Dominio público

Los ricos también violan

Ana Pardo de Vera

Hay desconcierto con la sentencia dictada contra el futbolista Dani Alves. Sin duda, es un éxito indiscutible de la llamada ley del solo sí es sí: antes de esta norma, ni protocolos en la discoteca Sutton de Barcelona ni asistencia inmediata a la víctima ni credibilidad alguna a su testimonio por el hecho de ser el deportista quién es: un astro del fútbol mundialmente famoso, podrido de dinero y "sin necesidad de violar a nadie o de irse de putas porque las mujeres se le echan encima". ¿Os suena el argumento, mujeres?

La sentencia de cuatro años y medio de cárcel contra Dani Alves es un éxito, aunque la condena sea discutible y discutida; chirrían, por ejemplo, a bote pronto y sin entrar en el fondo jurídico, los 150.000 euros entregados a la víctima antes del juicio con "voluntad reparadora", ya que otro violador menos pudiente no habría tenido esa posibilidad de pagar previamente sí o sí. Parece que sigue habiendo violadores de primera y de segunda. También se puede entrar en los mínimos o los máximos de la ley que podrían haberse aplicado al futbolista, que dependen de la interpretación de los tribunales y siempre son valorables.

Lo importante, no obstante, es el contenido de la sentencia, inédita, que supone un antes y un después en la judicialización de las agresiones sexuales en base al consentimiento, como centro de la relación. En definitiva -y seguro que casi todas vosotras habéis pasado por esto-, una puede decidir desde el principio el grado de la relación que quiere en plenas facultades -no vale un coma etílico, cuando dices básicamente nada- o irlo decidiendo por el camino o cambiar de opinión en el ídem o hacer lo que te dé la gana, porque el hombre está obligado a respetarlo y si no lo hace, es un delito. Es la igualdad de trato. Se acabaron las calientapollas, llega el consentimiento cuando yo decido, si lo hago. Me da igual quién seas.

La sentencia contra Alves, además, y pese a los 150.000 euros de compensación (calderilla para este violador) supone, además, saltar otro de los grandes obstáculos para las víctimas de agresión sexual: el poder, la fama, la popularidad, el dinero, la influencia, ... del agresor. ¿Cuántas mujeres han sido, habéis sido, hemos sido, víctimas de violación, en el mejor de los casos, sin ser muy conscientes de lo que había pasado y, en el peor, siendo conscientes del crimen pero también de que denunciarlo va a ser peor que la agresión en sí misma por el poder del sujeto? Pregunten a Nevenka Fernández o a la víctima de La Manada de Pamplona por la (re)violencia contra ellas, ejercida socialmente de forma salvaje por denunciar que no habían dado su consentimiento a los agresores. Gracias a ellas y a otras que hablaron, estamos aquí; demasiadas mujeres aún lloran en silencio por las noches rellenas de ansiolíticos y antidepresivos hasta la raíz del pelo, y en el mejor de los casos, para intentar olvidar y seguir adelante. Hubo quien no pudo contarlo y hay que preguntarse también, aparte de leyes y protocolos, por qué sintieron que nadie las iba a apoyar. Y es que sigue pasando.

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