Público
Público

El Columpio Asesino: "Somos de familia humilde, pero el origen no legitima tu mensaje"

La banda navarra saca su artillería pesada en los conciertos de su gira de despedida.

Cristina Martínez y Albaro Arizaleta, al frente de Iñigo, Daniel y Raúl, músicos de El Columpio Asesino.
Cristina Martínez y Albaro Arizaleta, al frente de Iñigo, Daniel y Raúl, de El Columpio Asesino. Katxobitxo

El Columpio Asesino se despide de los escenarios con la gira Amarga Baja, cuyos conciertos a lo largo y ancho del país están colgando el no hay billetes. En los bolos, sus incondicionales podrán comprar un vinilo que incluye cuatro canciones interpretadas por Pucho de Vetusta Morla, Santi Balmes de Love of Lesbian, Fermin Muguruza y Amaral.

Acompañan sus voces Cristina Martínez (guitarrista y cantante) y Albaro Arizaleta (batería, letrista y cantante), quienes repasan la trayectoria de la vigorosa banda navarra, que sigue estando como un Toro después de más de veinte años en la brecha.

Vivir de la música parece un oxímoron.

Albaro: Depende de la situación de cada banda. Una de nuestras claves es que necesitamos poco para vivir, de modo que esa austeridad nos ha permitido apostar por la música, porque vivir de ella hoy en día es un milagro. De hecho, existen dos mundos diferentes: los grupos que viven de la música y los que sobreviven.

Una austeridad que también puede ser geográfica: las ventajas y bondades de una pequeña o mediana localidad frente a una gran ciudad más hostil, cara y excluyente?

Albaro: Venimos de familias humildes y recurrimos al hazlo tú mismo, o sea, siempre tuvimos los pies en el suelo y lo hemos hecho todo nosotros. Me parece bien que algunas bandas se vayan a Madrid, porque allí se cuece todo y puedes conocer a gente que te puede ayudar a triunfar.

Luego estamos los que nos quedamos, como Triángulo de Amor Bizarro y otros grupos, conscientes de que es mucho más difícil tener éxito desde la periferia mediática. En cambio, te da la posibilidad de vivir con menos dinero para poder dedicarte a la música, porque a lo mejor en Madrid no te da…

¿Ese origen humilde ha influenciado en la crítica social de algunas de sus letras? ¿Tiene el mismo valor el mensaje de una persona que se ha criado en un entorno privilegiado?

Albaro: Tu origen no legitima tu mensaje. De hecho, grandes intelectuales han sido gente de pasta. En todo caso, cuando hemos tenido la posibilidad de contar con más medios, no nos dio por contratar a cuarenta pipas ni por comer en restaurantes, sino que nosotros mismos descargamos el equipo, compartimos habitación y preparamos los tuppers. A mucha gente le hacía gracia eso, pero es un detalle que refleja de dónde venimos…

Veinte años no es nada… ¿Por qué dejarlo?

Cristina: Llevábamos mucho tiempo alternando grabaciones y giras sin parar. Los discos siempre nos han resultado difíciles por la exigencia que nos imponemos. Quieres sacar pecho y sentirte orgullosa, aunque eso desgasta un montón. Después de Ballenas muertas en San Sebastián, hicimos un parón y luego nos enfrentamos a Ataque celeste (Oso Polita Records), cuya composición nos ocupó tres años.

Estábamos muy fuertes y preparados para salir de gira, pero vino la pandemia y nos frenó, además de hacernos mucho daño a todos los niveles. Llegó un momento en el que se planteó la decisión de disolvernos y de hacer una gira para despedirnos del público.

De hecho, no han sido muy prolíficos en el estudio: seis discos entre 2003 y 2020.

Albaro: El grupo nació en 1996 y, hasta siete años después, no editamos el primer elepé, aunque antes hubo un recorrido previo con la publicación de maquetas.

Cristina empezó a colaborar en De mi sangre a tus cuchillas (2006) y se incorporó a la banda con La gallina (2008). ¿Cómo influyó su llegada?

Albaro: Nos dio mucho, porque yo no era un cantante vocacional. Cuando formé la banda junto a mi hermano, el guitarrista Raúl Arizaleta, nos preguntamos en el local de ensayo: "¿Quién de los dos canta?". Y, al final, me tocó a mí.

