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El bibliotecario del Ateneo

HENRIQUE MARIÑO

'La biblioteca es la joya del Ateneo', proclama con orgullo indisimulado Francisco Castañón (Madrid, 1961) bajo el lucernario de La Pecera, donde varios socios hincan sus codos en los centenarios pupitres. Una antigualla de hierro y madera que se enreda hasta el diáfano techo por escalerillas de caracol, flanqueadas por centenares de volúmenes, apenas una insignificante muestra de lo que esconden los muros. A este espacio original fueron sumándose el adyacente, llamado Sala General, y el superior, bautizado como El Palomar, hasta configurar un anárquico panal donde los ateneístas liban con fruición obras de todos los géneros. 'Hay libros hasta en los sótanos', apunta Castañón, custodio de una de las bibliotecas privadas más importantes de España, sobre todo en lo que respecta a fondos del siglo XIX.

La Pecera es un espacio metonímico: los rayos de sol que entran amortiguados por la techumbre de cristal simbolizan el espíritu ilustrado de la Docta Casa, cuya misión ha sido, desde su fundación en 1820, irradiar el conocimiento de las artes y las ciencias, o sea, de las luces. 'Ese espíritu ha sobrevivido hasta hoy', afirma el actual socio bibliotecario, cuyo cargo oficial se extiende más allá de los confines de una tarjeta de visita: presidente de la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid y Bibliotecario de la Junta de Gobierno.

'Soy el encargado de su buena gestión', resume Castañón, amparado por el trabajo de seis especialistas en biblioteconomía, archivística y administración. 'Antes había más empleados, pero tuvimos que reducir el personal cuando desaparecieron las subvenciones. Gracias a su profesionalidad, sigue funcionando diariamente y da servicio a socios, investigadores y estudiantes', reconoce con gratitud, pues su labor es ingente. Entre los cometidos, digitalizar un arca de Noé bibliográfica donde se hacinan 200.000 títulos y 500.000 volúmenes, algunos singulares, como la Enciclopedia de Diderot, y otros únicos en su especie, como las históricas conferencias impartidas por Albert Einstein y José Ortega y Gasset.

Una tarea inagotable que se vio truncada poco después de su inicio por falta de presupuesto, de modo que sólo se ha llegado a digitalizar el catálogo y algún ejemplar curioso. Es el caso de los 3.600 positivos de cristal que acompañaban las presentaciones entre 1880 y 1920, antecesores de las extintas transparencias y de los todavía vigentes power point. 'Debemos conservar ese legado', sostiene el bibliotecario. 'Tenemos la gran suerte de mantener un inmenso patrimonio que pronto cumplirá dos siglos de vida, aunque en estos tiempos de crisis no resulta fácil hacerlo, por lo que apelo a la sensibilidad de las administraciones públicas'.

Atosigado por el absolutismo, objeto de cierres, requisado por la Falange e intervenido por el franquismo, las vicisitudes del Ateneo se suceden en paralelo a la historia de España. Su proyecto liberal e ilustrado, impulsado por la élite cultural y científica, persiguió la modernización del país y la instrucción de la clase obrera, hasta el punto de que insignes ateneístas contribuyeron a su formación a través del plan de Extensión Universitaria. Semillero de prohombres, de aquí salieron dieciséis presidentes del Gobierno y siete premios nobel, por no hablar del reguero intelectual y literario que manó de los Machado, Falla, Clarín, Unamuno, Galdós, Valle o Buñuel.

La nómina femenina es menos extensa, pues fue un coto vedado a las mujeres hasta 1895, cuando se incorpora Emilia Pardo Bazán, la condesa del Ateneo. Hoy su retrato da la bienvenida al despacho de Azaña, aunque la presencia del presidente de la Segunda República en este salón noble se adentra en el nebuloso terreno de la leyenda, cuyo hito es el pasadizo que conduce del Congreso de los Diputados al Ateneo, ubicado desde 1884 en la calle Prado. Pese a que el 31 de enero de aquel año fue inaugurado con los reyes Alfonso XII y María Cristina por testigos, lo que refleja una tímida y contradictoria relación con la denostada monarquía, los parlamentarios liberales del XIX no dudaron en dejar entornada la puerta de aquel túnel, temerosos de un golpe o asonada. 'Un pasaje de ficción que sirve para explicar la estrecha vinculación entre la política y el Ateneo, protagonista en la formación de Gobiernos', aclara Castañón.

Desde entonces, el catálogo de la biblioteca no ha dejado de crecer. Al beneficio de recibir cada ejemplar que salía de la Imprenta Nacional se sumaron las donaciones de algunos ateneístas, que cedieron no sólo sus obras sino también parte de sus fondos. Tampoco escatimaron en la compra de publicaciones extranjeras, principalmente francesas, en los campos de la medicina, el derecho o el psicoanálisis. 'La biblioteca tiene un carácter enciclopédico, pues toca todas las materias', concluye Castañón, mientras deja atrás el edificio modernista tras haber tallado pacientemente todas las esquinas de esta joya de la República. 'Un espacio abierto al diálogo, al debate y a la crítica, donde se ejerce la libertad de pensamiento y de palabra'.

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