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De tapas por Pekín

Un viaje con el paladar por las 56 etnias que habitan en China sin salir de su capital.

MARTA MIERA

La mejor forma de conocer la gastronomía de toda China sin moverse de su capital, Pekín, es una visita a Xiao Chi, un nuevo establecimiento situado en la ciudad que ofrece a través de sus 3.000 tapas un viaje con el paladar por las 56 etnias que habitan el país.

Una casa tradicional al más puro estilo chino, 16.000 metros cuadrados, tres pisos, 106 puestos de comida, 300 empleados, un centenar de cocineros y hasta un museo con instrumentos antiguos constituyen Xiao Chi (Tapas), el mejor punto de encuentro para los amantes de la milenaria comida china.

'El Xiao Chi es una comida muy tradicional de China que normalmente se come en la calle. Al ser tan barato las ganancias son muy bajas y por este motivo está en riesgo de extinción', subraya Yan Shuxuan, encargada y asistente de Hou Jia, presidente y dueño del establecimiento.

En este palacio del buen comer donde la infinidad de olores se van mezclando, creando uno propio, los cocineros manejan con maestría sus utensilios y los camareros pasan frenéticamente los platos atestados con tentempiés a unos y a otros, mientras las familias, los amigos y los gourmets se sientan en la mesa a degustar los alimentos.

Un lugar que además está al alcance de muchos, ya que la tapa oscila entre los 10 y 15 yuanes (uno o 1,5 euros), un precio que permite al público saborear la variedad de cazuelas de China y probar, por ejemplo, el You Mian (tipo de harina) de Mongolia Interior, el Dou Zhi (leche de soja) pequinés o los yangrouchuanr (brochetas de cordero) de los uigures de Xinjiang.

La encargada explica que 'fue el riesgo de que pudieran desaparecer este tipo de tapas, el deseo de juntar en un lugar la cultura culinaria de toda China y el placer por la comida, lo que impulsó a crear este negocio'.

Un sinfín de entradas y aperitivos compiten por ser el plato estrella, por llamar la atención de los allí presentes, por deshacerse en la boca de los visitantes, y por ello las camareras van entre gritos y cantos contando a los clientes los manjares que poseen.

Según Yan, el éxito está asegurado, ya que 'la tapa se come a cualquier hora del día y la gente está muy interesada en probar las especialidades de las zonas del país que a ellos les apetezca, y sin moverse de un restaurante a otro'.

Con sus puertas abiertas desde las 10:00 de la mañana hasta las 21:00 horas, Xiao Chi, que lleva funcionando un par de meses, tiene previsto recibir a 5.000 personas por día.

Pero, sin duda, la notoriedad del espacio es que los chefs son oriundos de los lugares de donde proceden los platos. Son muchos los que han dejado atrás sus casas y familias para instalarse en Pekín y participar en este proyecto masivo.

Es el caso de los cocineros tibetanos Danzeng Tajie y Pubu Dunzhu, de 31 y 21 años de edad, respectivamente, que, acompañados de otras compañeras ataviadas con trajes de corte de esta región autónoma, trabajan en la caseta dedicada al Tíbet.

Tan sólo hace un par de meses que llegaron a Pekín desde Lasha, donde Danzeng ejercía de cocinero desde los once años en un restaurante de la famosa calle de Barkhor (Ba Jiao en chino), en la que tradicionalmente nómadas y peregrinos reclaman ante el templo budista de Jokhang una nueva reencarnación que les haga olvidar su actual miseria.

'Me gustaba más la vida en Lhasa, todavía no me he acostumbrado a esta ciudad, a su clima, al día a día. Está llena de contaminación', apunta Danzeng, que vive junto a sus colegas tibetanos en unas habitaciones cerca de la zona del recinto.

Sin embargo, este joven, a pesar de extrañar su tierra, dice llenarse de orgullo por poder estar en Pekín y mostrar a todo el que lo desee los intríngulis de sus recetas.


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