Por eliminación, como quizás le sucedió también con la batería…

Albaro: Ya ves, porque ni toco la batería ni canto [risas]. Por eso, la entrada de Cristina supuso una mayor apertura del grupo, porque podía cantar algunas canciones que, con mi voz, quedaban como el culo. Conozco mis limitaciones y ella nos abrió todo un campo al que no podíamos llegar.

Seis discos, un puñado de himnos, incontables conciertos, algún premio... ¿Les ha faltado algo?

Cristina: En absoluto. Nunca olvidaré el subidón de los Premios de la Música Independiente (MIN) de 2012. Al principio no queríamos ir a la gala, porque somos un poco de pueblo y nos dan pereza los saraos. Sin embargo, los organizadores insistieron en que debíamos asistir. Nos dieron cinco premios, entre ellos al mejor disco (Diamantes), a la mejor canción (Toro) y al mejor directo. Durante estos años, hemos conseguido muchísimo más de lo que nos podíamos imaginar, por lo que me siento muy satisfecha por el reconocimiento. No nos ha faltado nada, porque todo ha sido muy guay.

¿Un hit puede ser una losa? ¿La parte por el todo? ¿Toro les obligó a bailar todas las noches?

Albaro: Conseguir un hit como Toro es muy difícil. Claro que somos mucho más que una canción, pero no me parece una losa. Al contrario, dar la campanada, aunque solo sea una vez, me parece la hostia. Estamos agradecidos por haber llegado a mucha gente. Es más, Toro nos ha ayudado mucho, porque nos sacó del underground.

¿Sienten pudor cuando la escuchan en un bar?

Cristina: Siempre. "¡Dame la cazadora, que me tapo!".

Albaro: Cuando vamos a las fiestas del pueblo de mis padres, nos la ponen nada más entrar. Es un detalle por su parte, porque lo hacen con todo su cariño y creen que nos gusta, pero yo pienso: "Por favor, quitad la canción". También nos sucede en Pamplona.

Cristina: Me hace ilusión y, al mismo tiempo, me da vergüenza, porque soy timidilla.

Resulta curioso cómo una letra aparentemente evocadora, como Ballenas muertas en San Sebastián, no deje de ser una enumeración de hechos noticiosos. Aquello de que la realidad supera a la ficción.

Albaro: El caldo de cultivo fue la crisis de 2008 y el malestar que generó, incluido el 15M.

Cristina: La canción define muy bien ese momento. Yo fui a ver la ballena varada en la playa de la Concha, una metáfora de la banda.

Albaro: Fue muy simbólico, porque me recordó al Costa Concordia, cuando parecía que todos estábamos encallados. De alguna manera, la ballena muerta también era la burguesía varada.

Cristina: Refleja la decadencia, con esa Venecia inundada que también se va a la mierda. Sin duda, es una canción icónica.

¿Ya se ha hundido el barco o todavía asoma la proa?

Cristina: Aún hay esperanza. Hay que reconocer que Ballenas muertas en San Sebastián es un disco bastante pesimista y oscuro: una losa.

Cristina Martínez y Albaro Arizaleta, con gafas, charlan sobre los conciertos de despedida de El Columpio Asesino.
Cristina y Albaro, con gafas, charlan sobre los conciertos de despedida de El Columpio Asesino. Peio Izcue

Hace tiempo advirtieron de que esta sociedad debía bajar una marcha o dos, como se refleja en Ataque celeste, y se permitieron un parón. Frente al "hacer de todo a todas horas", un grito contra la autoexplotación y una oda a la calma y a la improductividad.

Albaro: Además de la huida hacia adelante, ahora uno se siente culpable cuando no está haciendo nada. No me refiero solo a no producir, sino también a no estar leyendo ese libro que deberías leer o a no estar viendo esa película que deberías ver. Siempre nos estamos exigiendo y explotando, tanto en lo profesional como en lo humano. ¡Para un poco!

Cristina: Se han impuesto la prisa, la impaciencia y el agobio.

¿Cómo resulta trabajar rodeada solo de hombres? ¿Ha sufrido el machismo?

