Este artículo se publicó hace 15 años.
Un insólito museo en las profundidades de la UNESCO
La cabeza del Ángel de Nagasaki es una escultura labrada en piedra que tiene las facciones derretidas desde que una bomba atómica asoló en 1945 esa ciudad nipona y que ahora contempla discretamente el "Jardín de la Paz", uno de los pequeños tesoros artísticos que alberga la sede de la UNESCO en París.
La estatua proviene de la fachada de la Iglesia Ucraniana de Nagasaki, del único muro de aquel templo que sobrevivió a la explosión nuclear, a finales de la Segunda Guerra Mundial, y desde 1978 forma parte del fondo de museo de la UNESCO, como regalo de la ciudad a la organización.
Frente a ese testigo pétreo de la devastación humana, 80 toneladas de piedras trasladadas desde Japón y emplazadas en un espacio de cerca de 2.000 metros cuadrados conforman un jardín japonés concebido por el paisajista y arquitecto Isamu Noguchi, explicó a Efe la española Tania Fernández de Toledo, responsable de la colección de arte de la organización.
Este reducto de calma que salpica el seno de la Unesco de cerezos, magnolias, puentes y estanques, es una pequeña reliquia escondida entre edificios institucionales como la Agencia Espacial Europea o los ministerios franceses de Asuntos Exteriores y de Defensa, situados en las proximidades de la organización de las Naciones Unidas encargada de velar por la Educación, la Ciencia y la Cultura.
Conocida principalmente por sus "listas de patrimonio de la Humanidad", en las que distingue enclaves naturales o culturales excepcionales, la UNESCO alberga en su sede una colección artística de más de 600 obras que este año celebra su 60 aniversario.
Entre ellas se puede visitar uno de los olivos más singulares del mundo, no sólo por ser un árbol-escultura ideado por el israelí Dani Karavan, sino porque es la pieza más representativa de la llamada "Plaza de la Tolerancia Isaac Rabin", dedicada al ex primer ministro de Israel y Premio Nobel de la Paz, asesinado a balazos por un extremista sionista en 1995.
Cerca del árbol se puede leer la Constitución de la UNESCO en diez lenguas diferentes, entre ellas el árabe y el hebreo, donde resalta una frase que recuerda que "puesto que las guerras comienzan en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz".
Junto a obras de marcado simbolismo pacífico, la sede de la Unesco acoge también piezas que van desde las reliquias cuniformes iraquíes hasta los grandes genios del siglo XX.
En cada esquina del que un día fue el edificio más moderno de París, ideado por Bernard Zehrfuss, Pier Luigi Nervi y Marcel Breuer con una estructura de madera y recubierto íntegramente de cemento, acecha el rastro del ingenio de creadores variopintos, que van desde Pablo Picasso a Erró.
El malagueño diseñó para la UNESCO el que es su trabajo de mayor tamaño, un mural de noventa metros cuadrados que lleva por título "La caída de Ícaro", no muy lejos de una escultura de Alexander Calder que es la pieza más grande del estadounidense instalada en suelo europeo.
Junto a ellos, la colección que gestiona Fernández de Toledo cuenta en su catálogo con nombres como los de George Braque, Joan Miró, Eduardo Chillida, Antoni Tàpies, Alberto Giacometi, Goya, Roberto Matta, Piet Mondrian, Henry Moore o Rufino Tamayo, entre otros.
En los inicios de la organización, la UNESCO encargaba a los artistas las obras (como es el caso de Moore, Picasso o Miró), pero desde los años setenta todas las piezas que han pasado a formar parte de esta agencia de Naciones Unidas son donaciones de los Estados, previa aceptación de un comité internacional que evalúa los trabajos.
La agencia que actualmente dirige el japonés Koichiro Matsrura se ha convertido en sus más de seis décadas de existencia en una excepcional galería de arte emplazada en el corazón de la ciudad de los museos, abierta al público gratuitamente y bastante menos frecuentada que pinacotecas como el Louvre o el Museo de Orsay.
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