Este artículo se publicó hace 12 años.
Ai Weiwei en el país de sus pesadillas
El polémico artista chino exhibe en París su obra fotográfica
Antes de convertirse en víctima del interminable acoso de las autoridades chinas, Ai Weiwei fue un artista de espíritu tan corrosivo y mordiente como su activismo político. Fue un joven irreverente que grababa logos de Coca-Cola en jarrones chinos y metía miniaturas de porcelana dentro de botellas de Johnnie Walker, mientras documentaba la brutal transformación de su país a través de imágenes de la vida cotidiana. Una retrospectiva centrada en toda su obra fotográfica (y en el combativo subtexto político que acarrea) se abrió ayer en el Jeu de Paume de París con el objetivo de dar a conocer una producción artística mucho menos ilustre que el personaje público en que Ai Weiwei se ha acabado convirtiendo.
"Se trata de la exposición más completa que jamás haya hecho de mi trabajo, mi personalidad, mi obra artística y mis actividades sociales y políticas", afirmaba ayer Ai Weiwei en el diario Libération. Las autoridades le habían permitido conceder algunas entrevistas a condición de no hablar de política y de dejarles revisar la conversación antes de su publicación. Requisitos que el artista ha ignorado, pese a los riesgos que ello comporta a cuatro meses de su supuesta liberación definitiva. "Ya no viene de aquí", respondía ayer.
La exposición demuestra que, en la producción de Ai Weiwei, el arte no imita a la vida, ni viceversa. Ambas cosas se encuentran entrelazadas en una especie de cenefa indivisible. En 1981, sin hablar una palabra de inglés y con 30 dólares en el bolsillo, se marchó a EEUU creyendo que no volvería nunca. Allí acumuló carretes de película fotográfica con imágenes tomadas en la cotidianidad del East Village, donde se cruzará con personajes tan icónicos como Allen Ginsberg. Así vivirá hasta finales de los ochenta, cuando empieza a interesarse por la miseria y la injusticia social.
Al enfermar su padre, poeta disidente obligado por el régimen a limpiar letrinas, Weiwei decide hacer las maletas y regresar a China, 12 años después de haberse marchado y sin mandar ni una mísera postal a su familia. Descubre un país en plena metamorfosis, en el que ha irrumpido un capitalismo en versión ultra, donde se demuelen ciudades enteras en nombre de la modernidad, como demuestran las imágenes mayoritariamente inéditas que se exponen ahora en París. Paradójicamente, el propio Ai Weiwei contribuirá a la brutalidad de la transformación arquitectónica con su diseño para el estadio olímpico en Pekín.
Peineta a la Casa BlancaLa muestra también pasa revista a sus imágenes para Twitter
Además, la muestra recoge los retratos de los 1.001 ciudadanos chinos que el artista trasladó a la exposición Documenta de Kassel y con los irónicamente titulados Estudios de perspectiva, donde aparece dirigiendo el dedo corazón a grandes monumentos y lugares míticos, desde la Torre Eiffel y la Casa Blanca al Taj Mahal y la plaza de Tiananmen.
La exposición también pasa revista a sus imágenes para Twitter, donde colgó 70.000 fotografías que fueron seguidas por hasta cuatro millones de internautas, con las que convirtió internet prácticamente en disciplina artística. Y también en un poderoso instrumento para favorecer el cambio social en un país con la conciencia política adormecida. No es extraño descubrir que su principal máxima fue pronunciada a finales de los setenta por su admiradísimo Andy Warhol. Decía lo siguiente: "Siempre se dice que el tiempo cambia las cosas, aunque en realidad tienes que cambiarlas tú".
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