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Sudán, otro golpe de Estado en el mundo árabe con injerencias

Las protestas contra el golpe de Estado se intensificaron el sábado en Jartum y en otras ciudades de Sudán. A media tarde del sábado medios locales informaron de varios muertos, a pesar de que el general Burham se comprometió a moderar la represión siempre que los manifestantes no recurrieran a la violencia.

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Protestas por el golpe de Estado en Sudán. EFE/EPA/STR

El golpe de Estado del 25 de octubre en Sudán, liderado por el general Abdel Fattah al Burham, ha traído consigo una serie de actuaciones que confirman la permanente inestabilidad del norte de África y Oriente Próximo, así como la precariedad de los regímenes democráticos que desde las primaveras árabes de 2011 han tenido que dejar paso a regímenes autoritarios.

Es difícil creer que el golpe de Jartum se haya ejecutado sin el conocimiento, y hasta bajo las directrices y cooperación, de algunas potencias regionales. The Washington Post y The New York Times no han sido los únicos medios en señalar a otros países como los impulsores del mismo, con referencia explícita a Egipto, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos.

En esos países el golpe ha sido bien recibido por los medios de comunicación y por las autoridades. El jueves el embajador saudí en Jartum se reunió con el general Burham en un gesto que es muy significativo si se considera que las potencias occidentales han condenado, al menos verbalmente, el golpe, incluidos los Estados Unidos y Europa.

El primer país en expresar su apoyo a los golpistas fue precisamente Israel. Un "alto cargo" citado por el diario nacionalista Israel Hayom, con estrechos vínculos con el gobierno de Naftalí Bennett, escogió ese periódico de Tel Aviv para dar inmediatamente el visto bueno al general Burham, antes incluso de que hubiera reacciones oficiales en el resto del mundo.

El general Burham, de 61 años, se ha reunido en más de una ocasión con responsables israelíes en público y probablemente en privado. En este sentido, los israelíes no estaban plenamente satisfechos con el curso de la anterior política sudanesa ya que después del reconocimiento de Israel, Jartum no había dado ningún paso adelante en relación con la normalización y ni siquiera había intercambiado embajadores con Tel Aviv.

Sudán reconoció a Israel durante las últimas semanas del mandato de Donald Trump a finales de 2020. Sin embargo, existen sectores importantes de la población que recelan de la normalización con el Estado judío que cada día oprime más y más a los palestinos. La misma ley sudanesa prohíbe desde hace décadas de manera específica establecer relaciones con Israel.

Los motivos que tienen los países del Golfo para impulsar el golpe son los mismos que les movieron por ejemplo a intervenir en Egipto y recientemente en Túnez. El príncipe emiratí Mohammad bin Zayed tiene entre ceja y ceja no permitir que ningún país de la región se salga del camino que él mismo traza y siempre está presto para asestar un golpe al islam político.

Además, al general Burham se le considera responsables de haber enviado soldados sudaneses, incluidos niños, a la guerra de Yemen para luchar al lado de las tropas saudíes emiratíes, lo que ayuda a comprender que estos dos países estén apoyando el golpe.

Tanto Israel como sus estrechos aliados del Golfo están enfrentados a Estados Unidos y Europa, al menos aparentemente, en el caso de Sudán. Por otra parte, aunque es cierto que Washington ha desmentido en al menos dos ocasiones que tuviera conocimiento previo del golpe, no existen garantías de que los militares no se lo hayan comunicado con antelación a los americanos y a otros países de la región que han secundado el golpe. El New York Times informó que el enviado especial de EEUU, Jeffrey Feltman, se reunió con el general Burham solo unas pocas horas antes del golpe.

En los últimos días el general Burham está buscando una salida airosa a la crisis, y por ello se ha visto obligado a tranzar de alguna manera con el hasta la semana pasada fue el primer ministro Abdullah Hamdok, un economista de 65 años, a quien apartó del poder y en un primer momento detuvo en el domicilio del mismo Burham.

El viernes trascendió que Burham ha pedido a Hamdok que forme un nuevo gobierno civil, todo esto mientras se va enardeciendo un movimiento popular contra los golpistas, quienes anuncian movilizaciones multitudinarias para los próximos días. Aparentemente Burham no quiere que se investiguen los presuntos abusos cometidos por el ejército en los últimos años ni que se investiguen las estrechas y sospechosas relaciones del ejército con la economía sudanesa.

Burham insiste en que el gobierno que forme Hamdok, si este acaba por aceptar el trabajo, contará con representantes de todas las provincias y conducirá a unas elecciones parlamentarias. Burham es cada día más prisionero de sus propias palabras y resulta difícil explicar a la población por qué dio el golpe si lo que busca es lo mismo que buscaba Hamdok.

En cualquier caso, Hamdok está en contacto con Burham puesto que este ha dicho que el jueves por la noche le envió una delegación para negociar un nuevo gobierno. Otra cosa es que Hamdok se avenga a aceptar la iniciativa de Burham, especialmente si tenemos en cuenta que sus seguidores se oponen y están dispuestos a salir a la calle.

Algunas carreteras del interior, y la principal que conduce a Egipto, han sido cortadas por manifestantes que quieren volver a la normalidad constitucional anterior al golpe, según informó la embajada de EEUU. No obstante, el ejército está evitando actuar con excesiva violencia. Hay un pequeño número de muertos, pero el número de heridos y detenidos es relativamente exiguo por ahora.

Lo más visible son las barricadas que levantan los manifestantes, así como los controles militares en el área de la capital. La carretera al aeropuerto de Jartum no es totalmente segura y los empleados del aeropuerto y los pilotos se han declarado en huelga.

Lo que está ocurriendo muestra que la implantación de la democracia en sociedades que no están bien estructuradas es una tarea compleja, especialmente si esta situación se complica todavía más con una intervención extranjera, como ocurrió en Túnez o Egipto con anterioridad.

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