Este artículo se publicó hace 15 años.
Frenesí familiar en la ciudad de las vacaciones
Me dicen que el transporte más eficaz para ir desde el centro de Oropesa a la ciudad de vacaciones es un tren turístico por las calles de la ciudad. Monto desconfiado. Una voz femenina de surtidor de gasolinera habla sobre los lugares más populares centrándose en las zonas de restaurantes y de compras. La gente nos saluda desde las aceras. Algunos aplauden el paso del tren. Tres euros y soy la reina de Inglaterra. Mi primera y última vez en Marina dOr será inolvidable.
Cola en la recepción del hotel Gran Duque. La madre que guarda turno delante avisa a su hijo: "O te portas bien o te quedas sin Wii". Hay niños por todas partes. La decena de maquetas que se exponen a la entrada da una idea del sueño megalómano que un día fue Marina dOr. Ahora todo son sueños irrealizables. El proyecto está tan agotado que ni las luces de las maquetas funcionan.
Las cosas han cambiado: "La gente va al supermercado y se hace los bocatas en las habitaciones de los hoteles"Un señor protesta en recepción. No le dejan fumar en la habitación. "¿Y comer, me vais a dejar comer?". Un matrimonio prepara su primera jornada. El padre de familia tiene que ir a buscar a la suegra a la estación de tren y a la cuñada al autocar. Planazo a la vista.
No hay más que familias numerosas más suegra. Tampoco hay sol, pero la playa está llena. Los padres también controlan a los abuelos. Un niño camina hasta donde moja el agua. "Abuela dice mamá que dejéis de quitar las chirlas de la arena". Aquí arrasa la prensa deportiva.
Me acerco al balneario de agua marina en el hotel cinco estrellas. En el hall alucino con la imitación de los frescos de la Capilla Sixtina. ¿Era realmente necesario? No tengo entrada para las aguas reparadoras, pero un niño me hace pensar que he acertado: "Pá-pá si te metes primero en el agua helada y luego en la otra y te quedas fino".
El conjunto residencial parece la suma de hoteles y apartamentos de playa más la feria de un pueblo en fiestas junto a un outlet de ropa. La ciudad de vacaciones intenta ofrecer todo para que nadie salga de allí y se pase el día consumiendo en los negocios propios.
Pero las cosas han cambiado: "La gente va al supermercado y se hace los bocatas en las habitaciones de los hoteles. Por ahorrarse los seis euros del taxi vienen con las maletas andando los tres kilómetros desde la estación de tren", me cuenta un taxista desilusionado. Se acabaron las excursiones a los pueblos vecinos.
En el mini-parque de atracciones los padres compran minutos de descanso. Depositan a sus hijos en las máquinas y se sientan con la mirada en el infinito. Están agotados y sólo sonríen en las fotos. Llevan todo el día encadenando amenazas con promesas de diversión.
El coche oficial aquí es el carrito de niño. Los llantos se suceden. La última moda local entre las niñas es hacerse trenzas pequeñas. Un servicio económico ofrecido por un grupo de subsaharianas.
Los más inadaptados son los adolescentes. Sobre todo a los que no les gustan los deportes. Las pistas de pádel y fútbol sala están llenas. Cristiano Ronaldo sería el veinteañero más elegante aquí.
Antes de retirarse a las habitaciones, padres e hijos disfrutan juntos con el grupo de animación. Las canciones de Miliki y los bailes han de lograr un objetivo: que los niños queden agotados.
Llego de los últimos al desayuno del hotel. Según la lista estamos todos, no ha faltado nadie. Hay que esperar para poder sentarse. El jefe de sala me entrega en adopción a una familia numerosa. Mi nuevo tutor desayuna con la gorra puesta. Los niños me eligen como punto limpio para depositar los envoltorios de la bollería.
Hasta hace poco Marina d'Or bombardeaba con todo tipo de anuncios y patrocinios como el certamen de Miss España. Ahora están de capa caída. Me acuerdo de cuando una amiga me contaba que quiso invitar a su hermano pequeño a EuroDisney y el pequeño le replicó: "No, quiero ir a Marina d'Or, ciudad de vacaciones". Nunca sabrán todo lo que se perdieron.
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