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Manel Alías, periodista: "Putin no puede permitirse perder la guerra, sería lo mismo que perder el poder"

2022 - Manel Alías, periodista de TV3, informant des de Rússia.
Manel Alías, periodista de TV3, informant des de Rússia. Cedida

Entrevistamos al periodista de TV3 Manel Alías, que publica L'última victòria de l'URSS (Ara Llibres). Gran experto en Rusia, después de trabajar allí siete años como corresponsal, a corto plazo no ve una salida al conflicto de Ucrania.

La Unión Soviética ya no existía cuando se celebraron los Juegos Olímpicos de Barcelona, pero sus deportistas fueron los grandes triunfadores de un evento en el que el equipo unificado se impuso en el medallero. Y era un equipo formado por todas las antiguas repúblicas soviéticas salvo las tres bálticas. A través de las entrevistas con algunos de sus protagonistas, el periodista Manel Alías recupera este relato en L'última victòria de l'URSS. Històries fascinants de l'esport soviètic, des de la Revolució fins a Barcelona 92 (Ara Llibres).

La obra ha aparecido justo 12 meses después que Rússia, l'escenari més gran del món, donde profundizaba en algunos de los reportajes de sus siete años como corresponsal de TV3 y Catalunya Ràdio en el país. Aprovechamos la entrevista con Alías (Berga, 1977) para hablar de deporte, pero también para analizar el estado de la guerra de Ucrania, los posibles futuros movimientos de Vladimir Putin y por dónde puede pasar la salida de un conflicto bélico que el periodista ha cubierto en primera línea, esta vez como enviado especial.

La Unión Soviética fue una enorme potencia deportiva. El origen de este hecho debe buscarse ya en el triunfo de la revolución rusa, que comportará la promoción del deporte entre las clases populares y esto se traduce en la proliferación de un montón de sociedades deportivas en todas partes. ¿El deporte llega a todo el mundo?

El poder soviético quiso aproximarse al deporte de una forma diferente a la que creía que lo hacía el mundo capitalista. La idea base es que en este, el deporte era algo de las élites y la burguesía, que eran los que tenían tiempo y dinero para parar un rato y jugar al tenis. En los años 20 y 30 muy poca gente podía hacer deporte. Inicialmente, la Unión Soviética decidió no participar en los Juegos Olímpicos precisamente por esa concepción burguesa que ven en ellos, y su idea es que cuanta más gente pueda hacer deporte, mejor. Con un doble objetivo. Lo primero es que cuanto más preparada físicamente tengas a la gente, mejores trabajadores serán. Trabaja mejor una persona que está fuerte y sana. El otro es militar, si alguien quiere atacarnos estaremos mejor preparados si tenemos a la gente entrenada.

Se intenta que el deporte esté cerca de los trabajadores, por lo que se organizan estas sociedades deportivas, por ejemplo, en las fábricas, que son muy diferentes a los clubs que nos imaginamos hoy, y también en estamentos como el policial o el militar. Esto se va replicando en todas partes y va combinado con la proliferación de pruebas deportivas, donde se verá si están o no preparados, y el diseño de estas pruebas tiene un componente de salud, pero también militar. Por ejemplo, les hacían cargar cajas de munición, había lanzamiento de granadas... No es hasta que el poder soviético del momento detecta, ya en la guerra fría, que quizás también podrían competir con el otro bloque en el terreno deportivo que entran a los Juegos Olímpicos. 

La URSS debuta en los Juegos de Helsinki, de 1952, y ya desde el primer momento disputa la hegemonía a los Estados Unidos y queda segunda en el medallero, mientras que ya se impone en los de Melbourne, de 1956. Siempre ganará muchísimas medallas. ¿Puede decirse que el sistema deportivo soviético funcionaba?

