Este artículo se publicó hace 16 años.
Tocar es escupir
Mitológico: los Sex Pistols, el grupo que cambió la música popular en 1977, tocan hoy en España por primera vez en el Summercase
Uno de los grupos más influyentes para la música de nuestro país se presenta por primera vez ante nosotros. En efecto, los Sex Pistols que cambiaron la moral rocanrollera en 1977 actuarán en el Summercase los próximos días 18 y 19, en Boadilla del Monte (Madrid) y el Parc del Fórum de Barcelona, respectivamente.
Los Pistols era un buen grupo, directo y sin complicaciones, que llevaba años ensayando y aprendiendo en sucios locales londinenses y componía canciones redondas con estribillos pegadizos y buenas frases melódicas. Además, ellos mismos eran fans a ultranza y estaban tremendamente dolidos por la ínfulas y la mediocridad que estaba adquiriendo la música popular de la mitad de los setenta.
Acabada la era siquedélica, muertos los grandes Mesías poshippies y con un nuevo contingente de hombres de negocios no musicales tomando decisiones y manipulando a artistas, medios y público, la música que había deslumbrado a Glen Matlock, John Lydon, Paul Cook y Steve Jones cuando no eran más que unos niños, había dejado de ser excitante y divertida.
Montar un grupo de rock rápido y sin complicaciones, vestirte para que todos te miren e insultar a los zoquetes que convierten tu adolescencia en un desesperado aburrimiento musical, eran cosas que estaban en las mentes de los fans más jóvenes de 1975. Sí, así eran los Sex Pistols. Malcolm McLaren, hombre de negocios que acumulaba varios fracasos (haber arruinado a los New York Dolls, por ejemplo), pero que tenía una tienda de ropa rockera, había reunido a su alrededor a un nutrido grupo de especímenes de nuevo cuño. Jóvenes fans que odiaban a Supertramp y al Dylan de Blood on the Tracks: a los lanzamientos insípidos de la industria y a los viejos dinosaurios apolillados.
Los Pistols con distintos nombres y algunos cambios de formación existían desde 1972. McLaren tenía diez años más que ellos y posiblemente no compartía su frustración musical, pero le hacía mucha gracia y decidió ser su mánager. Empezó expulsando a todos los miembros del grupo que le molestaban: primero el guitarrista y fundador, Wally Nightingale, y después el principal compositor de las canciones, Glen Matlock.
A todos ellos los sustituyó por amigos suyos: Sid Vicious, un pobre chico, hijo de una hippy, que no tocó en el disco; y Johnny Rotten, que gritaba como una rata, pero era rápido, muy rápido, brillante y sulfuroso.
La idea era montar un descarado hype exaltando lo mal que tocaban y lo maleducados que eran. Una gran idea: Aunque nada de ello era literalmente cierto, nada podía sentar peor al establishment musical posprogresivo y protocorporativo de la época.
El 28 de octubre de 1977 se publicó el primer disco –y último, en sentido literal– de los Sex Pistols, Never Mind the Bollocks, Here’s the Sex Pistols, que puso patas arriba el mundo musical. Número 1 y disco de oro en Inglaterra.
Arrasaron como Atila, hasta lograron un disco de oro en EEUU. Pero en enero del 78, Rotten ya les había dejado. Una corta vida y una influencia enorme. Los Pistols desencadenaron miríadas de imitadores, pero, desafortunadamente, ninguno roza la furia y la mala uva de Never Mind the Bollocks.
Ni tampoco sus méritos musicales: su peso es inamovible. Pero si el rock estaba agonizando en 1977 cuando tenía 23 años, el descaro pos punk lleva 31 años marcando las reglas de comportamiento musicales: el más lento, pesado y peligroso de todos los dinosaurios.
A pesar de las campañas de McLaren que lo vendió como mal disco, un álbum tan bueno como Never Mind the Bollocks abrió las puertas a valorar al músico por sus defectos y no por sus virtudes. Desde 1977 una supuesta aura de divinidad protege a los descarados y a los chapuceros, por encima de los buenos. Los críticos y la industria anquilosados en 1977 aplauden a los soberbios que se creen que no necesitan conocer su profesión y que cantan mal, tocan mal y bailan mal.
La excusa son siempre los Pistols. ¡Por favor! A pesar del hype y de las gamberradas, hicieron un disco excelente. No hay nada de estafa en las 12 canciones de Never Mind the Bollocks. Desafinar, cruzarse y pagar a sesioneros que toquen y canten por ti sí que es una estafa. Y además inaguantable. Lo mismo que si nosotros editásemos los artículos
con faltas de ortografía y manchurrones.
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