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"Las zapatillas de la zarina", una joya de Tschaikovsky rara vez montada

EFE

Pyotr Illyich Tchaikovsky consideraba "Las zapatillas de la zarina", una obra del género cómico-fantástico basada en un delicioso cuento de su compatriota Nicolai Gogol, como su mejor ópera.

El público, sin embargo, no lo apreció así, para gran decepción del músico ruso, y esa composición, que combina ópera y ballet, dos géneros en los que el ruso fue igualmente virtuoso, no forma parte siquiera del repertorio habitual del Bolshói.

De ahí que haya que felicitarse de la decisión de la Royal Opera House londinense de encargar una nueva producción a la directora escénica Francesca Zambello, que se estrenó este viernes y podrá verse en días diferentes hasta el próximo 8 de diciembre.

El cuento de Gogol, titulado "Nochebuena", cuanta cómo un joven herrero, llamado Vakula, tan sincero como simplón, vuela con ayuda del diablo hasta la corte de San Petersburgo en pos de las "zapatillas de la zarina", condición que le ha puesto la caprichosa muchacha a la que ama para casarse con él.

Esa historia romántica se combina con una farsa de carácter guiñolesco que tiene como protagonista a la madre de Vakula, una lujuriosa viuda a la que llaman la bruja Solokha y a cuya casa acuden en busca de sus favores el alcalde del pueblo, el maestro de escuela y un diablo más ridículo que otra cosa.

Con ayuda de los diseñadores rusos Mijail Mokrov y Tatiana Noginova, Francesca Zambello ha dado a la ópera un tratamiento naïf que le va como un guante tanto a la historia de Gogol, adaptada por Yakov Polonsky, como a la música de Tchaikovsky, que dirige con gran sensibilidad y atención al matiz el maestro ruso Alexander Pilianichko, del teatro Mariinsky, de San Petersburgo.

Zambello y sus colaboradores se han inspirado en el arte popular ucraniano y han utilizado viejas técnicas teatrales a base de decorados pintados, nubes que suben y bajan para sugerir una tormenta y casas que parecen de juguete.

En las notas del programa, Zambello explica que le fascinó esta historia de un Gogol que no es esta vez el autor "sarcástico, sardónico e irónico" que más se conoce sino un Gogol "tejedor de fantasías".

Uno de los elementos más destacables, según la directora escénica, es el fuerte contraste entre "la pureza de Vakula y su devoción a Oxana y el mundo fantástico y diabólico del entorno".

La hilarante escena en la que con ayuda de un grupo de lúbricos diablos la bruja Solokha introduce uno tras otro en un saco a los pretendientes que han ido a visitarla para ocultarlos a unos de otros es de un grotesco casi surrealista.

Y contrasta con otras escenas líricas como la del comienzo del tercer acto, en la que junto a un lago, Vakula, totalmente deprimido porque su adorada y caprichosa Oxana le ha rechazado, entona un aria maravillosa, acompañado únicamente por los movimientos de un bailarín solista.

El mundo aldeano en el que se mueven esos personajes contrasta a su vez con el lujo de San Petersburgo, donde en medio de una preciosa polonesa, seguida de una espectacular danza cosaca, irrumpe de pronto el joven herrero en busca de las famosas zapatillas.

El baile lo preside a modo de muda "dea ex machina" una gigantesca imagen dorada de Catalina de Rusia, y un personaje al que cabe identificar como el príncipe Potemkin, mano derecha y amante de la zarina, divertido, como el resto de los cortesanos, por la petición que le hace Vakuna, satisfará finalmente el deseo que va a permitirle la mano de la muchacha.

En esta ocasión, la Royal Opera House ha recurrido a un elenco de excelentes cantantes en su mayoría rusos: el tenor Vsevolod Grivnov, como Vakula, papel que ya interpretó en La Scala de Milán, la soprano Olga Guryakova como Oxana, la contralto Larissa Adiakova, como la bruja Solokha, el bajo Maxim Mijailov como el Diablo y el barítono Serguéi Leiferkus en el papel de su "Alteza" (Potemkin).

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