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Elixio Rodríguez, el aviador que elevó el galleguismo al cielo de la aventura

Fue empresario de éxito durante su exilio en México, donde impulsó la cultura gallega, prohibida en su tierra.

31/10/22 Elixio Rodríguez, en el centro.
Elixio Rodríguez, en el centro.

Acompañante casi niño de los socráticos paseos de Risco y Otero Pedrayo y pionero militante galleguista rescatado in extremis de un paseo falangista con un pie ya en la cuneta. Piloto de bombarderos alemanes en la Legión Cóndor huido con un avión a la zona republicana, donde sería condenado a muerte por espía y salvado por Castelao.

Cómplice de Fidel Castro y el Che Guevara cuando preparaban en México la revolución cubana, en la que la que estuvo a punto de enrolarse. Empresario de éxito e impulsor en el exilio mexicano de una cultura gallega prohibida en su tierra. En la excepcional odisea de Elixio Rodríguez, el indómito amor a la causa galleguista fue el compás que siempre marcó el norte.

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"A este no lo podéis matar hoy. Matadlo mañana".

El grito del teniente Adolfo Pousa congeló la macabra escena de aquella madrugada de 1936 en O Furriolo, matadero de los paseos de las cuadrillas falangistas en Celanova (Ourense). Los focos de su coche de carabineros iluminaron la silueta de Elixio Rodríguez, a quién apuntaban los fusiles de los falangistas. Era el quinto candidato a morir en esa noche de lobos, junto con otros cuatro compañeros de martirio que yacían ya cribados a tiros en la cuneta.

El jefe de los carabineros que se enfrentó a los falangistas –"Pousa, guardia de la cárcel de la que me sacaron los falangistas para matarme y buen amigo, hizo arriesgadamente cuanto pudo para evitar que me pasearan"– apenas logró posponer unas horas a ejecución con la desesperada argucia de que el reo debía someterse al día siguiente a un careo sobre el paradero de una supuesta partida de armas escondidas por los republicanos.

Hijo de un capataz de canteros de Bande educado por un maestro amante de los versos de Brañas, el chico Elixio Rodríguez fue un prematuro rebelde a quien expulsaron de los Maristas "por lamentar que el rey de España lo fuera también de Galicia". Una pasión nacionalista que abrazó "más que como idea política, como un sentimiento que arraigó profundamente en mi corazón". Y que lo llevó a compartir unos socráticos paseos con Vicente Risco y Otero Pedrayo, a los que abordó siendo casi un niño en la Alameda ourensana para que le permitieran acompañarlo.

La destacada inclusión en la lista negra de la Falange en Ourense se debía a las arengas en las Xuventudes Galeguistas de Bande, de las que fue fundador, en las que participaron Castelao, Otero Pedrayo, Celso Emilio Ferreiro y el Pepe Velo que secuestraría décadas después con Galvão en Portugal el trasatlántico Santa María para poner el foco internacional en las dictaduras ibéricas.

La artimaña del teniente Pousa apenas le dio unas horas de respiro. Los falangistas acechaban con rabia la presa que se les había escurrido de las manos. La única escapatoria era subir a un tren que llevaba voluntarios para la Legión a Cáceres, pero parecía imposible burlar el cerco falangista. Pousa logró la colaboración de Inocencio Azud, –"un caballero de Santiago bien visto por el Movimiento, que no aguantaba los asesinatos"–, quien propuso a Elixio un arriesgado plan. Horas antes de la salida del tren, Elixio fue conducido de noche a una casa, en la que un hombre –la salvaguarda negociada por Azud–cenaba con la madre. Su rostro le resultaba familiar.

—"¿Nos conocemos?", preguntó Elixio.
—"Sí, nos conocimos en O Furriolo", fue la seca respuesta.

Era uno de los falangistas que habían intentado pasearlo. "Apenas hablamos esa noche porque mi anfitrión tenía prisa para, según confesó con toda naturalidad, ir a ejecutar a unos detenidos. Yo tenía la sangre helada. Pero a primera hora de la mañana estaba en el tren de legionarios".

31/10/22 De izquierda a derecha, Electra Rodríguez, Carlos Tomé, Celestino López, Elixio Rodríguez, Luís Soto, Horacio Casas y Adela Costal, celebrando el Día de Galicia el 25 de julio de 1955 en México
De izquierda a derecha, Electra Rodríguez, Carlos Tomé, Celestino López, Elixio Rodríguez, Luís Soto, Horacio Casas y Adela Costal, celebrando el Día de Galicia el 25 de julio de 1955 en México.

