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"Me pasaba las noches llorando", dice una cuidadora peruana

EFE

Elsa, peruana, 45 años, cuidó durante casi tres años a una pareja de ancianos españoles. Una experiencia "dura" al principio, dice, que le costó muchas horas de insomnio y soledad. "Me trataban muy bien, pero me pasaba las noches llorando. No tenía con quien hablar", confiesa.

Diseñadora gráfica en su país, Elsa, casada y con dos hijos que actualmente son universitarios en Perú, gracias al dinero que ella y su marido ganan "con mucho esfuerzo" a este lado del Atlántico, realizó cursos de formación en geriatría antes de viajar a España, formación que ha ampliado después para su actual empleo, también el cuidado de ancianos pero ahora en una residencia.

"No sólo en las casas, también en las residencias nuestros mayores están en un porcentaje altísimo atendidos por inmigrantes", comenta a Efe María Angeles García Antón, trabajadora social, psicóloga y miembro de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología.

Elsa trabajaba "de lunes a domingo, no había fiestas", y cuando cogía un día libre, obligada por la familia de los ancianos a los que cuidaba "con mimo", "era peor. Me pasaba llorando la tarde sentada en un banco de un parque. No tenía dónde ir ni con quién", recuerda.

El doctor Andreu Bover, de la Universidad de las Islas Baleares, habla de un colectivo "muy poco reconocido desde el punto de vista social y sanitario", y asegura que su principal problema de salud "no es de carácter físico, sino psicológico".

Su llegada a España, afirma este profesor, les supone "un impacto afectivo muy fuerte. Sienten una profunda tristeza y se sienten aislados socialmente. Tienen añoranza de su país y de sus familias, que se han quedado allá. Les provoca un sufrimiento insoportable".

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