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PÁ QUÉ ME INVITAN - INNA AFINOGENOVA

Lo que deja el 2022 en Europa y América Latina

Inna Afinogenova en La Base
Inna Afinogenova en La Base.

El año de la operación especial militar. El 24 de febrero Rusia atacó Ucrania bajo los pretextos de desnazificación, desmilitarización y protección de la población del Donbás. El plan de los brillantes estrategas del Kremlin consistía, al parecer, en tomar el país más grande de Europa en tres días, lograr que su presidente Volodymir Zelenski huyera, sustituirlo por alguien más amistoso con Moscú, y celebrar la hermandad de dos pueblos eslavos.

La guerra relámpago va camino de cumplir un año y no se le ve un final. No hay estimaciones exactas acerca de la cantidad de víctimas: la propaganda de guerra de cada lado se empeña en esconder las cifras de sus bajas e inflar las de las bajas del adversario.

Hace algo más de un mes el jefe de Estado Mayor Conjunto de EEUU, Mark Milley, sugirió que en estos meses de guerra cerca de 100.000 soldados rusos y 100.000 soldados ucranianos han muerto o han resultado heridos, además de unos 40.000 civiles muertos.

De 100.000 soldados ucranianos muertos o heridos habló luego la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, en un discurso que posteriormente fue editado con esa mención del número de víctimas eliminada.

La propaganda de guerra rusa, a su vez, ya hace tiempo que no habla de desnazificación ni de liberación de los hermanos de su régimen nazi. Después de varias retiradas "estratégicas", la más reciente, de un territorio recién anexionado, se enfocaron en 'liberar' a los civiles ucranianos de luz, electricidad, y calefacción.

En las últimas semanas lanzaron decenas de misiles contra la infraestructura energética del país para forzar una negociación de armisticio, que a estas alturas todos saben que serviría sólo como un descanso previo a una nueva fase de la guerra, tal y como sucedió luego de la firma de los acuerdos de Minsk en 2015.

Nos dijeron que iban a liberar a Ucrania de un régimen neonazi y lo que hicieron fue ocupar parte de sus territorios. Dijeron que Rusia estaba en esos territorios para quedarse, organizaron referéndums de anexión, y se retiraron 'estratégicamente' unas semanas después, dejando allí a la gente que colaboró con Rusia y a la que Ucrania va a tratar como criminales y traidores por ello.

Dijeron que no se iba a movilizar a la población, puesto que para una operación especial alcanzaba el número de militares profesionales, y en septiembre iniciaron la primera movilización masiva desde la segunda guerra mundial, provocando, literalmente, una huida de centenares de miles de ciudadanos del país y protestas en algunas regiones.

Dijeron que lo que buscaban era proteger a la población del Donbás, pero la población de la región está sometida a bombardeos diarios desde que se lanzaron a protegerla. Ucrania los bombardea porque sí, porque puede. Y ahora se me va a llenar esto de sesudos analistas diciéndome que la guerra empezó en 2014 y por qué no hablo de ello.

Sí, señores, empezó en 2014 y en ocho años anteriores de guerra, según el Alto Comisionado de la ONU, murieron en Donbás más de 3.000 civiles. Esa cifra la confirma el propio Comité de Investigaciones ruso, si no les sirve el Alto Comisionado de la ONU como fuente. 3.000 civiles en ocho años. ¿Cuánto creen que habrá muerto en esa misma zona, bombardeada un día sí y otro también, desde febrero?

Otro de los objetivos de las autoridades rusas era contrarrestar la amenaza de la OTAN, pero si alguien tiene que ser condecorado por la OTAN en 2022, ese señor se llama Vladimir Vladimirovich Putin.

Gracias a él, los países de la alianza aumentaron sus gastos en defensa, los históricamente neutrales Suecia y Finlandia están camino de integrarse en el bloque, el número de soldados estadounidenses en el suelo europeo aumentó, Ucrania tiene más armamento que nunca y lo seguirá teniendo.

Y Rusia ha recibido nueve paquetes de sanciones, que terminarán estrangulando su economía a largo plazo, miles de víctimas, atentados en su propio territorio, bombardeos diarios de la zona fronteriza con víctimas de las que nadie va a hablar, atentados contra su infraestructura multimillonaria como es Nordstream (y no, no parece que fuera la propia Moscú que voló sus propios gasoductos, hoy ya habla de ello el mismísimo Washington Post citando fuentes de Seguridad Nacional de EEUU).

Y, finalmente, una incomprensión absoluta de una gran parte de su población acerca de las razones de todo esto y del modus operandi.

No habrá paz entre Rusia y Ucrania. De lo que sí se habla últimamente es de un eventual congelamiento del conflicto al estilo de la guerra de Corea: con un armisticio, sin acuerdo de paz, y una suerte de su propio paralelo 38. Algo que sirva para parar la muerte, al menos. La pregunta es cuándo se dará, porque a estas alturas no se le ve un intento de sentarse a negociar a nadie. Este miércoles, Putin volvió a decir que sigue considerando a los ucranianos como pueblo hermano. Me temo que ellos no están muy de acuerdo.

En 2022 esta región nos dio algo de esperanza, a diferencia de Europa. Las elecciones en Colombia, con la victoria de Gustavo Petro y Francia Márquez, fueron una nueva oportunidad para el país. La primera ley que firmó Petro fue la de la paz total. Mientras Europa está inmersa en una guerra, Colombia, un país que sale de décadas de conflicto armado, convierte la búsqueda de la paz en una prioridad y en la política de Estado. La reforma agraria y la reforma fiscal también son dos medidas importantes de las que habrá que estar pendientes.

Brasil, otro país que nos dio esperanza: Lula está a punto de regresar, con un gabinete bastante amplio y un Senado que evidentemente no le va a hacer la vida nada fácil. Pero se va el fascismo del gobierno brasileño, y Latinoamérica recibe una nueva oportunidad, con Lula, para levantar cabeza en la arena internacional.

Aquí acabo con las esperanzas y sigo con desgracias. Argentina, un año marcado por la lucha de extrema derecha contra la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner. En septiembre un radical ultraderechista le restregó una pistola cargada en la cara que falló y no disparó, y hace unas semanas un tribunal la sentenció, sin pruebas, a seis años de cárcel y proscripción política perpetua.

Perú sigue en una crisis de gobernabilidad profunda, con el presidente Pedro Castillo detenido por intentar disolver el parlamento que le iba a declarar y le terminó declarando la vacancia. La que ahora ejerce de jefa de Estado, Dina Boluarte, se comprometió a convocar las elecciones en abril de 2024, mientras declaraba el estado de emergencia y reprimía con militares las protestas. En poco más de una semana, 26 personas murieron como resultado de esa represión.

México y Colombia, concretamente sus presidentes, fueron cruciales para romper el relato hegemónico sobre lo que estaba sucediendo en Perú: no son vándalos los que protestan. Pedro Castillo fue elegido por sectores populares que piden que su voto se respete, la constitución fujimorista le otorga al parlamento una herramienta que le permite echar a cualquier presidente que no le guste, por "incapacidad moral", y un presidente votado por pobres, evidentemente, en Lima no gusta.

La situación en Perú no se calmó, las protestas siguen, la represión sigue, y es difícil imaginar cómo pretende Dina Boluarte mantenerse en el poder hasta 2024. Lo veremos.

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