Buena parte de los reclutas alistados de aquella en la Legión eran republicanos a los que el golpe del 36 había sorprendido en las zonas controladas por los sublevados que, como Elixio, huían de los piquetes de la Falange. Pero eran utilizados como carne de cañón en el frente. Elixio esquivó ese destino gracias a una habilidad excepcional que había quedado entre paréntesis. Antes de la guerra se había formado como piloto en la pionera Escuela de Aviación de Madrid, donde tuvo como instructor a Ramón Franco, hermano del futuro dictador, que profesaba un extravagante ideario masónico con aires ácratas.

"Yo era ya oficial cuando se hizo una encuesta entre los jefes de la aviación franquista para saber si resultaría incómoda su presencia. Franco consideró más prudente mandarlo para Mallorca, donde murió. Se dice que derribado sobre Barcelona, pero hay motivos para suponer que fue eliminado por sus propios jefes italianos, con los que había tenido tremendos altercados".

En la Legión se encontrará casualmente con el coruñés Eugenio Jack Carcoma, jefe de una aviación franquista urgida de pilotos, quien conmina a Elixio a incorporarse a la fuerza aérea. Así fue como se convirtió en teniente de la Quinta Escuadrilla de bombarderos alemanes Junker 52, la más formidable máquina de guerra de la época. De los trescientos JU-52 que formaban la Legión Cóndor nazi en Salamanca, una veintena estaban pilotados por españoles, entre ellos Elixio. Tenía como jefe de escuadrilla al también gallego Ignacio Iglesias Brage.

"El capitán Iglesias Brage había participado en la campaña por el Estatuto, lanzando propaganda desde una avioneta. Ambos, bastante borrachos, pasamos un fin de año ultrajando a los oficiales alemanes de la Legión Cóndor, que tomaban nuestros insultos por brindis. Yo fui, junto con el hijo del general Kindelán, el primer aviador ascendido en la guerra; de no desertar, habría alcanzado el generalato".

Pero el aviador galleguista solo tenía una cosa en mente: huir a la zona republicana. Lo lograría, tras algún intento errado, en marzo de 1937. Aprovechando una misión en la base aérea de Sevilla, subió a un viejo Breguet de entrenamiento y enhebró hacia Gibraltar, donde llegó con síntomas de congelación tras volar a cuatro mil metros de altura, con la cabina abierta, y apenas una chaqueta delgada para afrontar temperaturas muy por debajo de cero.

Nada más bajar del avión, recibió una tentadora oferta del espía británico James Playdom. "Me ofreció el dinero que yo quisiera si le revelaba el mayor secreto militar de la época: como hacían los alemanes para que las bombas explotaran antes de llegar al suelo, lo que las hacía terriblemente letales. A pesar de no aceptar, me ayudó a pasar a la zona republicana".

Elixio le daría datos del mecanismo de bombardeo al jefe de Gobierno de la República, Indalecio Prieto -"Don Inda, a quien traté en Veracruz en el exilio"-, con quien se entrevistó a su llegada a Valencia, capital temporal de la República, tras una agitada odisea a través de Marruecos en la que logró burlar un intento de secuestro por falangistas. También le dio la posición exacta y de los aeródromos donde se ocultaban los bombarderos Junker bajo encinas. "Una información entonces ignorada".

La triunfal acogida republicana iba a dar un inesperado giro dramático. Asignado a la base aérea de San Javier, en Murcia, el entusiasmo por la recuperación de la libertad se vio ensombrecido por el ambiente de desorganización e indisciplina que observó. Fiel a su talante, no dudó en comentarlo en público, lo que le valió la animosidad de algunos. Mientras volaba, registraron su cuarto y hallaron una carta de su pariente Eugenio Montes –controvertido intelectual nacido en Bande que escribió en gallego en Nós, fundó el movimiento ultraísta con Gerardo Diego y fue amigo y correligionario de José Antonio Primo de Rivera– en la que calificaba a Elixio Rodríquez de hombre en el que se podía confiar. "Era para protegerme de la Falange, nunca hice uso de ella".

31/10/23 De izquierda a derecha, Florencio Delgado Gurriarán, Carlos Velo y Elixio Fernández.
De izquierda a derecha, Florencio Delgado Gurriarán, Carlos Velo y Elixio Fernández.

Bastó para acusarlo de espía franquista y ser sentenciado a muerte en un juicio sumarísimo. Esperaba en la cárcel Modelo la inminente ejecución, fijada para las 6 de la madrugada del día siguiente, cuando vio en el patio un oficial que le sonaba conocido. Era un paisano, antiguo compañero de los Maristas, pero no recordaba su nombre por más que lo intentara con desesperación. Hasta que el viejo apodo escolar le surgió de la garganta. "'¡Coíño, Coíño!', grité cómo quien se agarra a un clavo ardiendo".

Amadeu Estévez Coíño corrió en busca de Luís Soto, quien alertó los diputados galleguistas que se encontraban en Valencia. Comenzó una carrera contra reloj para frenar la ejecución, intentando hablar con el ministro de Justicia, Manuel de Irujo.