Sí. Siempre ganaban la URSS o Estados Unidos, pero Estados Unidos no dominaba tan bien los Juegos de Invierno como lo hacía la URSS. Si miramos el olimpismo desde 1952 hasta 1992, que para mí es una victoria soviética, seguramente quien se impone es la Unión Soviética. El sistema funcionaba por muchas cosas, pero resumiéndolo mucho el hecho de que el deporte estuviera en todas partes generaba mucha base deportiva. Primero tenías que ser el primero de tu ciudad, después el primero de tu república soviética y después intentar entrar en el equipo nacional. La competición era tan amplia que en algunas modalidades quedar campeón soviético equivalía casi a ser campeón del mundo. Todos tenemos en el imaginario los entrenamientos con un sistema salvaje, que es verdad e, incluso, dopaje en algunos momentos, pero también había muy buenos entrenadores, había ciencia detrás del deporte.

Se invertían muchos recursos, ¿no?

Sí. Tenían todo lo necesario para entrenar y ciencia detrás. Entrenadores bien preparados que sabían transmitir lo que se debe hacer para ganar. Y esto muy bien estructurado. Muchos [de los deportistas entrevistados en el libro] cuando te hablaban de la Rusia de Putin te decían que todo esto ya no lo tienen hoy, que funcionaba mucho mejor antes. A esto hay que añadirle otra cosa y es que todo este sistema preparaba a soviéticos y un soviético es un soviético. Mucha de esa gente se convirtió en entrenadores en Occidente después de los Juegos de Barcelona, ​​e intentaron aplicar los mismos métodos, pero a un niño no soviético no le puedes aplicar lo mismo. 

Hay un episodio, al menos curioso y bastante desconocido, que apunta en el libro y es la presunta colaboración de Samaranch con el KGB, que a cambio le habría garantizado el apoyo del bloque del este en su elección como presidente del COI en 1980.

Es un capítulo muy desconocido y el propio Samaranch lo negó. Debemos recordar que Samaranch llega a Moscú en 1977 como embajador, pero ya estaba metido en el mundo del deporte y había sido concejal en Barcelona. En tres años en Moscú logra pasar a ser elegido presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), coincidiendo con los Juegos que se celebraban ese año. Según la versión de los autores del libro The KGB Plays Chess, nada más llegar a Moscú, le pusieron a una persona a seguirle, y lo habrían descubierto intentando sacar antigüedades de la URSS. A partir de ahí le habrían chantajeado y él se habría prestado. No sabemos qué tipo de información habría pasado, pero parece que lo habrían captado de esta forma y en 1980 en Moscú gana la elección al COI con muchos votos. Hay que decir también que Samaranch tuvo un papel destacado para que en Barcelona [los antiguos deportistas soviéticos] pudieran organizarse como equipo unificado.

Los Juegos de Barcelona llegan en un momento de cambio geopolítico, la Unión Soviética ya no existía como estado y se está al inicio de una transición salvaje en aquellas sociedades. Pero el equipo unificado triunfa, evidentemente con deportistas formados en el sistema soviético. ¿Cómo afrontaron la competición en un contexto así?

Mi idea era escribir un libro que si te gustan los deportes te guste seguro, pero que si no te gustan, también te guste. El deporte me sirve para contar muchas otras cosas. Svetlana Aleksiévich habla del hommo sovieticus, tenemos a esta gente que viene aquí y está completamente desorientada. Muchos ganan y escuchan un himno que nunca habían escuchado, esperaban el soviético y no escucharlo es un bajón. Lo de ser soviéticos muchos se lo creían genuinamente, porque era una propaganda que funcionaba muy bien, con cosas objetivamente buenas y cosas que no, pero como tampoco podían comparar mucho…

Son personas desorientadas, pero al mismo tiempo iluminadas por Barcelona. Ser soviético era siempre algo diferente al resto de países, ¿qué otros deportistas viajarían en el avión con el KGB? ¿Qué otros se colgaban un oro olímpico y después vendían VHS en la calle [para ganar dinero]? Venir a Barcelona representa que todo esto se está derrumbando y se abre un mundo cuyas reglas no conoce, porque a un soviético no lo has preparado para estas reglas. También hablo con gente que en Barcelona les va bien, porque ganan el oro, pero para ellos es el fin de una era. De lo que no tienen dudas es que es la Unión Soviética lo que les ha llevado a ganar el oro y después esto se acaba, y eran conscientes de ello.

