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Arndt Meyer. Un cupido muy peligroso

Dicen que en el amor y la guerra todo está permitido

ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

Dicen que en el amor y la guerra todo está permitido. Que cualquier artimaña es válida cuando de lo que se trata es conseguir que la mujer o el hombre de nuestros sueños caiga rendido a los pies de uno. Lo malo es que algunos mezclan a veces ambos conceptos y el enamorado termina echando mano de recursos bélicos para rematar el trabajo que, en su opinión, Cupido ha dejado sin terminar por incompetente. Eso debió pensar Arndt Meyer, un guarda de seguridad alemán a quién el flechazo le dio de pleno cuando se encontraba sentado tan tranquilamente en su casa mejorando su español con la ayuda del canal internacional de TVE.

Meyer vio en una de esas clases de sofá y mando a distancia la belleza latina de la actriz Sara Casasnovas en la serie Amar en tiempos revueltos y pensó que el mitológico ser alado de arco y flechas había llegado vía tubo de rayos catódicos a su domicilio para presentarle el amor de sus sueños. Dicho y hecho, se puso a bucear en internet en busca de toda la información de la que había decidido que iba a ser la mujer de su vida y se vino a España en un par de ocasiones convencido de que a Cupido se le había olvidado informar a la joven que su amor era rubio y se encontraba en Alemania esperándola. Aquí, Meyer fue a su encuentro, le envió cartas de amor e incluso le regaló un mechero con el nombre de ambos y un corazón para que no quedasen dudas de que iba con buenas intenciones. Pero ni por esas. Sara Casasnovas seguía sin sentir por él ni la picadura de un mosquito.

Durante el juicio, el alemán dio muestras de rivalizar con las maracas de Machín en eso de la cordura

Por eso, el alemán decidió echar mano literalmente de sus propias armas y plantarse ballesta en mano delante de la puerta del teatro de Madrid donde actuaba cada noche la actriz para terminar el trabajo que el diosecillo romano del amor no había sido capaz. Tras un celoso no me gusta ese chico que te acompaña que no auguraba nada bueno, Meyer sacó los recursos bélicos que llevaba en una mochila y apuntó en la cara a la muchacha con una saeta. Sara huyó, y uno de sus amigos golpeó en el brazo al imitador de Guillermo Tell lo suficiente para evitar que el flechazo fuera real. Al final, Meyer acabó preso y la actriz con un susto de campeonato del que, como se vio en el juicio, aún no se ha repuesto.

Precisamente, durante la vista en la que fue condenado a ocho años de cárcel, el frustrado amante dio muestras de rivalizar con las maracas de Machín en eso de la cordura. Relató sus idas y venidas detrás de la actriz, su convencimiento de que tenía que hacer algo 'para ganar a esa chica' y su rotundidad al afirmar que, en realidad, él lo que quería no era matarla, sino suicidarse o, al menos, intentarlo para impresionarla, como había hecho un tío suyo con éxito. Para terminar de demostrar que más que un tornillo, lo que Meyer necesitaba era pasarse por Leroy Merlin a comprarse un cargamento entero de tuercas de todos los tamaños, el alemán reconoció que en la mochila donde llevaba la ballesta también portaba dos sogas con las que en su día había intentado ahorcarse. El sistema no terminó de convencerlo y, ante el temor de 'quedarse tonto', ahora utilizaba las cuerdas para atar la maleta. Más le hubiera valido amarrar con ellas a ese niño alado y regordete que lo visitó en el salón de su casa.

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