Público
Público

El Senado francés aprueba el recorte de las pensiones

La reforma fue aprobada con los votos de los senadores conservadores y centristas (177). En contra votó la oposición de izquierda (153)

ANDRÉS PÉREZ

Las multitudinarias protestas, huelgas y cierres de industrias que gozan del apoyo mayoritario de la población según los sondeos, no han podido evitar que el Senado aprobara anoche la reforma de las pensiones en Francia, la ley que ha desatado un descontento social que ha medio paralizado el país. A la hora de votar, los senadores de la bancada fiel al presidente Nicolás Sarkozy mantuvieron el pulso. La ley fue aprobada con 177 votos a favor y 153 en contra.

La izquierda y el centroizquierda no lograron unir todas sus fuerzas –faltaron los votos de cuatro senadores–, mientras los conservadores lograron atraer a la casi totalidad de los centristas. La ley que eleva a 62 años la edad de jubilación, y a 67 el umbral que da derecho a cobrar el 100% de la pensión de base, pasa ahora a la comisión mixta paritaria entre Asamblea Nacional y Senado. Esta debe conciliar las dos versiones, después de más de 18 modificaciones del proyecto inicial. Después regresará al pleno.

Pero los opositores al recorte de las pensiones no piensan rendirse. Los sindicatos estudiantiles anunciaron que se suman a las nuevas jornadas de acción convocadas por la intersindical, para el 28 de octubre y el 6 de noviembre. Y además añadieron una jornada de acciones propias de los universitarios, que tendrán lugar el martes. Este viernes, entre 185 y 600 liceos de secundaria del país estuvieron en huelga o bloqueados, según el recuento del ministerio y de los sindicatos, respectivamente. Las 12 refinerías del país seguían en huelga y paralizadas este viernes, así como las terminales petroleras de Marsella y Le Havre. Un 21% de las gasolineras del país están cerradas, lo que significa que un 19% han reabierto, según el Ministerio de Transportes.

Pero Sarkozy forzó el desalojo por la fuerza de la refinería de Grandpuits, cerca de París, una de las más grandes del país. Lo que pudo ver este diario, junto a los madrugadores huelguistas de Grandpuits, cuya inmensa planta se encuentra en la planicie cerealera y quesera de la Brie, se pareció bastante a una intentona autoritaria y a una militarización de un centro de trabajo, con tres décadas de retraso respecto a Margaret Thatcher.

Poco antes de las cuatro de la madrugada, había llegado a las puertas de la refinería totalmente paralizada la orden de embargo transmitida por el prefecto. En realidad, ya había habido un embargo hace unos días, pero esta vez iba mucho más en serio, e implicaba el control permanente por parte de los gendarmes que luego se apostaron en las entradas.
Hacia las siete, los huelguistas que cortaban el acceso a la fábrica empezaron a incendiar más neumáticos de lo normal, para crear una barrera de fuego entre ellos y los cuatro furgones de donde iban a salir los gendarmes antidisturbios.

Los huelguistas todavía tuvieron tiempo de recibir algunas de las muchas muestras de amistad que les llegan de los vecinos, en forma de croissants y cafés calientes. Y luego ya no hubo tiempo para nada. Al grito de “Tous Ensemble!” (“Todos unidos”), los miembros del cordón ciudadano se encadenaron por los brazos porque llegaban los gendarmes. Y allí estalló la batalla campal.

La carga de los militares fue lenta y fastidiosa, ejecutada como una obligación burocrática. En tres ocasiones, el cordón ciudadano logró repeler la agresión, como una barrera defensiva particularmente segura de sí mismo. Pero a la cuarta, tras una maniobra de despiste, y tras dejar a tres trabajadores heridos –dos de ellos en el suelo, y hospitalizados después–, los gendarmes lograron tomar el control de la entrada. A las nueve, el acceso estaba bajo control militar.

Un director técnico salió de inmediato y empezó a enunciar la lista de unos diez nombres de empleados “embargados”. Es decir: obligados a entrar a trabajar, so pena de un máximo de cinco años de cárcel. En realidad, muchos de los nombres no se presentaron, puesto que el director técnico no sabe nada de turnos, y los capataces –amos y señores de los turnos– siguen en huelga.

Por otra parte, la refinería sigue paralizada y “nadie tomará la responsabilidad de arrancarla sólo con el personal embargado”, dijo a Público un capataz, Alexandre. “Esto no es Palestina”, añadió.

Los sindicatos denunciaron de inmediato un “atentado intolerable contra el derecho constitucional de huelga”, y presentaron un recurso contencioso administrativo de urgencia para anular la orden de embargo.

Sarkozy violó dos de las tradiciones más nobles de la República Francesa al enviar a un prefecto, representante del Estado, y a los gendarmes móviles a romper la huelga contra el recorte de pensiones públicas que mantienen los obreros del petróleo, empezando por la estratégica refinería de Grandpuits.

Por un lado, violó el principio que dice que en este país un conflicto social se soluciona mediante la negociación social, y nunca con agentes de la fuerza pública golpeando a la gente. Por otro lado, rebajó el concepto sagrado de la “Defensa Nacional”. Para poder justificar la militarización de la fábrica por los gendarmes –que son militares–, y la orden de embargo que obliga a ciertos huelguistas a trabajar so pena de cárcel, el prefecto de la zona dijo que lo hacía “en nombre de los intereses de la defensa nacional”.

Sarkozy obtuvo, una vez más, las imágenes televisivas que le confirman como hombre duro, y algunos camiones cisterna más de lo normal –es decir, con cuentagotas– que pudieron partir con un precioso cargamento de gasolina, gasoil o fuel de calefacción que fue refinado antes del inicio de la huelga, hace más de diez días, y está ya a punto de agotarse.

Pero había otras imágenes que no captaron las cámaras en Grandpuits. Después de la primera carga de los gendarmes con fuerza, algo de violencia y mucha profesionalidad para derribar el piquete de unos 50 aguerridos obreros que bloqueaba el acceso a las válvulas de la refinería llegaron unos momentos de respiro, de calma.
Los obreros aprovecharon la pausa para dirigirse al campo contrario: “¿No te da vergüenza? ¡Tu padre seguro que era un obrero! ¿Qué haces defendiendo a Sarko? ¡Pero, puta mierda, piensa en tus hijos!”.

Un tímido le respondió: “¡Estamos obligados a hacerlo!” Y, por increíble que parezca, uno de los gendarmes, un rubio cuadrado que parecía tener orígenes polacos, retenía lágrimas en los ojos y los labios le temblaban. Segundos después volvería a la carga y con sus colegas derribaba el piquete.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?

Más noticias de Internacional