Los deportistas que entrevista tienen en común una cierta nostalgia de la época soviética. ¿Le llamó la atención?

Totalmente. ¿Qué les ocurría? Por un lado, se abre un mundo de oportunidades. A muchos de ellos ya los habían contactado de Estados Unidos o de otras partes para ficharlos y les ofrecían contratos muy suculentos, pero no podían aceptarlos, porque era peligroso, debían desertar y les daba miedo y no lo aceptaban. Con Barcelona esto cambia y algunos ya ni vuelven, por ejemplo Djushebáev pasa de Moscú a Santander, seguramente no podía haber dos mundos más distintos en ese momento. Otro caso significativo es Vitali Xerbo, que gana seis oros en Barcelona y empieza a recibir contratos y lo que hace es hacer exhibiciones en Estados Unidos a cambio de mucho dinero, pero sabía que si quería seguir sumando oros debía seguir entrenándose en Bielorrusia. Luego por cuestiones personales se le rompe el plan.

Todavía hoy Djushebáev dice que el equipo más bestia que ha visto en su vida era el CSKA. Hay un punto de nostalgia que se entiende, es cuando eres joven y ganas los oros, pero hay una parte que es sistema también y carácter y eso lo echan de menos en algunas cosas. También hay quemados con no tener vida, hablamos de gente que con 15 o 16 años se pasaban 300 días concentrados, porque no conseguir el oro ya era un fracaso. Hoy en día, ellos como entrenadores saben que no pueden prepararse así, porque la sociedad ya no lo permitiría.

La caída de la URSS da paso a una transición salvaje en Rusia, que termina en 1999 con la llegada de Putin al poder. También utiliza el deporte en su objetivo de resituar a Rusia como gran potencia mundial.

Totalmente. Lo utiliza en una doble vertiente, una es la misma filosofía que la Unión Soviética, aunque la ideología es diferente porque Putin de comunista y de izquierdas tiene cero, pero sí intenta utilizar los deportes para competir con Estados Unidos. Y después está la vertiente personal suya, de intentar mostrarse como un hombre deportivo, valiente, el macho alfa, que eso no lo tenían tanto los líderes soviéticos. Utiliza el deporte como arma política propagandística, pero en su figura política el hecho de hacer deporte es trascendental.

Rusia organiza los Juegos Olímpicos de Invierno de 2014, en Sochi, y después el Mundial de fútbol de 2018, pero todo esto termina cuando se revela un sistema estatal de dopaje que le convierte en un paria en el mundo del deporte global. ¿La lectura es que todo se valía para conseguir éxitos?

Por un lado sí, pero por otro lo que intenta hacer Putin en realidad es conseguir lo mismo que la URSS pero con un atajo. Con el escándalo del dopaje este éxito se va al traste y la guerra es la estocada final, que afecta masivamente al deporte y también a él personalmente. A Putin le habían dado todos los títulos deportivos que pueda haber, también dentro del olimpismo, y se los quitan, pero el batacazo fuerte es para los deportistas rusos. En esto volvemos a los primeros años de la Unión Soviética, al volverse a levantar una especie de telón, la Rusia de Putin se verá obligada a volver a las Spartakiadas o algo similar, es decir, a organizar competiciones para sus deportistas y algunos invitados.

Algunos de los deportistas que entrevista se han posicionado claramente en defensa de Putin. Es cierto que algunos tienen o han tenido cargos en torno a Rusia Unida, su partido. ¿Pero le ha sorprendido o hay que tener en cuenta que oponerse a Putin y a la guerra es muy difícil si quieres vivir allí?

