Este artículo se publicó hace 15 años.
El oficio de guardar silencio
El ex jefe de la Casa del Rey Sabino Fernández Campo será enterrado hoy en Oviedo
Hizo del silencio su oficio. Ser casi un desconocido fue su forma de hacerse conocer. Quizá por eso, Sabino Fernández Campo evitó siempre la tentación de encuadernar sus recuerdos en forma de memorias.
"Lo que puedo contar no es interesante, y lo que es interesante, no puedo contarlo", se justificaba ante quienes le reclamaban un relato de la historia más reciente de España escrito en primera persona.
Había disfrutado de un observatorio de privilegio desde el que poder tomar notas, sentado durante casi 30 años a la derecha del rey. El general Sabino Fernández Campo, fallecido en la madrugada de ayer en Madrid a los 91 años, fue el bastón en el que se apoyó el monarca a la hora de dar sus primeros pasos en democracia para enterrar el tránsito y los honores recibidos de la dictadura.
En octubre de 1977 entró a su servicio en La Zarzuela como secretario de la Casa del Rey. Procedía de la élite funcionarial del Ejército: el Cuerpo Militar de Intervención. Un trabajo ajeno a las armas en el que la única munición empleada es el Derecho.
Ese mismo octubre se acababa de aprobar la amnistía que liberaba a los últimos presos políticos de la dictadura, se habían firmado los Pactos de la Moncloa, ETA hablaba a diario con víctimas mortales, la Constitución era aún un intento y el PCE un partido legal sólo desde hacía seis meses.
"Ni está ni se le espera"
En este contexto, y desde ese otoño, Fernández Campo se convirtió en la sombra de un jefe del Estado con la mayoría de sus responsabilidades aún por estrenar. Su trabajo fue pulir la sombra del monarca durante casi 30 años hasta hacer en ocasiones que esa proyección construyera al personaje.
Esta contribución se resume en la frase que paró un golpe de Estado: "Ni está ni se le espera", con la que Fernández Campo respondió a quienes desde los galones y la indefinición le preguntaban si el general golpista Alfonso Armada había hecho cómplice al rey sus intereses en Zarzuela.
Hasta 1990, Fernández Campo fue el número dos del aparato que protege al rey en el desempeño de su cargo. En enero de ese año fue ascendido a la jefatura de la Casa real, responsabilidad de la que fue relevado tres años después por un civil, el diplomático Fernando Almansa.
A esas alturas, el rey que acaparaba incógnitas 30 años antes era ya la figura consolidada a la que nadie acostumbraba a contradecir. Con el mismo silencio con el que desembarcó en Zarzuela, Fernández Campo se alejó de palacio. Sus pocas biografías aseguran que no pidió explicaciones al llevarse dos honores como único equipaje: el tratamiento de conde de Latores y el cargo de consejero privado del monarca.
Liberado en parte del corsé de Zarzuela, Fernández Campo hizo más visible el perfil profundamente conservador que tuteló los primeros pasos públicos del rey. En la actualidad era patrono de honor de la fundación Defensa de la Nación Española, un grupo nacionalista español que resume en su web la biografía de Franco sin usar la palabra dictadura ni emplear el término dictador.
Un consejo póstumo
En su última entrevista, publicada por la revista As66, distribuida entre la comunidad asturiana en Madrid, Fernández Campo hizo gala del medido tono crítico con el que, en ocasiones, sí se atrevía a juzgar determinadas actitudes de la monarquía española.
"Preferiría que en la familia real no se hubieran dado ninguna de estas últimas cosas", decía el general, aludiendo a la separación de la Infanta Elena o a la promoción profesional de los duques de Palma en Washington. "Supongo que es parte de su carrera y tendrá condiciones económicas favorables para irse, pero soy muy partidario del sacrificio, sacrificar muchas cosas para ser distintos, aunque nunca opuestos", explicaba Fernández Campo para sugerir a la familia del rey su obligación de "dar un ejemplo mejor".
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