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Un héroe nacional para el futuro Estado independiente de Kosovo

El mito de Adem Jashari y su familia sigue vivo diez años después de la masacre de 46 de sus miembros por los serbios

GUILLEM SANS MORA, enviado especial

Es mediodía y hace sol, así que los vecinos de Skënderaj pasean arriba y abajo por el bulevar. Pasean alegremente porque no tienen otra cosa que hacer. No hay trabajo en esta pequeña ciudad de la ondulada región de Drenica, en el centro de Kosovo, a unos 80 kilómetros de Pristina.

La diferencia más llamativa de esta avenida con cualquier paseo peatonal de una ciudad de la Europa rica es que las terrazas están casi vacías. Pocos tienen dinero para pagarse un café. Seguramente sólo pueden permitírselo los obreros que construyen casas en los alrededores con el dinero llegado de la diáspora kosovar.

Un exiliado con fortuna se ha comprado un Ferrari, y los vecinos lo admiran boquiabiertos cuando pasa por las calles polvorientas. “Para la gente de aquí, llegarse hasta Pristina para tomar algo es un lujo extraordinario”, explica Ardian Arifaj, un periodista albanés.

La avenida, recientemente asfaltada, culmina en una estatua de aire estalinista del héroe local, Adem Jashari (1955-1998). Inmortalizado con atuendo guerrillero en el bulevar de Skënderaj, este cofundador del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) tiene estatus de mártir, casi santo, en todo Kosovo.

En venganza por ataques de la guerrilla albanokosovar contra controles de la policía, Jashari fue asesinado por unidades regulares y paramilitares serbias en marzo de 1998 en el pueblo vecino de Donji Prekaz, junto con casi toda su numerosa familia. Sólo dos personas, una de ellas Besarta, de 11 años, sobrevivieron a ese ataque de artillería.

Un episodio histórico

Xhevat Imeri enseña por encargo de la familia Jashari la ruina de la casa a los visitantes, y explica que los serbios obligaron a la niña a identificar los cadáveres, porque querían asegurarse de que Adem Jashari estaba entre los abatidos. En su informe sobre la matanza de Donji Prekaz, la organización Human Rights Watch habla de 58 muertos, entre ellos 18 mujeres y 10 niños. De ellos, 46 eran miembros de la familia Jashari. Al entierro acudieron unas 5.000 personas de todo Kosovo.

“Una pareja vino a pie desde Pristina. En ese momento, los serbios podrían haber disparado contra la multitud, pero no lo hicieron. Fue una demostración colectiva de resistencia”, cuenta otro periodista local.

La matanza fue uno de los episodios más destacados en la escalada de violencia que precedió a la guerra de Kosovo, iniciada en marzo de 1999. En el futuro Kosovo independiente, el acontecimiento será una fecha importante de la historia nacional. Y los supervivientes de la familia Jashari, que entretanto ya vuelve a sumar 23 miembros, serán en el nuevo Estado una institución, casi aristocrática. El mausoleo ya lo tienen. Lo están ampliando, y dos hombres con uniforme de gala de un Ejército o Estado inexistente permanecen apostados frente a las tumbas.  

Exagerando un poco, se puede decir que ver a Murat Jashari en Donji Prekaz es algo así como visitar a un jefe de Estado. Recibe elegantemente vestido en una construcción de una planta a pocos metros de la casa de la matanza. El servicio trae café y dulces árabes. El interior tiene aire de ministerio, embajada o residencia oficial. Un mural alegórico con la historia de la casa parece un cuadro de El Bosco, aunque sin animalitos de fábula, y el tono de la conversación es diplomático.

Al margen de la política

Murat vivía en Alemania, cerca de Nuremberg, cuando le llegó la noticia de la masacre. Otros tres Jashari estaban entonces en el extranjero. Diez años después, ve la muerte de sus familiares como “un sacrificio por un nuevo Kosovo”. Como el resto de sus parientes, se mantiene al margen del debate político: “Evitamos toda afiliación política para no causar fricciones ni división política”.

Jashari vive la espera de la independencia “no con miedo, pero con cierta preocupación” por cómo reaccionará la minoría serbia. Sin embargo, atribuye los disturbios de marzo de 2004, los más serios desde la guerra, a la falta de coordinación entre las distintas fuerzas de seguridad que operan en Kosovo, que ve ahora mejor preparadas para afrontar disturbios. Así que cree que no habrá problemas, también porque las fuerzas de la Kfor (la misión de la OTAN) “no pueden permitirse más manchas en su imagen”.

Una vez conseguida la independencia, “tendremos suficiente con recuperarnos de los traumas del pasado, lograr que impere la ley, luchar contra el desempleo y la corrupción”.

Murat, un personaje del entorno del que surgió la resistencia armada albanokosovar, dice haber aprendido a vencer el odio contra los serbios. No tiene contactos con ningún político de la minoría serbokosovar “porque están todos vinculados a Belgrado”.

 Por lo demás, “los serbios siempre han vivido aquí, ésta es su casa y no son un obstáculo para la independencia”, señala. Su visión del futuro de Kosovo está marcada por el escepticismo pragmático de todos los pueblos de los Balcanes, “acostumbrados por la Historia a que las cosas no siempre van bien del todo”.

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