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La larga marcha a Wenchuan, epicentro del terremoto en China

EFE

Llegar a Wenchuan, el epicentro del terremoto ocurrido el pasado 12 de mayo, sigue siendo cinco días después una auténtica odisea, pero, en compañía de miles de soldados que viajan al lugar para ayudar a las víctimas, es posible entrar y hacerse una idea del dolor y la destrucción causados por el seísmo.

La carretera a Yinxiu, el pueblo más devastado del distrito (7.000 de sus 10.000 habitantes murieron), está sembrada de grandes rocas y automóviles atrapados bajo ellas, lo que hizo que en los primeros días sólo pudieran llegar allí paracaidistas militares.

Ahora, otra forma de acceder a este pueblo es con las lanchas que usa el Ejército Popular de Liberación (ELP) para enviar la ayuda humanitaria a esta remota zona del norte de la provincia de Sichuan.

En las barcas, los soldados, de apenas 20 años, comentan, henchidos de patriotismo, que trabajan las 24 horas del día para ayudar a Wenchuan, una zona hasta esta semana muy apreciada por turistas y montañeros donde muchos pueblos todavía son inaccesibles pero poco a poco la comunicación se va restableciendo.

"No duermo, y aunque lo intentara no podría. Hay tanto sufrimiento, y hemos venido a ayudarles...", asegura a Efe el soldado Sun, de 22 años, que llega, como su regimiento, de la provincia de Jiangsu.

El barco remonta el río Min, el mismo en el que hace más de 2.000 años se creó y aún se conserva hoy día la obra hidráulica más antigua del mundo, un Patrimonio Mundial de la UNESCO que, como el resto de la zona, ha quedado gravemente dañado.

Sobre esa obra hidráulica se erige una gran presa que parece haber resistido el terremoto, aunque las losas caídas de sus paredes son inquietantes.

En el lugar de destino de las lanchas militares, el ambiente es casi bélico: tiendas de campaña, miles de soldados, y en el aire, panfletos lanzados desde helicópteros en los que se dan ánimos a los reclutas y se les pide que trabajen al máximo por salvar al país.

Junto a los soldados, decenas de gentes de las montañas que huyen de los desprendimientos y corrimientos de tierra, y que lo han perdido todo.

"Mi mujer y mi hijo murieron. No me queda nadie, esto es muy cruel", asegura con amargura pero sin perder la entereza Hui Lian, uno de los "refugiados", que lleva en un hatillo lo único que pudo salvar de su casa, apenas unas ropas y algo de comida.

La mayoría, sin embargo, no quieren decir ni una palabra del seísmo, porque sólo les recuerda un pánico total y la pérdida, para prácticamente todos, de sus seres queridos.

Desde allí, cientos de soldados emprenden una auténtica "larga marcha" por las laderas del monte, cruzándose con puentes caídos, carreteras partidas por la mitad y más refugiados que hacen el camino contrario.

Su sargento les prohíbe descansar: "No paréis", grita a los que se quedan rezagados.

Finalmente, tras una hora o dos de camino, aparece a lo lejos Yinxiu, o lo que queda de esta antigua base del turismo de montaña: nada más entrar, se ve el instituto local, no totalmente derrumbado pero inclinado más de 50 grados hacia el suelo.

El resto de la localidad, que tenía 10.000 habitantes y en la que se calcula que murieron más de 7.000 personas, repite la escena de ciudades más grandes como Beichuan: calles enteras que ahora son montañas de vigas y escombros, y los pocos edificios que quedan se inclinan de forma amenazante para uno u otro lado.

"El 60 por ciento está destruido, y lo que ha quedado en pie hay que derrumbarlo", explica a Efe Ou Yuan, responsable de evaluación de los daños del Centro Sismológico Nacional.

Algunos vecinos, muchos de ellos de etnia tibetana, no dudan en subirse a los escombros de las casas más pequeñas para buscar lo poco que ha quedado entero, pero nadie se atreve a entrar en los edificios de varias plantas, por temor a que las constantes réplicas lo derriben del todo.

"Ahora todavía, pero ayer, cuando llegaron los soldados, todo esto estaba lleno de cadáveres", asegura una voluntaria, que cada día va a ayudar a los soldados y refugiados.

Los soldados explican poco a los periodistas, asegurando que lo único que hacen cada día es seguir las órdenes de sus superiores, y un alto mando que dirige las operaciones de rescate mira con recelo a los reporteros: "¿No seréis de la CNN, verdad?", pregunta, recordando que últimamente los chinos la han tomado con esa cadena estadounidense, debido a su cobertura de las protestas del Tíbet.

En el dantesco cuadro de bomberos retirando escombros, postes caídos sobre las ventanas y soldados descansando entre las ruinas, llega un instante para la alegría: unos enfermeros militares llegan transportando en una camilla a un herido, que ha sido rescatado con vida nada menos que cinco días después de ocurrido el seísmo.

Junto a ello, escenas casi absurdas, como habitantes tibetanos de la ciudad paseando casi relajadamente en bicicleta, o incluso un automóvil circulando por las apenas dos o tres calles por las que todavía tiene posibilidad de hacerlo.

Y al alejarse de Yinxiu, una gran noticia: las excavadoras transportadas por barco hasta el lugar ya han limpiado el camino, y los camiones militares ya pueden circular transportando la ayuda humanitaria con más celeridad a los vecinos de Wenchuan.

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