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Los héroes olvidados

Los liquidadores de la central soviética siguen muriendo poco a poco

ERNESTO SAMBORA

Ha pasado ya un cuarto de siglo, y aun así el contador Geiger que el cabo del Ejército ucraniano lleva en el asiento trasero de su coche se dispara al cruzar la segunda barrera de exclusión, la que marca los 10 kilómetros previos antes de llegar a la zona cero del peor accidente nuclear de la historia. Antes de cruzar esta barrera en el pueblo de Chernóbil, situado tras la primera barrera de exclusión la que comprende 30 kilómetros a la redonda de la central el periodista debe firmar un documento por el que acepta los riesgos que entraña acercarse al reactor, riesgos infinitamente menores que aquellos que corrieron en su día, sin firmar documento alguno, los miles de liquidadores que pagaron con su salud, y en muchos casos con su vida, el convertirse en los héroes que salvaron a Europa.

'Nos mintieron', dice con resignación dolorosa Serguei Anatólevich Kulish, uno de aquellos liquidadores, que entonces tenía 24 años y que hoy dirige la Asociación de Victimas de Catástrofes, desde su modesta oficina en San Petersburgo. 'Si hubiésemos sabido los riesgos que corríamos no habríamos sido tan imprudentes. Nos dijeron que bastaba con no fumar, comer o beber durante el tiempo que estuviésemos trabajando en el reactor'.

'Nos enviaron a la muerte', dice uno de los tres aún con vida de un grupo de once

Serguei, que tiene ahora casi 50 años, ha pasado por un calvario de enfermedades, complicaciones y dolor crónico, y actualmente lucha contra un nuevo tumor cutáneo abdominal que no duda en mostrar, a la vez que afirma: 'Europa debe comprender los riesgos de la energía atómica. Aquí en Rusia no quieren escucharnos' .

Serguei, y una comunidad de unos 500 liquidadores viven en pisos de protección oficial donados por el Gobierno en el golfo de Finlandia, a una hora de San Petersburgo. Cuando llegaron allí, en los años 90 del siglo pasado, eran el doble de personas; el resto ha muerto desde entonces.

Los bloques de edificios que los albergan son el mejor ejemplo de su situación social: alejados de la urbe y mal comunicados, ellos mismos han tenido que pagar las reparaciones necesarias para hacer habitables sus viviendas, y tan sólo un pequeño monumento, que parece una lápida, semiabandonado e imperceptible bajo la nieve, recuerda la catástrofe vivida aquella primavera del año 1986.

'Nuestras pensiones son muy bajas y tras la URSS perdimos las ayudas del Estado'

No maldicen su destino , 'alguien tenía que hacerlo' , pero sí lamentan profundamente el olvido social e institucional del que son víctimas. 'Nuestras pensiones son muy bajas, y tras la caída de la Unión Soviética perdimos las ayudas del Estado', se queja Tatiana, la viuda de un liquidador fallecido recientemente.

Y es que, tras el derrumbe del bloque socialista, los alimentos y el transporte, de los que disfrutaban gratuitamente, pasaron a ser de pago, haciendo muy difícil la vida de estas personas, sus viudas o sus huérfanos, que tienen pensiones medias de 150 euros, y que afrontan ahora la peor de las situaciones imaginables para enfermos crónicos de escasos recursos: la privatización salvaje del sistema de salud.

Los liquidadores fueron 'enviados a la muerte' , dice Oleg, otro de estos héroes olvidados, que muestra las fotos de aquel día. Recuerda los nombres de sus compañeros, y del grupo de 11 personas de aquella foto quedan con vida tres, contando al propio Oleg. La instantánea, que muestra a unos jóvenes reclutas soviéticos sonrientes fue tomada en la calle Lenin, la calle central de la modélica ciudad de estilo comunista de Pripyat, hoy abandonada pero que en aquel entonces albergaba a casi 50.000 personas, obreros de la central y sus familias.

Ellos fueron destinados a labores de desescombro en los alrededores del reactor número 4, protegidos con trajes de goma o batas blancas, absolutamente inútiles ante el pavoroso nivel de radiación posterior a la explosión de aquel 26 de abril de 1986. Sus compañeros, aquellos que subieron al reactor para detener la fuga con planchas de hormigón, murieron a las dos semanas. Aquellos liquidadores evitaron una segunda explosión, de consecuencias inimaginables.

Hoy en día, aquel sarcófago construido a toda prisa está agrietado, oxidado y notablemente deteriorado. Por ello actualmente en la 'zona de exclusión' viven 2.500 personas, todas ellas trabajadores encargados de la construcción del nuevo sarcófago, que deberá estar acabado para 2015. Será financiado por países de todo el mundo, dada la incapacidad ucraniana para afrontar la factura de aproximadamente 1.500 millones de euros.

'Si hubiésemos sabido los riesgos no habríamos sido tan imprudentes' Estos nuevos trabajadores de Chernóbil, a diferencia de los liquidadores de hace medio siglo, cuentan con la tecnología y los medios necesarios para enfrentarse a la radiación, y lo hacen en turnos de 50 días en la zona de exclusión y otras 50 jornadas fuera de ella.

Veinticinco años después, este hermoso paraje ucraniano sigue siendo el escenario de una película de terror, de la lucha contra un enemigo mortal e invisible que ha dejado pueblos y ciudades inhabitables, casas, apartamentos y koljoses (granjas colectivas) vacíos, silenciosos y tétricos. Y la calle Lenin, en la que 25 años atrás Oleg se fotografió sonriente junto con sus compañeros liquidadores es hoy un escenario alucinante en el que la maleza vence al asfalto y el hormigón.

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