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Pianos rojos en una república delirante

El dibujante MAX ha convertido a Pascal Comelade en un personaje de cómic

 

LÍDIA PENELO

Pascal Comelade sujeta entre las manos el cómic El piano rojo. Quita el plástico que lo envuelve y le echa un vistazo. '¡Bravo, es perfecto, MAX es el mejor!', exclama entusiasmado este músico inclasificable. El dibujante ha convertido a Pascal Comelade en un personaje de cómic. La historia es el décimo volumen de una colección editada por Discmedi sobre músicos con CD incluido. En este caso el disco es El Stenway a la guillotina, un trabajo hasta ahora inédito.

Días antes del encuentro con Comelade, MAX cuenta en un café de Barcelona que ha tenido carta blanca para elaborar el libro. El dibujante vive en Mallorca y Comelade en el Pirineo. Se ven poco pero comparten mucho. 'Para hacer el cómic me he basado en alguna de sus características. No le gusta aparecer en público. Eso me dio pie al gag del cómic y Pascal sólo aparece en las tres últimas páginas', explica, divertido. 'Por el resto me he basado en su música y en gente cercana a él como Jaume Sisa o Enric Casasses', revela. MAX ha construido una historia delirante ambientada en un bosque, donde dos personajes buscan unas partituras perdidas. El ganador del Premio Nacional de Cómic 2007 trabaja ahora en un nuevo libro sobre su personaje más conocido, Bardini. 'Será menos superrealista, más cotidiano', avanza mientras mira con cariño el cómic y explica que la trama de los pianos rojos es un homenaje a Los 50.000 dedos del Doctor T, una película que le recomendó Comelade.

'Considero este libro como un disco mío, pero con un 90% de trabajo de MAX. Somos como hermanos', revela el músico. 'Técnicamente soy un pianista limitado, pero con el piano intento encontrar mi idioma musical y evitar ser un funcionario de la música', afirma el hombre que en 1983 montó una orquesta con instrumentos de juguete. En aquellos tiempos, su intención era formar una Big Band. Ahora, solemne, confiesa que todavía persigue ese objetivo. Pascal habla bajito y con largas pausas. Viste de negro y se permite una risa traviesa que no rompe sus modales de hombre discreto. Se toma un café y, cansado de hablar continuamente de su música, suelta: 'No voy a conciertos, no voy al teatro, no me gusta la música. Me interesan la pintura y el cómic. Dos músicos hablando de música es una situación muy pesada'.

Mirando a su alrededor como si lo estuvieran espiando, dice: 'Tengo la mala impresión de que la juventud es muy convencional. No me siento a gusto con este mundo, estoy mal en este periodo. Hay una actitud muy fascista de la cultura, todo es lo mismo. Llevamos 20 años estáticos', lamenta el artista con el ceño fruncido.

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