"Yo no sabía nada de eso. Entonces se decía que en España las dos cosas más puntuales eran las corridas de toros y los fusilamientos. Pasé la noche convencido de mi final, esperando el fatal sonido de las pisadas del pelotón de ejecución". Pero no llegaron. Hacia las 10 de la mañana, un desasosegado Elixio fue conducido a un cuarto. Y allí estaban, como en una fiesta sorpresa, los salvadores galeguistas: Castelao, Soto, Suárez Picallo, Alonso Ríos, Afonso Pazos, Edmundo Lorenzo, Alexandre Viana… "Y Coíño, claro, quien con la ayuda de Soto prendió aquella llamarada de camaradería y paisanaje".

Los últimos meses de la guerra los pasó en Barcelona, como responsable de la intendencia de la Aviación republicana y secretario de Castelao –"El fin de año del 38 lo pasé con André Malraux, futuro ministro de De Gaulle, que rodaba Morir en Madrid"- hasta la derrota y el apocalíptico éxodo a Francia a través de los Pirineos, "mientras éramos ametrallados cobardemente por los italianos".

En el París amenazado por los nazis, estuvo a punto de enrolarse cómo aviador mercenario en el ejército de Chiang Kai-Shek, líder nacionalista chino que combatía la ocupación japonesa. "Dos aviadores vascos amigos míos fueron para allá y alcanzaron después altos puestos políticos con Mao". Pero optó por embarcarse en el Ipanema con otros republicanos rumbo a México, donde lo esperaban otras citas con la Historia. "En el Café Madrid de la capital mexicana hice amistad con Fidel Castro y el Che Guevara, que preparaban la revolución cubana con el aviador republicano Alberto Bayo en la vieja hacienda de Chalco. Estuve a punto de irme con ellos".

El refugiado político que llegó con las manos vacías emprendería una exitosa carrera como empresario en la megalópolis mexicana, donde otros ourensanos como los hermanos Vázquez Raña alcanzarían fortuna e influencia. "Lo mío no fue tanto, pero pudo serlo. Conocí los Vázquez Raña cuando tenían un pequeño negocio de muebles y andaban todo el día en bicicleta cobrando plazos. Cambiaron de barrio y tenían como vecino a Luis Echeverría, que en los 70 llegaría a la presidencia de México. Había sido antes mi socio en un asunto que no se pudo hacer. Tuvimos unas palabras y perdimos la amistad".

En los negocios iniciales se cruzaron otros nombres que dejarían huella. "Fui socio de un teatro restaurante, el Follies, en el que teníamos como atracción a un tal Mario Moreno. El día que Cantinflas nos dejó por el cine tuvimos que cerrar. En mis modestos comienzos, conocí a un mozote sueco en una pequeña ferretería del que me hice amigo y que me pidió ayuda para encontrar un empleo mejor. No se lo conseguí y volvió a Suecia. Era el futuro presidente Olof Palme".

Fiel asistente a la celebración del Día da Patria Galega en Santiago desde que pudo volver hasta su muerte en 2007, y con hijos llamados Iago Xez, Paio Fiz, Alda Olaia, Elixio Gael y Denís, Elixio Rodríguez nunca abdicó del sentimiento galleguista. Mezclando pasión y pragmatismo, se convirtió en el exilio mexicano en el puente entre la vieja comunidad gallega emigrada, mayoritariamente franquista –la compuesta por aquellos a los que los exiliados llamaban gachupines– y los refugiados –apodados de refugachos– con la misión de revivir en el país azteca una cultura gallega prohibida en su tierra. Impulsó iniciativas como la publicación Saudade, el programa radiofónico A hora de Galicia –que los bacaladeros gallegos escuchaban en onda corta en Terranova–, el Patronato de la Cultura Gallega de México y la revista Vieiros, que tendría una gran influencia en el renovado nacionalismo político en la Galicia de los años 60.

En la larga conversación que Xosé Manuel Pereiro y yo mantuvimos con Elixio Rodríguez en Bande en 1994, poco después de la aparición de su autobiografía Matadeo mañá en Xerais, conservaba intacto a los 84 años el espíritu utópico de sus inicios en las Xuventudes Galeguistas. Recordó que en 1937, a su paso por Mondoñedo camino de una base aérea franquista en Asturias, tentó a la suerte contando emocionado a los otros pilotos el episodio de la heroica resistencia gallega del mariscal Pardo de Celda al dominio de los Reyes Católicos en A Frouxeira.

"El capitán Iglesias Brage (el aviador con un oculto pasado galleguista que sería su jefe en la Legión Condor) se alejó del grupo y me murmuró: ‘Y nunca más hubo resistencia’". "A mí me gustaría erigir en A Frouxeira un monumento a modo de muro gallego de las lamentaciones", nos dijo emocionado en la despedida.

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