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La cara oculta de los emoticonos

La profusión en redes de estos iconos multifaciales genera interrogantes diversos: ¿terminarán por reemplazar a las palabras?, ¿aniquilarán nuestra capacidad de expresar sentimientos diversos?, ¿cercenan la comunicación escrita?  

El uso (y abuso) de emoticonos

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Están por todos lados. Rostros amarillentos que parecen decirlo todo. Un crisol de muecas al servicio de nuestros vaivenes psíquicos en detrimento del empalabre habitual. Los números, como siempre, no dejan espacio a la duda; se envían 6.000 millones de emoticonos en los 41.500 millones de mensajes diario, dicho de otro modo, uno de cada siete mensajes incorpora estas galletas multifaciales, según datos de la empresa Swyft Media. La vuelta de tuerca podría ser el GIF, versión animada del clásico emoji que incorpora dinamismo y matices al jepeto dorado.

El caso es que su profusión en redes genera interrogantes diversos: ¿terminarán por reemplazar a las palabras?, ¿aniquilarán nuestra capacidad a la hora de expresar sentimientos diversos?, ¿estamos ante una plaga que cercena el discurso? Eulàlia Hernández, profesora de Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, no ve motivos de alarma: “Por el momento, y a tenor de los estudios que he podido leer, no existe una relación en el hecho de que se utilicen muchos emoticonos y un hipotético empobrecimiento del lenguaje oral”.

Eulàlia Hernández: "El emoticono nos permite introducir en el discurso una cierta sintonía emocional"

Según Hernández, “el emoticono nos permite introducir en el discurso una cierta sintonía emocional y promueve una apertura sensitiva en el receptor. Digamos que logramos en nuestro interlocutor algo que va más allá de la mera lectura cognitiva, sino que abrimos la puerta a algo más”. Y ese algo más es lo que los expertos llaman el lenguaje multimodal, a saber; la implementación junto al discurso verbal de emoticonos, GIF, bitmojis y demás fauna semiótica. “Todo esto lo que evidencia es que hay un juego con el lenguaje en el más amplio sentido, le añaden riqueza y lo matizan”.

En esa misma línea, la experta en comunicación no verbal Catalina Pons identifica en los emoticonos el complemento ideal para un lenguaje que todavía se nos resiste: “El cara a cara es ancestral, se trata de un modo de comunicarnos que tenemos mucho más asimilado que el escrito. Cuando no tenemos información sobre el lenguaje corporal de la otra persona, el emoticono se puede convertir en un excelente aliado”. Tal es así que su uso ha llegado incluso a ser terapéutico. Hablamos, por ejemplo, de su implementación en determinadas intervenciones como las que se llevan a cabo con personas con trastorno del espectro autista o para superar situaciones de abuso y maltratos.

Catalina Pons: "El emoticono puede enseñar a un autista, por ejemplo, qué significa estar contento o triste"

“El mejor camino para expresar una emoción es reconocerla y ahí los emoticonos pueden jugar un papel importante”, explica la especialista Eulàlia Hernández. Algo que corrobora Pons al explicar la capacidad de estos símbolos a la hora de identificar emociones: “El emoticono permite enseñar a un autista, por ejemplo, qué significa estar contento o triste, y esto es algo muy útil dado que son incapaces de determinar sus propias emociones y las ajenas”. Dicho de otro modo; la semiótica como manual de instrucciones de lo que se mueve por dentro.

Sexismo en las redes

Las virtualidades están cada vez más presentes. Lo que acontece en nuestras pantallas y su correlación con lo cotidiano se diluye por momentos. La fina línea entre el online y el offline es cada día más difusa y los emoticonos son testigos de excepción. Tal es así que determinados patrones comportamentales que venimos repitiendo desde los orígenes, desembarcan ahora en la red de redes como Pedro por su casa. Aquel estribillo que cantaba Robert Smith de los chicos no lloran —lema que tuvo a bien reiterar Miguel Bosé con menos fortuna— y que, en cierta forma, muchos sectores masculinos siguen defendiendo a ultranza, parece replicarse en las redes.

Así lo atestigua un estudio realizado por Brandwatch React, empresa dedicada al análisis de las interacciones en las redes sociales. “Los hombres no lloran en redes —explica Catalina—, o al menos lo hacen mucho menos que las mujeres, y esto es algo muy significativo porque nos dice que, en cierta forma, repetimos determinadas posturas sexistas. Otra derivada de ese mismo estudio es que las mujeres utilizamos mucho más los emoticonos, lo que en parte corrobora ese viejo patrón que viene decir que las mujeres tenemos mayor habilidad en lo relativo a la comunicación interpersonal y la expresión de emociones”.

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