A la hora de oponerse a la guerra no tengo demasiados reproches para el pueblo ruso, pero sí para los estamentos de poder. He echado en falta valentía en muchos sectores y el deporte es uno de ellos, me han decepcionado. Así como mucha gente normal y corriente no puede ni plantearse expresar la opinión protestante porque te va la libertad, el trabajo, todo, en estos estamentos de poder, una mínima infraestructura vital la tienen resuelta, tienen casas y dinero, tienen posibilidades, incluso, de abandonar el país. Si se hubieran organizado mínimamente para protestar habrían podido hacerlo sin que hubiera una purga muy bestia. Si los clubs, como Dinamo, CSKA o Spartak, hubieran hecho una acción tan simple como ponerse todos a la vez una camiseta donde ponga "paz" no pueden acabar con la liga de un día para otro y, en realidad, no cometen ningún crimen, no insultan al presidente. Pero no he visto nada así, no he visto ningún acto imaginativo para intentar confrontarse con lo que estaba pasando, intentar detenerlo o presionar. Algunos no lo hacen, porque creen que Putin está haciendo lo que hay que hacer y un ejemplo sería [Aleksandr] Karelin, ese luchador legendario [uno de los protagonistas del libro].

En alguna reciente entrevista ha comentado que Putin está dispuesto a hacer lo que sea para ganar la guerra. ¿Qué significa exactamente esto? ¿Y qué significa para Putin ganar la guerra?

La primera pregunta, lo que sea, pon armas nucleares si quieres. Dispuesto no quiere decir que quiera, quiere decir que si ve que la está perdiendo y solo le queda ese recurso, es capaz. Faltaría ver si considera que es suficiente o no y cómo le asesoran, porque probablemente hasta ahora lo han estado asesorando mal y quizás lo empieza a ver, estoy seguro de que no imaginaba que la guerra iría de esa manera. Si es necesario utilizará el arma nuclear porque no puede permitirse perder la guerra. Perder la guerra prácticamente es lo mismo que perder el poder, ha ido demasiado lejos.

¿Y qué podría significar para él ganar la guerra? Esto es lo que no podemos responder claramente, pero es la única salida a la guerra que existe ahora mismo. No tenemos conversaciones de paz abiertas, no tenemos ni el intento de hablar porque cada bando confía en ganarla y eso significa guerra durante tiempo. Y está el elemento invierno, que en teoría ralentiza la guerra, hace el avance muy lento, puede haber repliegues tácticos... Con esto quiero decir que de momento vamos a una guerra más larga y como veo que todo el mundo la quiere ganar, una posible salida sería hacer trampas. Es decir, que cada uno pueda decirle a su público que la ha ganado, pero que en realidad la haya ganado solo uno, o nadie o que la haya perdido todo el mundo. Una forma de terminarla es decir que lo que quería conseguir lo ha conseguido. Todavía no se sabe muy bien qué era lo que quería conseguir Putin, está lo que cada uno puede pensar. Algunos piensan que quería quedarse toda Ucrania, otros anexionarse a todo el Donbass, como ha hecho con las cuatro regiones, no lo sabemos. 

¿Es sostenible la anexión de estas cuatro regiones?

No, lo veo muy difícil. Pero es un callejón sin salida en el sentido de que una de las cosas que hizo Putin antes de la guerra fue cambiar la Constitución rusa y uno de los nuevos artículos dice que no se pueden dar a ningún otro país territorios incorporados a Rusia. Esto estaba escrito pensando en Crimea, pero ahora ya tenemos otras cuatro regiones, que ni siquiera está claro donde pones las fronteras, porque no las controla y la línea se va moviendo. Ellos dicen que en teoría en los referéndums ha votado gente de esos lugares y si pasan a Ucrania significa que te están tomando una parte de tu territorio y, según tu Constitución, no puedes entregarlo, tienes que intentarlo recuperar.

