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Tres años de revolución y contrarrevolución en Egipto

La visión de los jóvenes revolucionarios de la plaza Tahrir, no sólo no se ha completado sino que ha dado un giro radical que ha devuelto país al estado primitivo en que se encontraba durante el mandato de Mubarak

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

Hoy se cumplen tres años del inicio de las protestas masivas en El Cairo y en otras ciudades de Egipto que dieciocho días después, el 11 de febrero de 2011, forzaron la dimisión del rais Hosni Mubarak y pusieron fin a décadas de autocracia.

La visión de los jóvenes revolucionarios, en su inmensa mayoría laicos, que sacudió el país de arriba abajo desde el epicentro en la plaza Tahrir, no sólo no se ha completado sino que ha dado un giro radical que lo ha devuelto al estado primitivo en que se encontraba durante el mandato de Mubarak, o aun más atrás si se da crédito al demoledor informe que Amnistía Internacional ha difundido esta semana.

La alegría con que Occidente recibió lo que rápidamente se denominó “Primavera árabe” parecía indicar que los países de Oriente Próximo se dirigían inevitablemente hacia una homologación democrática con Occidente, que las urnas se abrirían pronto y que las dictaduras caerían una tras otra por su propio peso como fichas de dominó para dar paso a la libertad.

Sin embargo, al cabo de pocos meses surgieron las primeras dudas y pronto se suscitó un escepticismo que ha terminado por cuestionar la contagiosa alegría inicial. Ahora mismo nadie sabe hacia donde nos dirigimos con exactitud, aunque los indicios que tenemos en la mayoría de países donde se vivió la Primavera señalan que el camino hacia la democracia no se recorrerá tan pronto como se pensaba. Es legítimo preguntarse si la democracia debe comenzar desde arriba o desde abajo. Muchos egipcios y occidentales pensaron que el problema eran los dictadores, y que una vez esos países se liberaran de ellos todo sería coser y cantar, que por inspiración divina los ciudadanos se convertirían en democráticos desde la presidencia del estado hasta el sector más bajo del pueblo llano. 

Un pequeño problema: el programa democrático de los islamistas no iba más allá de las urnasAlgo parecido ocurrió en Siria cuando en marzo de 2011 comenzaron las revueltas en la ciudad de Deraa, una localidad conservadora donde las haya, donde la población exigió la democracia a pesar de que en sus hogares y en sus barrios, en la ciudad y en la región, los ciudadanos no estaban dispuestos a obrar en su vida personal y familiar observando los valores democráticos.

Cuando se abrieron las urnas en Egipto, las victorias de los Hermanos Musulmanes se sucedieron sin descanso hasta lograr el pleno al cinco en las cinco convocatorias. Fueron procesos limpios, supervisados por organizaciones occidentales independientes, en los que no hubo trampa ni cartón, aunque sí un pequeño problema: el programa democrático de los islamistas no iba más allá de las urnas. En junio de 2012 ganó las presidenciales Mohammed Morsi, el candidato islamista. El aparato del estado, con jueces y militares a la cabeza, comenzó a meterle palos en las ruedas al flamante presidente. Seis meses después entró en vigor la nueva Constitución aprobada en referéndum, pero el aparato del estado no permitió a los islamistas aplicar su programa y el reloj comenzó a correr contra Mohammed Morsi.

Cuando el pueblo, es decir los liberales y mubarakistas, salieron a la calle a finales de junio de 2013, el ejército solamente necesitó tres días para dar un golpe de estado y deponer a Morsi. El general Abdel Fattah al Sisi lo justificó diciendo que los Hermanos Musulmanes no habían respetado los principios de la revolución del 25 de enero.

Lo cierto es que el gobierno de Morsi era bastante moderado y prácticamente nunca intentó forzar a los no creyentes a obrar de acuerdo con los principios islamistas. Las protestas de los Hermanos Musulmanes, rigurosamente pacíficas, se sucedieron incluso más allá de la matanza de agosto en el centro de El Cairo, cuando perdieron la vida más de quinientos manifestantes en apenas unas horas. El golpe de Al Sisi suscitó cierto desconcierto en Occidente. La administración de Washington dio señales contradictorias al respecto, de modo que mientras la Casa Blanca criticaba a los militares, el departamento de Estado mostraba una mayor comprensión con Al Sisi.

Según Amnistía Internacional han muerto 1.400 personas desde el golpe de estado Con el tiempo, en los Estados Unidos ha triunfado la visión del departamento de Estado, especialmente después de la votación este mismo mes de enero de la nueva Constitución, una Carta Magna que se redactó sin contar con la participación de los Hermanos Musulmanes, quienes un mes antes, en diciembre de 2013, fueron declarados “organización terrorista”.

Los Hermanos Musulmanes han condenado repetidamente la violencia, y los ataques y atentados que han sufrido las fuerzas de seguridad desde el golpe de julio deben atribuirse a otras organizaciones más radicales. Con todo, es sorprendente el hecho de que la violencia contra el nuevo régimen haya tenido un carácter muy limitado hasta ahora. Y es todo un enigma saber qué evolución tomará en el futuro próximo, especialmente después de la cadena de atentados de ayer y anteayer .

En este contexto ha llegado el último informe de Amnistía Internacional, donde se afirma que el nivel de represión que está aplicando el régimen “carece de precedentes” desde la deposición de Morsi hace casi siete meses. Según el cómputo de AI, desde entonces se han registrado 1.400 muertos como consecuencia de la “violencia política”.

“A tres años vista, las demandas de la Revolución del 25 de enero en cuanto a dignidad y derechos humanos parecen estar más alejadas que nunca. Varios de sus arquitectos están entre rejas y la represión y la impunidad están a la orden del día”, ha dicho Hassiba Hadj Sahraoui, vicedirectora de AI para Oriente Próximo y el Norte de África.

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