Este artículo se publicó hace 4 años.
Brujas y cine ¡a la hoguera!
Gaspar Noé convierte el falso documental 'Lux Æterna' en la gran autoparodia. Aficionado a atormentar a las mujeres de sus películas, el cineasta delata aquí el feroz machismo del cine y destroza la supuesta "hermandad" de los equipos de rodaje.
Madrid-
"Por favor, que alguien los detenga", grita Béatrice Dalle, mientras Charlotte Gainsbourg chilla medio enloquecida "desatadme", intentando liberarse del poste al que la han sujetado para quemarla. Son imágenes de un rodaje dentro de un rodaje, el de la nueva película de Gaspar Noé, Lux Æterna, un falso documental concebido para convertirse en la gran autoparodia. Un ejercicio de humor negrísimo que ironiza y destroza sin compasión la supuesta 'hermandad' de los equipos de cine y delata el feroz machismo que hay en ellos.
Viniendo de un cineasta como Noé, maestro habilidoso en provocar la ira feminista con su inclinación al tormento y el abuso a las mujeres en sus películas, Lux Æterna se saborea especialmente. Estrenada en Cannes y con un metraje de solo cincuenta minutos, esta obra es, probablemente, lo más cerca que este enfant terrible ha estado nunca de una confesión pública de sus propias debilidades. El miedo a perder el control en un rodaje, en primer lugar; el reconocimiento abierto de sus referentes cinematográficos –Dreyer, Godard, Fassbinder, Buñuel...–, y, finalmente, la admisión de su propia perversión con las mujeres.
La gran caza de brujas
Una contundente afirmación de Fiódor Dostoyevski, la de que ninguna felicidad es comparable a la que siente un epiléptico antes de una crisis, arranca esta película, con la que Noé adelanta una de sus especialidades, la de ir acercándose premeditadamente al descontrol para culminar revolcándose entre convulsiones. Por supuesto, Gaspar Noé añade un cartel de advertencia a Lux Æterna, avisando de la existencia de una larga escena final con luces estroboscópicas que aumentan el riesgo, justamente, de ataques epilépticos.
Béatrice Dalle, mítica vampira Coré en Problema cada día (2001), de Claire Denis, aquí interpreta a la directora de una película, en la que la actriz Charlotte Gainsbourg va a rodar una escena de una mujer quemada en la hoguera por bruja. Imágenes de Dies Irae, de Charl Theodor Dreyer –"la gran caza de brujas de la que vamos a hablar es una de las mayores catástrofes de la historia de la humanidad"– dan paso a una conversación, que se creó con la improvisación, entre directora y actriz, y que es uno de los momentos más sabrosos del filme.
Sexocidio
"En la vida o has sido una miss o te queman en la hoguera", dice Béatrice Dalle, que reconoce que han aprendido una palabra nueva, "sexocidio", el genocidio de las brujas. A partir de ahí, una y otra comienzan a contarse anécdotas de rodajes en los que han trabajado y donde su condición de mujer no se lo ha puesto nada fácil. "Algunos directores son unos capullos". De ahí pasan tranquilamente y con bastante humor a las escenas de sexo que alguna vez tuvieron que rodar y enumeran momentos vergonzantes. Salen a colación "productores que son como una caricatura y que lo quieren todo sexi" y ciertos compañeros, "algunos que dan asco", para terminar afirmando con una sonrisa radiante: "Soy tope bruja".
Lo siguiente es el comienzo de la paranoia y el estrés del rodaje, donde el director de fotografía, que por supuesto se considera un inmenso artista, no quiere trabajar con Béatrice Dalle como directora, nunca la escucha y se arroga la tarea de dictar él las reglas del rodaje. Mientras tanto, un periodista y el actor Karl Glusman, convertido en joven cineasta, con un ego descomunal, acosa a Gainsbourg para que protagonice su película.
Una cruz en la vulva
El ambiente se va cargando, la tensión crece, los nervios provocan gritos y enfrentamientos... Charlotte Gainsbourg llama a su casa para cerciorarse de que su hija está bien antes de rodar la escena de la quema en la hoguera... "Me han hecho una cruz en la vulva con un cuchillo", dice la niña. Y Gaspar Noé va colocando carteles con fragmentos de sus adorados cineastas, a los que menciona solo por el nombre de pila. Le toca el turno a R. Weiner (Fassbinder). "Cuando la presión sube demasiado, me transformo en un dictador".
Y llega el clímax, algo ocurre con las luces, el sistema falla, comienza un ruido ensordecedor y una imparable agresión de la iluminación estroboscópica. Gainsbourg atada al poste, Dalle gritando: "Por favor que alguien los detenga". Veinte minutos de sufrimiento para ellas y de goce para el endiosado director de fotografía, a punto del orgasmo al ver el gesto de sufrimiento de la actriz protagonista.
Muertos vivientes
"La estroboscopia de luz puede ser realmente fascinante ya que juega con nuestras ondas cerebrales. Hay personas a las que estas luces parpadeantes, de colores o no, les pueden transportar a estados irracionales de miedo, mientras otras regresan a un estado de relajación y plenitud. Es un poco como fumarse un porro, algunos se ríen y se relajan, mientras que otros se vuelven locos", afirma Gaspar Noé, que en sus cincuenta minutos se ha quedado bien a gusto compartiendo declaraciones de sus apreciados cineastas.
"Hoy en día la mayoría de los cineastas son muertos vivientes y sus filmes son como ellos", de Jean Luc (Godard), ha llegado minutos después de "los cineastas tenemos una gran responsabilidad, debemos elevar el filme del plano de la industria al del arte", de Carl TH. (Dreyer). Pero Gaspar Noé, dispuesto a provocar hasta el fin y después de destrozar la idílica imagen de 'la gran familia del cine' y de debatir acerca de la fe –religiosa, profesional, cinematográfica...– se despacha, felizmente, con el "gracias a Dios que soy ateo", de Luis, naturalmente, Buñuel.
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