno. No grupo a grupo, sino voto a voto.

 

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