Estamos en una situación muy complicada para ver el fin de la guerra. Una de las salidas es que cada uno se haga trampas. Al final Putin puede ir rebajando el listón hasta decir "hemos logrado que no nos invadan", porque lo está planteando como una guerra preventiva. Es mentira, pero en teoría está haciendo la guerra para que Ucrania, con la ayuda de la OTAN, no ataque a Rusia, y si en tres años esto no ha pasado, él puede seguir mintiendo y decir que "gracias a que puse dos huevos como una catedral en el Donbass, no han podido entrar".

El hecho de que se esté alargando y no haya sido una guerra relámpago, ¿se está traduciendo en un cuestionamiento interno de la figura de Putin?

Cuesta mucho que aflore, pero puedo asegurarte que, pese a la propaganda, Putin tiene ahora menos apoyo que el que tenía antes de la guerra. Y lo tiene en dos líneas, los que estaban en contra, ahora están más en contra, pero lo que es significativo también es que los que le apoyaban también están decepcionados, porque no esperaban que la guerra fuera tan mal. Están enfadados con él por no haber hecho lo que ellos creen una "guerra como dios manda". Tenemos la decepción de ambos extremos, pero quedan los putinistas convencidos, que son muchos, y quedan los que no pueden expresarse, porque tienen miedo a perder la situación de privilegio que tienen.

¿Qué impacto a nivel ciudadano están teniendo las sanciones económicas?

Tienen un impacto, se notan, pero debe entenderse también la historia soviética y rusa para valorar esto. Si lo valoramos desde aquí no lo entendemos, porque aquí estaríamos todos en la calle, allí queda mucho margen antes de que sea un sufrimiento insufrible. Pero viajar a Europa se ha terminado, no solo por las sanciones, sino porque antes un viaje como Barcelona – Moscú eran 4h 30 y podías hacerlo por 300 o 400 euros, ahora es todo un día de viaje vía Estambul y los billetes se van a 3.000 euros, ¿quién puede permitírselo?

Sin en ningún caso compartir la actuación de Putin, numerosos analistas cuestionan el papel de la OTAN desde la caída de la Unión Soviética, cuya expansión hacia el este probablemente no era necesaria.

Creo que la estrategia occidental no ha sido buena. Si se quería evitar una guerra con un personaje como Putin podían haberse hecho muchas más cosas, hay determinados pasos o acciones que no son necesarias. Sin ir más atrás, cuando Estados Unidos alertaba de que Putin estaba preparando una invasión, que yo no me lo creía, hubo gestos que no hacían falta, como enviar chalecos, porque estos chalecos no cambian nada y si Putin empieza ya los enviarás al día siguiente. Cualquier excusa que le des a esa persona la va a utilizar y le va muy bien a su propaganda.

Hay muchas cosas que serían horas de discusión, creo que si un país libremente quiere entrar a la OTAN que entre, pero es verdad que en la estrategia de la OTAN desde mucho tiempo atrás quizás muchas cosas no hacían falta para mantener a Rusia tranquila. Dudo que nunca ningún país de la OTAN se atreviera a una invasión en Rusia, pero no era necesario aproximarse a ella. Ahora bien, también es verdad que cuando escuchas a los dirigentes de estos países pequeños, te hacen pensar. Imagínate si ahora eres Estonia, Letonia o Lituania, te dirían que si no estuvieran donde están, en cuatro días Rusia se me come.

La retórica de la OTAN tampoco me gusta, pero para mí lo más interesante ahora sería pensar cómo ayudaremos a Rusia si empieza en ella un movimiento nuevo y más democrático. Con la caída de la URSS, Occidente no estuvo a la altura, porque el sentimiento en Rusia es de humillación y esto alimenta a la extrema derecha y lo que estamos viendo ahora. Para detener a Putin ya es tarde, ahora el tema es cómo salimos. Habría que trabajar en cómo mejorar las relaciones con Rusia, el mayor territorio del mundo, si empieza algo más democrático, para que no vuelva a ir mal. El relevo Gorbachov-Yeltsin fue un fracaso y para los rusos supuso hambre, peligro en la calle, que desaparecieran los ahorros y que las empresas que eran de todos se las quedaran cuatro oligarcas. Y de esa sensación de fracaso vive Putin todavía.

