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El reportero malasañero

Antonio Pérez lleva cinco años informando sobre lo que ocurre en los rincones más recónditos de su barrio, cuyos pequeños titulares se le escapan a los grandes medios

HENRIQUE MARIÑO

Antonio Pérez (Valencia, 1972) ha hecho de la vida su trabajo. Desde hace cinco años, refleja todo lo que acontece en su barrio en las páginas de Somos Malasaña. No hay grandes titulares, pero sí importantes, que denuncian plagas de cucarachas, exigen más columpios o hablan de alquileres sociales. Ésas son las cosas que le interesan a Antonio y, por extensión, a sus vecinos. O viceversa.

Llegó a estas calles hace ya tres lustros y, aunque su dirección ha ido variando, jamás se ha movido de aquí. Lo único que ha cambiado es el tamaño del piso, que ahora debe cobijar a dos hijos rubísimos, herencia de su pareja. 'Cuando tuvimos a los niños, se acabó el micromundo del grupo de amigos y nos abrimos a la plaza, donde comenzamos a convivir realmente con los vecinos', reconoce este periodista todoterreno.

Descubrió entonces que el parque infantil del Dos de Mayo era un verdadero mentidero y que los padres compartían más preocupaciones que las papillas y los pañales. 'Quisimos llevar la vida de la plaza a internet'. Y, para ello, creó un diario digital a su imagen y semejanza: 'Damos informaciones que afectan al día a día de los vecinos, algo que resulta muy gratificante. Esto no te da de comer, pero la gente te tiene en cuenta'.

Al principio, Antonio iba de puerta en puerta en busca de noticias. 'Ahora, si voy con prisa, procuro tomar una calle donde no haya muchas personas para que no me paren. Yo conozco al fontanero, pero ellos también saben quién es el periodista'. Hoy la noticia le busca a él, capaz de dar respuesta a las necesidades de sus allegados, que no encuentran eco en los grandes medios. Para Somos Malasaña no hay titular pequeño. 'Vimos un nicho de información sin cubrir y, pocos años después, ejemplificamos el periodismo hiperlocal en España', añade con orgullo.

En realidad, es el periodismo de barrio de toda la vida llevado a la red, que permite difundir problemáticas invisibles en una metrópoli cuyas cabeceras clásicas miran hacia otro lado: un socavón en la calzada, un gato perdido, un contenedor que rebosa... 'No olvidamos la ola de solidaridad con René, a quien le robaron las gafas tras darle una paliza. Sin dinero para comprar otras, contamos cómo todos se volcaron con él, cuya historia terminó trascendiendo hasta convertirse en un personaje mediático', recuerda este cronista de una porción de la villa.

Su Malasaña es diurna, alejada del templo de la Movida que fue en los ochenta. 'Más que el barrio, ha cambiado la gente. Ahora los comercios que abren están enfocados a los turistas, que comparten espacio con aquellos estudiantes transformados en profesionales liberales. El atractivo no está tanto en la noche como en las tardes de café, en la moda vintage, en los espacios de coworking y en los mercadillos de artesanía', explica Antonio, sin olvidar el fuerte tejido asociativo que confluye en la Plataforma Maravillas. 'Antes que nada, somos defensores del espacio público y, con nuestro trabajo,  tratamos de alentar la cohesión vecinal'.

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