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Cómo vivimos la ausencia y el duelo en Navidad: el síndrome de 'la silla vacía'

Los periodos festivos son fechas delicadas en la que los recuerdos pueden despertar en las personas el dolor por la pérdida de un ser querido. Se trata de periodos en los que las expectativas sociales obligan a uno a estar feliz, hecho que puede agravar estas situaciones de añoranza y duelo.

Foto de archivo de una mujer triste en Navidad
Las Navidades son fechas delicadas en la que la vuelta a casa y los reencuentros pueden despertar el dolor por la ausencia de un ser querido.  Cottonbro Studio / Pexels

El dolor de una pérdida o duelo supone una ruptura inesperada con lo que ha sido nuestra vida hasta ese momento. La percepción de las cosas cambia, todo se ve de una forma diferente y necesitamos un tiempo para adaptarnos. Tras la pérdida, nos vemos inmersos en una crisis emocional que puede servirnos para crecer como personas o para debilitarnos y enfermarnos, en función de cómo la afrontemos.

¿Cuándo se considera superado? Podemos decir que hemos completado un duelo cuando somos capaces de recordar a nuestro ser querido sin sentir un dolor intenso, cuando hemos dejado de vivir centrándonos solo en el pasado y en lo que podría haber sucedido si no hubiera fallecido.

El dolor que despiertan las ausencias durante la Navidad

Las Navidades son fechas delicadas, eso lo sabemos todos, pero especialmente los sanitarios que hemos acompañado a familiares y pacientes que pasan largos periodos de tiempo ingresados en nuestros centros de trabajo o están en etapas finales de la vida.

Más allá de las creencias religiosas, en nuestra cultura estas celebraciones se caracterizan por ser un intervalo de tiempo donde se celebra "la vuelta a casa", el reencuentro. Abundan las comidas y reuniones con familiares y amigos, donde se intentan estrechar lazos.

En este contexto, la Navidad se convierte para muchos en una especie de despertador del vacío y las ausencias. Y vuelven a la memoria todas las personas que otros años se sentaron a la mesa con nosotros en Navidad, todos aquellos que montaron una vez un Belén o decoraron un árbol a nuestro lado como parte de la tradición, viviendo ahora la sensación de "silla vacía".

La expectativa de tener que disfrutar y ser feliz en estas fechas, de cumplir con lo que se espera de nosotros, puede empeorar la situación que viven muchas personas, con un importante coste emocional.

La falta de recursos para hacer frente a esas sillas vacías inunda de nostalgia y melancolía estas fechas, provocando un sufrimiento producido ante la añoranza que puede llegar a ser abrumador.

Cómo gestionar la pérdida

El proceso de elaboración del duelo implica reinstalar dentro de uno mismo a los seres queridos, darles una presencia interna en la que el ser perdido no sea un perseguidor interior que genere culpa, sino buen recuerdo, con la dosis correspondiente de melancolía asociada al duelo.

Para poder gestionar el duelo, William Worden aconseja en primer lugar aceptar la realidad de la pérdida, para posteriormente poder expresar los sentimientos, adaptarse al entorno donde ya no está la persona y, por último, invertir energía emotiva en otras relaciones.

Como hemos subrayado antes, la Navidad es uno de los momentos donde se hace más visible la pérdida, especialmente si el fallecimiento es reciente. No sólo por el recuerdo continuo de quien ya no está, sino por la creencia imperante de que la Navidad implica felicidad, una exigencia personal y social que insta a esforzarnos por cumplir las expectativas, profundizando el sentimiento de pérdida.

Aunque no es posible evitar el dolor que provoca la ausencia de un ser querido, podemos buscar herramientas para gestionar estas emociones, tratando de encontrar un momento para reflexionar con nosotros mismos y sobre lo que nos rodea. Conviene conectar con nosotros mismos con una mirada diferente que haga aflorar las relaciones que se crearon con la persona ausente y recordarle desde la perspectiva del agradecimiento a lo vivido.

Hacerlo puede sacar a flote ese amor presente en los momentos duros, en los turnos interminables durante el acompañamiento en el hospital. Amor en el cuidado, amor de sofá, de noches interminables de espera, de dolores de espalda y manos sostenidas a pie de cama. Amor de comidas de cafetería, alimentado con bocadillos fríos y café de máquina.

Amor a lo aprendido, a lo vivido con la persona que se fue. Y sobre todo, amor hacia uno mismo por el crecimiento obtenido tras la relación con el fallecido.

Este cambio de perspectiva, aunque suponga un esfuerzo, puede ayudar a ver la luz entre el cúmulo de soledad y tristeza presente en estas fechas, poniendo el foco sobre lo mejor de nosotros mismos y de los demás.

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation

The Conversation

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