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Las grandes expectativas de David Cameron

NAOMI WOLF

Mientras escucho las noticias que provienen de Inglaterra tras la reciente ola de disturbios urbanos -y mientras leo la nueva e irresistible biografía de Charles Dickens escrita por Robert Douglas-Fairhurst, Becoming Dickens-, la vida y el arte parecen replicarse entre sí.

Tras los disturbios, el primer ministro británico, David Cameron, propuso resucitar los juzgados de menores, reclamó sentencias duras, meter entre rejas a los convictos y otras ideas más odiosas todavía. Por ejemplo, los convictos podrían ser expuestos intencionadamente al acoso público a través de tareas de limpieza. Y sus familias, que no cometieron ningún delito, podrían ser desalojadas de sus viviendas subsidiadas por el Estado. Cameron también analiza arrestos por comentarios en Facebook, la suspensión de las redes sociales y un poder más letal para la Policía.

No estoy a favor de la indulgencia con los saqueadores y los matones, pero ya sabemos adónde conducirá la legislación punitiva que está proponiendo Cameron y sus esfuerzos por explotar el malestar civil para tomar medidas drásticas contra las libertades civiles.

De la misma manera, ya sabemos cómo era una Inglaterra sin una red de Seguridad Social -donde los pobres no tienen ninguna esperanza ni movilidad-. La educación pública prácticamente no existía para las 'órdenes inferiores' hace 150 años y la universidad era una fantasía para estas -como podría volver a suceder, ya que el coste de la matrícula puede triplicarse en el mandato de Cameron-.

Las sociedades capitalistas occidentales, especialmente Reino Unido y EEUU, actualmente están en el proceso de retroceder en el tiempo a la era previctoriana, para beneficio de un pequeño grupo de élites que excluye a la clase media y a la trabajadora, las más beneficiadas con las reformas sociales, económicas y políticas de los victorianos, por no hablar de los pobres.

En consecuencia, se ha vuelto un imperativo recordar que fueron los últimos victorianos los que reconocieron la dimensión moral de la modernidad, dando lugar a casi todos los tipos de reformas públicas que hoy damos por sentadas como la marca de una sociedad civilizada.

Las sociedades capitalistas están en proceso de retroceder a la era previctorianaLa realidad victoriana temprana -niños indigentes en las calles, una epidemia de cólera atroz y mugre nocturna sin recoger en las calles- era una altamente privatizada. En la década de 1830, niños y niñas que provenían de familias económicamente vulnerables podían terminar sin escolarizar trabajando 18 horas al día en fábricas de betún, como Dickens a los 12 años. La gente que no pagaba a sus acreedores era enviada -junto con sus familias- a las cárceles de los deudores, como pasó con el padre de Charles Dickens, encarcelado por deber 40 libras.

En aquella época, Londres era una ciudad en la que una tercera parte de las mujeres eran sirvientas y otra tercera parte, prostitutas. Una enorme brecha entre las élites y todos los demás aseguraba que los escalones más altos de la literatura, los negocios y la política estuvieran en manos de la minoría adinerada. Y así es como más o menos se veía toda Inglaterra sin una red de Seguridad Social.

En contraste, los últimos victorianos, entre las décadas de 1850 a 1880, crearon importantes obras públicas e iniciativas de bienestar que incluyeron redes de hospitales financiados por el Estado y una educación primaria obligatoria. Expandieron un sistema de asilos para pobres y ayuda para los desposeídos, construyeron sistemas municipales de suministro de agua y tratamiento de aguas servidas, municipalizaron las fuerzas policiales y supervisaron la inversión pública en lugares históricos como el terraplén del Támesis y el Victoria and Albert Museum.

No hay nada novedoso o innovador en la privatización de los servicios básicosDe la misma manera, con decenas de miles de niños en la calle que dependían de lo que podían hurgar en la basura o robar para alimentarse, los últimos victorianos establecieron sistemas de orfanatos. Encargaron las primeras encuestas epidemiológicas para identificar la causa de los brotes de cólera y construyeron nuevas centrales depuradoras de agua para frenar la propagación de la enfermedad del Támesis mugriento y de las bombas locales contaminadas. Construyeron los primeros hospitales públicos en un momento en el que los nacimientos y otras prácticas médicas en las casas propiciaban el contagio y la muerte.

En las democracias capitalistas de hoy, el olvido por parte de la mayoría de los ciudadanos de esta historia favorece los intereses de las élites; de lo contrario, mucha más gente, si no la mayoría, estaría reclamando a gritos la muerte de los esfuerzos cada vez más exitosos por reducir el sector público.

Mientras Cameron y otros conservadores occidentales intensifican sus esfuerzos por volver al pasado, es importante tener en mente que no hay nada novedoso o innovador en la ausencia de un Estado benefactor y la privatización de los servicios básicos. Ya pasamos por eso -de hecho, mucho de lo que hoy está siendo desmantelado en Gran Bretaña fue construido en la época victoriana debido a las condiciones sociales atroces de la mayoría de la gente-. Si las fuerzas políticas conservadoras de hoy siguen en el poder, Inglaterra y otros países occidentales corren el riesgo de regresar a un pasado oscuro, peligroso e ignorante.

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