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Fuerteventura: la fascinación de la isla del silencio

Impresionantes campos de dunas, más de tres mil horas de sol al año, playas de fina arena, aguas a las que la luz saca destellos de clarísimo azul turquesa... Y silencio; un silencio que nos sitúa a miles de kilómetros d

CARMEN V. VALIÑA

Dicen que los primeros pobladores de Fuerteventura eran de raíz bereber. Y que en el islote de Lobos, hoy Parque Natural, los navegantes del siglo XV se quedaban perplejos por la cantidad de focas monje que habían elegido aquel lugar como su territorio. El pasado de esta isla, la más oriental de Canarias, está en el filo entre la leyenda y la realidad. Esa magia se palpa todavía en numerosos rincones; en sus seis municipios (Antigua, Betancuria, La Oliva, Pájara, Puerto del Rosario y Tuineje) y en toda una serie de pintorescos paisajes. Playas de aguas cristalinas, finísimas arenas y un clima prodigioso, con tres mil horas de sol al año, la convierten en un paraíso en la tierra, sin salir de territorio español. El tiempo parece detenerse mientras el silencio lo cubre todo. Arena, sol, piedra. Y una quietud que parece emerger de tiempos pretéritos.

De ese pasado hablan los núcleos protourbanos de Antigua, pequeños poblados con construcciones circulares y semicirculares. Y la historia de Betancuria, fundada en 1404 por el conquistador normando Juan de Bethencourt, y capital de la isla en su nacimiento. La actual, Puerto del Rosario, concentra la mayor actividad de la isla, pero quienes busquen una naturaleza privilegiada deberán optar por las espectaculares playas de Pájara o por La Oliva, donde reciben al visitante la montaña de Tindaya y dos de los espacios naturales más bellos de toda Fuerteventura: el Parque Natural de Corralejo, con su espectacular campo de dunas, y el Parque Natural del Islote de Lobos, que alberga unas 130 especies naturales y vegetales.

En este municipio se encuentran además el Monumento Natural del Malpaís de la Arena, fruto de erupciones volcánicas milenarias, y el Paisaje Protegido de Vallebrón. Pájara cuenta con la mayor extensión de playas, y Tuineje, con un clima cálido y fresco que la hace agradable para disfrutar durante todo el año.

El aire marinero no se ha perdido en la isla, e inunda la vista en El Cotillo y en Corralejo, un pueblo pesquero de playas de aspecto interminable en las que windsurfistas y submarinistas tienen su particular paraíso. Jandía es el edén de las dunas y la soledad, de las playas casi vírgenes que invitan a descubrir la magia de lo inédito.

La Unesco declaraba hace apenas un mes la isla y los mares de Fuerteventura Reserva de la Biosfera, una categoría reservada a los más importantes entornos medioambientales de todo el planeta. Bien lo merece su mar intensamente azul, transparente. La belleza de los parajes majoreros. Reencontrarse con la quietud y el silencio, en estos tiempos en que tanto escasean, es toda una experiencia.






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