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Bretón burló a la Policía, pero no a la Ciencia

ANTONIO AVENDAÑO

Si José Bretón incineró a sus dos hijos de dos y seis años el 8 de octubre del año pasado en la finca familiar de Las Quemadillas de Córdoba y la confirmación del crimen, diez meses después, ha sido posible gracias a dos informes científicos privados encargados uno de ellos por la familia materna de Ruth y José y el segundo por la propia Policía; si, como parece, tal cosa es así, entonces nuestra Policía científica no es tan buena como creíamos. O no cuenta con los medios adecuados. O no sabe buscar ayuda complementaria allí donde debe buscarla cuando sus propios medios son insuficientes. Esa es una de las cosas que debería de haber explicado con más detalle el ministro del Interior en su comparecencia de hoy, en la que en todo caso sí admitió que había habido un error científico de la Policía al descartar que los restos óseos hallados en la finca de Bretón fueran humanos.

Sería, en todo caso, prematuro decir que la Policía no ha hecho bien su trabajo. Hay que esperar para poder aseverar tal cosa, sobre todo porque las consecuencias de una negligencia así serían muy graves. Tan graves como haber tenido en vilo a una familia que desde hace diez meses sigue agarrándose como a un clavo ardiendo a la hipótesis de que los niños seguían vivos, puesto que no se había encontrado rastro alguno de ellos ni en la hoguera que Bretón hizo ese día en la finca ni en los sucesivos rastreos y excavaciones realizados en el lugar.

Y también es prematuro un juicio condenatorio de la labor científica de la Policía porque hay todavía muchos datos que no conocemos. No conocemos cuánto tiempo es preciso para realizar unos análisis absolutamente fiables de los restos de la hoguera; no conocemos qué medios técnicos y qué conocimientos científicos se precisan para ello; no conocemos con detalle si la Policía utilizó todos esos medios, que al parecer sí han utilizado los prestigiosos investigadores Francisco Etxeberria y José María Bermúdez de Castro para llegar a unas conclusiones diametralmente distintas de aquellas a las que llegó dos días después del crimen la unidad de antropología forense de la Comisaría General de Policía Científica, que concluyó que los huesos no eran humanos.

Sea como fuere, sí es importante subrayar lo siguiente: Etxeberria ha tardado más de medio año en hacer su informe, que entregó el pasado 17 de agosto, mientras que la Policía científica hizo el suyo ¡en sólo dos días!

La confirmación plena de que Bretón incineró a sus hijos alivia a la sociedad, pero no a la desventurada madre de Ruth y José, que es a quien Bretón quería herir de muerte matando a los dos niños. Alivia a la sociedad porque finalmente parece haberse esclarecido uno de los crímenes más horrendos conocidos en España en los últimos años. Alivia a la sociedad porque Bretón tal vez haya sido más listo que la Policía, pero no más listo que la Ciencia.

Sigue faltando, así pues, una explicación detallada de por qué la Policía se equivocó de una manera tan garrafal y con tan dolorosas consecuencias. Falta explicar cómo puede haber una diferencia tan abismal en el tiempo dedicado por Francisco Etxeberria, por una parte, y por la Policía, por otra, para determinar la naturaleza de los huesos hallados en Las Quemadillas. ¿Hubo negligencia en la actuación policial o únicamente se trató de un error profesional? ¿Hubo presión política para que los científicos policiales acabaran su trabajo cuanto antes? Se comprende que los científicos de la Policía sepan algo menos o incluso bastante menos que un experto como Francisco Etxeberria, pero lo que no se comprende es que sepan tantísimo menos que él, hasta el punto de creer haber resuelto en dos días una investigación científica que a Etxeberria le llevó meses.

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