¿Ve a Occidente ahora mismo con capacidad para ayudar a expandir la democracia, cuando en sus propios países los movimientos de extrema derecha no dejan de ganar peso?

Creo que en la estrategia de Putin existe este cálculo, si hubiera visto democracias mucho más fuertes y organizadas quizás no hubiera dado ese paso. De alguna forma veía que el mundo occidental tenía algunos problemas y a él esto le encanta. A pesar de toda la propaganda, la aspiración de los rusos es vivir como estas democracias, todos los oligarcas y jefes del Kremlin envían a sus hijos a estudiar aquí y la gente normal cuando te habla de Barcelona, ​​Salou o cualquier lugar de Europa se imaginan un oasis de paz. La propaganda rusa lleva muchos años invirtiendo muchos esfuerzos en enseñar por televisión que Europa y Occidente tienen problemas, con la inmigración, con las libertades, por eso apostaron tan fuerte con el Procés enseñando lo que querían.

Putin era un modelo para muchos dirigentes de ultraderecha del mundo, todos los partidos de extrema derecha europeos venían a Moscú y esto ha terminado, porque ahora hacerse una foto con Putin ya no te da votos. Sin embargo, los movimientos de extrema derecha tienen ahora un buen caldo de cultivo, y no lo puedo entender. Tenemos el caso de Donald Trump que ya lo han probado, pero en cambio podría volver a ganar, es muy decepcionante, pero también es verdad que no acabamos de aprender las lecciones, porque quizás Biden no es la persona más enérgica del mundo para enfrentarse ahora a algo así.

Después de siete años de corresponsal en Rusia, una vez regresa aquí le ha tocado ir como enviado especial a cubrir la guerra. ¿Se ve demasiado más tiempo haciéndolo?

Cuando llegué allí en el 2015 estaba la guerra en el Donbass y es la primera cobertura que hago, sin plantearme nada. Soy corresponsal de una zona donde existe un conflicto y lo cubro. No me hacía demasiadas preguntas, simplemente ir haciendo e ir trabajando. La escala del conflicto era diferente, pero una vez estás dentro de las situaciones más o menos son similares. Lo que me ha pasado ahora es que ya había vuelto después de siete años de corresponsal, cuando normalmente un corresponsal de TV3 y Catalunya Ràdio permanece tres o cuatro años. Había vuelto de forma muy meditada, con un hijo pequeño, para mí era un momento de cambio, de dejarlo atrás, pero llego con un plan de vida y de repente te lo giran totalmente.

Estaba cantado que tenía que ir, pero me genera una incomodidad, porque no estoy bien aquí sabiendo que allí hay guerra, ni allí sabiendo que yo había decidido volver. Mi problema es que si voy allí, luego no puedo mirarlo de lejos, pero no me gusta estar, no me gusta estar en primera línea, no me gusta arriesgarme. Y sé que cada vez que vaya tendré peligros y ya me ha pasado cerca demasiadas veces. No es una cuestión de pensar que como los gatos tienes siete vidas, es casi matemática pura, si sigues así te va a pasar [algo]. Entonces, se me junta esto, con un niño pequeño y mi esposa aquí, que ellos sufren mucho y me siento como egoísta haciendo mi trabajo ahora. Entre que ya lo había dejado y lo que voy pensando cuando me ocurre algo, ya veo que es el momento de irme desvinculando. Además, ahora ya tenemos a un nuevo corresponsal y le toca que se lo vaya haciendo suyo. Creo que mi etapa cubriendo la guerra termina.

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