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La gran gesta de Lorenzo

El balear consigue el título de la máxima cilindrada en Sepang, 11 años después del triunfo de Alex Crivillé en 500cc. Prudente, el de Yamaha acabó tercero la carrera. Marcó el ritmo en las primeras vue

ALBERTO CABELLO

El retrato del Jorge Lorenzo coronado ayer campeón del mundo de Moto GP es el de un piloto de carne y hueso. Años antes, cuando llegó a la categoría, el balear se inventó un personaje a mitad de camino entre un héroe del cómic y el protagonista de un videojuego. Una secuela de aquella película, Tron, en la que el primer actor era atrapado por la aventura gráfica de una computadora. Intentó derrocar a Valentino Rossi a través de la imprudencia, de trazadas imposibles, de escribir un martirologio con el relato de sus innumerables caídas, fracturas y arañazos. El Lorenzo del año pasado acabó cuatro veces por los suelos en día de carrera.

El nuevo Jorge campeón del mundo sólo ha probado el asfalto esta temporada en dos ocasiones en jornadas de entrenamiento. No se dejó ayer tentar por las llamadas de Rossi a otra sesión de esas kamikaze como la de Japón. Optó por la calma, dejó marchar al italiano y a Dovizioso para conformarse con un suficiente tercer puesto en el Gran Premio de Malasia.

El segundo español, tras Alex Crivillé en 1999, en ganar el título en la máxima cilindrada ha edificado su triunfo a partir de una regularidad infalible. En todo momento, con cualquier circuito, ya sea en seco o mojado, se ha mostrado como el mejor sin la necesidad de poner en riesgo su seguridad. Su conquista no tiene peros. Demostró su superioridad antes de la caída de Valentino o del último accidente de Dani Pedrosa. Dentro de su guarida, su cohorte de mecánicos proclama que este es un Lorenzo con algo más de sensatez. Que ha comprendido que su grandeza no va asociada al nivel de temeridad.

En las primeras vueltas de la carrera mostró su nueva reputación de campeón del mundo. Aprovechó su pole y marcó el ritmo. Ya con todo en orden se dejó llevar. Se acomodó en la tercera posición y disfrutó de unas últimas vueltas sin sobresaltos. Estuvo conforme con dejar a Rossi la victoria en Sepang, la número 46 desde que es piloto de Yamaha.

Con la bandera a cuadros en reposo llegó el espectáculo. Su círculo preparó la fiesta con una puesta en escena como homenaje al nacimiento hace 25 años de uno de los primeros héroes del videojuego: SuperMario. Disfrazados del saltarín fontanero y su inseparable primo, dos de sus colaboradores le asaltaron en el circuito para festejar el triunfo. Para simbolizar que la partida de esta temporada estaba acabada, Lorenzo enseñó a la cámara el cartel de Game Over.

No gesticuló demasiado. Golpeó varias veces su Yamaha con el puño y luego pegó su cabeza a la máquina. El espejo tintado de su casco escondió sus emociones. Con la cara al aire y con cámaras delante no hubo lugar para la lágrima. Antes, Valentino Rossi se cruzó con el campeón, le tendió la mano. El español tapió la escena con un muro de frialdad, el mismo que hay en el box de su equipo. El contacto duró menos de un segundo y más efímera fue aún la mirada. Los sentidos abrazos y felicitaciones aguardaron a que su moto estacionara a unos metros de su clan.

 

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