Este artículo se publicó hace 13 años.
Lecciones de Fukushima
Un debate sin apriorismos. Eso reclamaba la enmienda de CiU que propició, con el PSOE y el PP, que nuestras centrales nucleares no tengan un límite legal en su funcionamiento. Así, con un simple "sin apriorismos", despachaban las dudas que albergaba la energía nuclear, como si dudar del mito de la seguridad nuclear fuese cosa de ingenuos o de gente muy ideologizada.
Han pasado los días y hoy nos enfrentamos al accidente nuclear de Fukushima. No es el primero. Le preceden Three Mile Island, en EEUU en 1979, o Chernóbil en el 86. Incluso en España rozamos el desastre nuclear en Vandellós en el año 1989. En 1999 se produjo otro accidente en la fábrica de tratamiento experimental de Tokaimura que provocó la muerte de dos técnicos y más de 600 personas fueron expuestas a radiaciones. La media es clara: cada década hemos asistido a un grave accidente nuclear. Pero, pasados los años, nos han querido convencer de que la energía nuclear es segura, obviando pequeños y no tan pequeños incidentes en múltiples centrales. Incidentes todos ellos (Ascó I en el 2008, o de la oxidación de los trenes de refrigeración en el 2005) que se despachaban con una reprimenda, una pequeña multa y una asunción de una pérdida de la cultura de seguridad.
Con este accidente ha caído el mito según el cual todo está previsto
En 2007, un terremoto de magnitud 6,8 grados ponía en entredicho la resistencia de las plantas nucleares en Japón ante los seísmos. Aunque primero se negaron consecuencias, más tarde se reconoció que se había producido un vertido de miles de litros de agua contaminada al mar. Ahora ha sido un terremoto, seguido de un tsunami, lo que ha hecho que los sistemas auxiliares de refrigeración no funcionasen y hoy vivamos una situación de emergencia nuclear en Japón. La central ha aguantado, pero los servicios auxiliares que tenían que garantizar la detención de la planta, no. Tras todo ello, ¿tienen sentido esas frases grandilocuentes que pregonaban que el edificio de contención puede resistir el impacto de un avión? A los accidentes nucleares nos llevan un fallo humano, una degradación de la cultura de seguridad o unas circunstancias extraordinarias. Pero todos ellos dejan baldío un territorio entero. La ruptura de una presa, un atentado o cualquier eventualidad que se nos ocurra, e incluso alguna otra que no alcancemos a imaginar, puede formar parte de esas circunstancias que pueden dar lugar a un accidente nuclear de primera magnitud. Si eso, además, pasa en plantas antiguas, con sistemas auxiliares de refrigeración del núcleo que dejan de funcionar, el apriorismo se convierte en franca preocupación.
Con Fukushima ha caído el mito según el cual todo está previsto. Desde una perspectiva ética, moral y económica hay que abrir el debate de lo que representa la nuclear como opción de presente y de futuro.
Podría haberme detenido en la multitud de tópicos construidos en los últimos años en torno a la energía nuclear. Que es barata, que teníamos garantizado el suministro obviando que el uranio proviene mayoritariamente de países altamente conflictivos y que tenemos sólo para 50 años, que estábamos en ciernes de solventar qué hacer con los residuos radiactivos cuando hace 20 años que nos dicen que de aquí a 20 años sabremos qué hacer con los residuos, etcétera. Pero Fukushima nos enseña el principal problema de la tecnología nuclear: su inseguridad.
El momento necesita de un Gobierno que reconozca los riesgos de la nuclear
Por eso no vale la pena. No necesitamos correr estos riesgos, disponer de una tecnología que, en caso de accidente, deja un escenario apocalíptico. Es posible que después de Chernóbil no existiesen alternativas en la generación de electricidad, pero hoy sí las hay. Las energías renovables están demostrando ser una alternativa real. En España muchos días se produce más energía de origen eólico que nuclear. Apostar por las renovables nos permitiría desarrollar un modelo más eficiente, más barato si internalizamos todos los costes y además acompañaría a una política industrial propia.
Hoy, más que nunca, necesitamos gobernantes que superen el debate de la energía nuclear y determinen hasta cuándo operarán las centrales. El momento necesita de un Gobierno que reconozca los riesgos de lo nuclear, que no esté atrapado por los intereses que están en juego, que tenga sentido común y reconozca que ya no se puede, de tapadillo, ampliar el funcionamiento de las plantas. Eso es lo que reclamo. Que se cierren las plantas más viejas y que se determine el horizonte de cierre de todas las demás. Como Alemania. No vaya a ser que al final, por los apriorismos, nos encontremos dentro de diez años dependiendo de centrales nucleares obsoletas mientras rezamos para que ningún imprevisto afecte a nuestra producción nuclear.
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