Cristina: Cada vez menos, aunque la sociedad lleva el machismo en las venas y todavía no nos hemos quitado de encima esa mierda heredada. Al principio, cuando había menos mujeres en la escena musical, llegaba a un festival y se sorprendían al verme tocar la guitarra. A pesar de que queda mucho por hacer, ha habido una evolución a mejor. No obstante, yo siempre he trabajado con tíos y nunca me he sentido menos que ellos, sino una más, arropada y respetada.

Usted versionó el Que no de Deluxe, aunque todavía hoy muchos no conciben ni asimilan la negativa.

Cristina: Porque aún hay gente que piensa que tiene que ser que sí. O sea, si esas personas tuvieran claro que el no es no, entonces no habría ningún problema.

¿Qué anécdota no olvidarán después de tantos años en la carretera?

Albaro: Tocar en seis cárceles de Madrid en 2003 fue impactante. Y hacerlo en China, increíble, ¡qué locos!

De repente, México. ¿Hay alguna fórmula para calar entre el público americano?

Cristina: La gente empatizó con nuestro mensaje de una manera brutal.

Albaro: La idiosincrasia del público mexicano es muy surrealista. Lo sienten todo de otra manera y nosotros conectamos con eso.

Antes, cuando preparaba un par de preguntas, escribí El Columpio Asesinado. Seguro que los han llamado de formas más extrañas…

Albaro: Precisamente, un periodista mexicano nos preguntó: "¿Cuántas veces os habéis arrepentido de haberos llamado El Columpio Asesino?". ¡Hostia, qué cabrón! En realidad, es un atentado al buen gusto deliberado, aunque durante años mis padres y mis tíos no han dejado de preguntarme el porqué [risas]. En general, tener que explicar continuamente el motivo resulta cansino.

Durante la gira Amarga Baja, venderán un vinilo con versiones de Perlas, con Pucho de Vetusta Morla; Diamantes, con Santi Balmes de Love of Lesbian; Babel, con Fermín Muguruza, y A la espalda del mar, con Amaral. Menudo mejunje de colaboradores…

Cristina: De alguna manera, es un ejemplo de cómo y de quiénes somos.

¿Qué porcentaje del público festivalero luego va a verlos a una sala?

Albaro: Muchos jóvenes no han crecido con la cultura de sala y quizás han conocido la música en directo a través de los festivales. Sea una pena o no, esa es su realidad. En Pamplona, a los dieciséis años, teníamos bares para la gente de nuestra edad —en los que jugabas al billar, fumabas, pillabas unos porritos y, más adelante, tus primeras rayitas—, que coexistían con las salas.

Creo que ahora no existen esos espacios y que la gente, como decía, ha empezado a ir a conciertos a través de los festivales, sin aquella experiencia previa. Por eso le cuesta ir a una sala, porque tampoco concibe que la entrada de un bolo valga veinte pavos y la diaria de un festival en la que tocan muchos grupos, treinta o cincuenta euros.

Es complicado… Por una parte, veinte euros no es una barbaridad. Por otra, muchos asistentes a un festival no van a ver una actuación, sino a una experiencia, como dicen ahora…

Cristina: También es una cuestión de modas e inercias.

Se retiran en su momento más alto. Y ahora, ¿qué?

Cristina: Ni idea. Tenemos la gira por delante, que ha empezado muy bien. Estamos contentos y al 100%, disfrutando del contacto directo con el público. Cuando todo acabe, nos llamaremos por teléfono: "Hola, Álvaro, ¿qué tal?".

Albaro: "Bien, Cris. ¿Qué estás haciendo?". Yo no tengo ni idea, pero me voy a conceder un año para no hacer nada, porque hasta ahora no he tenido más rumbo, objetivo y diana a la que disparar que El Columpio Asesino.

Más que un parón definitivo, ¿podría ser un ligero y sabroso paréntesis? O sea, "descansamos un año y volvemos a la carga".

Cristina: En principio, esa no es la idea.

¿La inteligencia artificial proveerá? ¿Se imaginan escuchando una canción suya compuesta por una máquina?

Albaro: Resulta tan extraño lo que está por venir que ni sé si es bueno o malo. Aún no he resuelto mi visión de la inteligencia artificial, la verdad. Me parece muy peligrosa, pero también interesante.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?