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"Adios, polilla"

Por una vez, los políticos ceden el protagonismo a la familia y amigos de la víctima

ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

Ayer los políticos no fueron los protagonistas. No hubo gritos contra José Luis Rodríguez Zapatero. Tampoco a favor. Mariano Rajoy fue uno más de los que se dieron cita en el funeral. Al igual que los ministros de Interior, de Defensa y de Administraciones Públicas, Alfredo Pérez Rubalcaba, José Antonio Alonso y Elena Salgado. Que el presidente del Congreso, Manuel Marín. Que el del Senado, Javier Rojo. Que Gaspar Llamazares. Que Esperanza Aguirre. Que Eduardo Zaplana. Y que el largo etcétera de personalidades que, encabezadas por la familia real, acudió en la gélida mañana de ayer al patio central del Colegio de Guardias Jóvenes Duque de Ahumada, en la localidad de Valdemoro, para dar el último adiós a Fernando Trapero, el guardia civil tiroteado hace una semana en la localidad francesa de Capbreton.

Ayer, bajo la niebla, fueron la familia del agente y sus compañeros los verdaderos protagonistas. Hubo lágrimas. Muchas. De su madre, que se aferró al tricornio de su hijo con la fuerza del dolor. De su novia, Miriam, cuando recibió el consuelo de los reyes y los príncipes al inicio de la ceremonia. De los ochos compañeros de su unidad que portaron el féretro sin poder reprimir el llanto. De muchos de los agentes que, en formación, cantaron el himno de la Guardia Civil y, al final de la ceremonia, el Adiós, polilla, la canción de despedida para los antiguos alumnos del Colegio, como lo era Fernando.

Ayer, en Valdemoro, el vicario general castrense, Ángel Cordero, volvió a pedir –como hace unos días hizo en el funeral por el otro guardia civil asesinado, Raúl Centeno– que los terroristas “salgan de la ceguera” y abandonen el camino de la violencia. También lanzó un tímido llamamiento a los partidos para que el anhelo de paz pueda finalmente “unir a todos”. Incluso, Zapatero y Rajoy se dieron la paz durante el acto religioso.

Pero ayer no era el día de la política. Por eso, y porque el lugar elegido impedía que se concentraran espontáneos que insultaran o aplaudieran a las personalidades según su color político, esta vez no hubo los gritos extemporáneos. Ayer, a 25 kilómetros de Madrid, a varios cientos de Capbreton, sólo hubo lugar para el silencio, el dolor y el triste adiós al polilla Fernando Trapero. 

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