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Quiero la cabeza de Manolo López

ANTONIO AVENDAÑO

En las campañas electorales suelen abundar los ofendidos mucho más que los ofensores: los políticos se agarran al clavo ardiendo de cualquier ofensa que en realidad no lo es para poder ellos así ofender a sus adversarios sin necesidad de justificar sus propias ofensas, que en su caso serían, cómo no, en legítima defensa.

Pero eso era en las campañas de antes, porque en las de ahora algunos contendientes han decidido hacer como esos equipos de fútbol que, llevando una ventaja holgada cuando todavía falta media hora larga para concluir el encuentro, deciden dormir el partido y reducir el juego al mínimo deportivamente aceptable para así evitarse sobresaltos.

Dado que en esta campaña los estrategas populares han tomado a los electores por ovejas a las que hay que dormir como sea, los socialistas intentan provocar a sus adversarios para que se revuelvan dando dentelladas que los dirigentes del PSOE utilizarían para acusar a la derecha de extremista y violenta. Pero lo cierto es que los populares no pican, o en todo caso pican poco: han decidido hacer una campaña taoísta y de ahí no hay quien los saque.

Lo único un poco entretenido ocurrió en Jaén, cuando al número dos de la candidatura socialista de la capital, Manuel López, se le calentó la boca en un mitin y en tono sarcástico dijo del candidato popular, Enrique Fernández de Moya, que “se chupó ocho años de concejal” y ahora se quejaba de que los barrios estaban abandonados. López redondeó su análisis con esta reflexión: “Es pa matarlo a hostias, ¿eh?”. Aunque el tono del socialista no parecía orientado ofender a su adversario sino más bien a ridiculizarlo, De Moya no iba a dejar pasar la ocasión de ofenderse. No todos los días se dice una barbaridad como la que dijo López: los populares pidieron ayer su dimisión y quién sabe si no reclamarán hoy la guillotina.

Como en la película de Sam Peckinpah, el nuevo grito de campaña en Jaén es Quiero la cabeza de Manolo López”. Por supuesto, las palabras de éste no son delito suficiente para que merezca perder la única cabeza que tiene, pero la economía de la ofensa funciona en campaña de forma muy distinta a la habitual. Por eso lo más sesato es no hacerles mucho caso: ni a los torpes ofensores ni a los taimados ofendidos. Ahora bien, lo que sí merecen ambos es nuestra sincera gratitud por haber animado esta sosa campaña. Al menos ellos no nos han tratado como ovejas.

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