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El modelo del impuesto francés

ANDRÉS PÉREZ

El Impuesto de Solidaridad sobre la Fortuna (ISF) es la bandera emblemática de la fiscalidad progresiva francesa, objeto de polémicas e incluso causa de derrotas electorales. Es un impuesto bien visto en un país marcado por su cultura igualitaria, a pesar de que no aporta mucho a las arcas del Estado y tampoco es la manera más eficaz para obligar a los ricos a contribuir al interés público.

El ISF fue instaurado en 1982 por el primer Gobierno de François Mitterrand, en plena euforia del frente común de izquierdas. Grava a las personas físicas cuyo patrimonio supera los 790.000 euros. Los tipos que se aplican van del 0,55% hasta el 1,8% (en ese tramo están 16.000 contribuyentes).

El ISF aportó algo más de 4.100 millones a las arcas públicas en 2007, cifra que representa el 1,1% de los 355.000 millones de ingresos fiscales directos del Estado central francés de ese año. El bajo rendimiento del ISF es utilizado por sus adversarios, que argumentan que el impuesto cuesta más de lo que aporta. Con ese argumento fue suprimido en 1987 por el primer ministro de derechas, Jacques Chirac, un gesto que le costó perder estrepitosamente las presidenciales de 1988, frente a Mitterrand.

El nuevo Gobierno Mitterrand-Rocard restableció el ISF en 1989. Ahora, Nicolas Sarkozy, presidente desde 2007, ha adoptado una estrategia de amagos: formalmente, no suprime el ISF; pero en la práctica, lo está mermando con desgravaciones diversas. Estimaciones parlamentarias afirman que casi 500 millones de euros del ISF se han esfumado por esas vías. No hay datos oficiales.

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