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Un millón de bocas viven de la caridad alimentaria

La crisis hace aumentar la demanda de los bancos de alimentos en un 40% el último año // Los beneficiarios son personas sin hogar pero también otros que no pueden pagar ni la hipoteca

 

SUSANA HIDALGO

Melocotones, un melón y queso fresco. Manuel Palacio, de 44 años, y Mittzi Callejas, de 39, pareja, guardan escrupulosamente la fila y recogen su bolsa de alimentos. Última hora la tarde, decenas de personas pasan por una iglesia evangélica del distrito de Puente de Vallecas, en Madrid. Están Manuel y Mittzi, ambos en paro, pero también Irene, de 88 años y que se mueve resuelta con el bastón. '¡Por favor, circulen!', grita alguien y la gente se mueve presurosa para despejar la entrada.

'Cualquier cosa siempre viene bien', señala Manuel, español, preocupado porque el último trabajo que hizo fue este verano 'de suplente de guardia de garaje'. 'Y desde entonces, nada de nada', dice. A su lado asiente sonriente su mujer Mitzzi, boliviana y costurera, que no consigue tampoco empleo.

Hay muchos padres en ruina por avalar las casas de sus hijos

La salida de los dos del templo evangélico con su bolsa de comida a las ocho de la tarde es la última imagen de una cadena solidaria que ha empezado 12 horas antes en un banco de alimentos a las afueras de Madrid. Los bancos de alimentos son organizaciones sin ánimo de lucro, basados en el voluntariado, a los que llegan alimentos donados por unas 7.000 empresas y también los excedentes alimentarios de la Unión Europea. A los almacenes de los bancos sólo pueden acudir entidades (Cruz Roja, Cáritas, parroquias...) a recoger la comida. Luego son las propias entidades las que se encargan de repartir lo recogido entre los más necesitados.

La crisis económica ha cambiado el panorama de trabajo de estos bancos, que viven un proceso de mejora ante un previsible agravamiento de la situación social. De momento, en toda España atienden a más de 930.000 personas, según los datos de la Federación Española de Bancos de Alimentos (Fesbal). 'Hace dos años, la cifra estaba por debajo, en 830.000', alerta José Antonio Busto, presidente de la entidad, que señala con preocupación cómo actualmente 'la demanda es mucho más alta que la oferta'. Porque estos bancos atienden a casi un millón de personas, pero hay muchos que se están quedando fuera. La lista de espera en los bancos de alimentos es tal que la demanda ha aumentado en un 40% respecto al año pasado y la mayoría de esa demanda no está siendo absorbida.

Hace tres años, los usuarios alcanzaban la cifra de 830.000

Unas 7.000 empresas donan a estos bancos y en estos trabajan, a su vez, 1.200 voluntarios. Si antes de la crisis el perfil del beneficiario era, en general, el de personas sin un hogar digno, ahora acuden a por su bolsa 'profesionales, universitarios, gente que no puede pagar la hipoteca y tiene que elegir entre comprar comida o pagar la letra del piso', señala Busto. 'También hay muchos padres que, por avalar con sus bienes la hipoteca de sus hijos, ahora están en la ruina', agrega. 'Y luego están las viudas con pensiones muy bajas, otro perfil muy significativo de este tipo de servicio', agrega por su parte Gloria Lorenzo, la responsable de temas sociales del templo evangélico de Vallecas.

A las ocho de la mañana, en el banco de alimentos de Madrid, decenas de camiones y furgonetas esperan la apertura del almacén. Ese día, jueves, toca reparto para algunas entidades, que recogen su mercancía entre una y dos veces al mes. Los voluntarios de la parroquia de Santo Domingo de la Calzada, que trabaja en una de las zonas más deprimidas de Madrid, esperan su turno para cargar. 'Nosotros atendemos mayoritariamente a los gitanos rumanos que viven en el poblado de El Gallinero', explica Paco Pascual, uno de los voluntarios. Él, junto a la pareja formada por Fernando y Carmiña empiezan a cargar en carritos la comida que les va dando el encargado del almacén.

Pero no todo vale. Los voluntarios renuncian a unos frascos con un mejunje blanco dentro que tiene toda la pinta de ser un potito, pero que se resulta ser una sopa concentrada. 'Los rumanos no saben leer ni entienden de etiquetas, si se lo damos van a pensar que es comida para los bebés', advierte Carmiña. El producto está en perfectas condiciones, simplemente por razones culturales no sirve para estos beneficiarios. 'Si con algún producto tenemos duda no lo repartimos, porque puede ir a ancianos o gente con una salud delicada', afirman desde Fesbal.

Al lado de Carmiña, hay otro grupo de otra entidad social recogiendo también su parte de comida. Emilio, uno de sus voluntarios, explica que ellos atienden sobre todo 'a mujeres cuyos maridos se han quedado en paro'.

Si el sistema de caridad alimentaria funciona correctamente, en teoría no tendría que haber lugar para el fraude. Las entidades tienen que tener perfectamente identificadas a todas las familias a las que reparten ayuda. 'Todo lo tenemos que tener justificado, con sus papeles correspondientes. Luego nos piden cuentas desde el propio banco de alimentos, nosotros el año pasado tuvimos tres inspecciones', afirma Emilio.

Con los alimentos en los camiones, el siguiente paso es el más complicado: preparar la comida en bolsas y distribuirlo luego a las familias. El camión de la parroquia de Santo Domingo de la Calzada no va tan cargado como otras veces. 'Hoy tenemos menos que repartir', señala Fernando.

Ya en el templo, otros voluntarios esperan para empezar a organizarse. Neiry, boliviana de 28 años, se pone unos guantes y empieza a preparar bolsitas con carne. Cuando acabe, ella también se llevará su bolsa del reparto. La mujer está embarazada de su quinto hijo y se ha llevado a las labores de voluntariado a dos de sus pequeños. 'Las cosas están muy mal, no hay trabajo, menos mal que tenemos esta ayuda', cuenta Neiry, cuyo marido, Mauro está sin trabajo después de dejar un empleo en el que le debían ocho meses de sueldo.

A Vicente, de 60 años, las cosas no le van mucho mejor, pero él es una persona optimista. 'He trabajado de vigilante, de conserje, y voy dejando mis currículos. En un sitio trabajé este verano y me dijeron que me van a volver a llamar. Y yo creo que sí que lo van a hacer', cuenta Vicente, que tiene que alimentar a su numerosa familia.

Última parada, el reparto de las bolsas. En el poblado chabolista de El Gallinero la llegada de la furgoneta con la ayuda desata la locura. Hay tetra brik con cereales líquidos, yogures, leche materna. Fernando y Carmiña intentan poner orden para que cada familia se lleve su parte. La misma función la hace Gloria Lorenzo en su templo evangelista y los miles de voluntarios dedicados a paliar con su trabajo los efectos de la crisis económica. Estos ayudantes sin sueldo son, en una gran mayoría, jubilados o prejubilados.

Desde la Federación de Bancos de Alimentos insisten en que necesitan más alimentos para atender durante la crisis a los que más lo necesitan. Su presidente, José Antonio Busto, lanza un llamamiento: 'Las empresas tienen que seguir donando. Necesitamos legumbres y aceite, es lo que menos tenemos'.

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