Este artículo se publicó hace 16 años.
La costa de granito rosa: un caos de piedra
La erosión dibujó hace 300 millones de años, en el norte de Bretaña, en Francia, una costa de color y trazado únicos
"En Bretaña, la lluvia sólo moja a los gilipollas". El navegador Olivier de Kersauson sabe defender su tierra natal cuando el imaginario colectivo piensa en una región gris, sacudida por los vientos y las tormentas, los 365 días del año. Pero el autor en solitario de la vuelta del mundo en vela en 125 días hubiera podido pensar en una luz que brilla todo el año: la del Mean Ruz, piedra roja en bretón.
Desafiando el tiempo y la violencia del mar, el Mean Ruz es el faro de Ploumanac'h, pequeño pueblo situado en la costa norte de Bretaña. Su luz para guiar a los navegantes ya se apagó, aunque debe su nombre al color de la piedra.
El llamado sendero de los aduaneros bordea una costa convertida en un espectacular caos de piedra, resultado de la erosión hace 300 millones de años.Son nueve kilómetros de granito brillante de color rosa; sólo se encuentra aquí, a orillas del mar. Se adivinan formas corrientes: una botella, un pie, un sombrero. Y otras más extrañas a las que los habitantes locales dieron nombres, como el castillo del Diablo. El Diablo, que también se alza en cada esquina de una antigua iglesia cuyas ventanas fueron condenadas con hormigón. Algo que no explican los folletos turísticos. El sendero era utilizado para vigilar la costa de ataques extranjeros, ya fueran piratas o británicos. Aún quedan reservas de arma y puestos de vigilancia. De granito rosa.
Perfil acuchillado
Algo de razón tiene De Kersauson cuando habla de lluvia y de gilipollas. A los pies de los 15 metros del Mein Ruz, sólo se escucha el gruñido de las olas que golpean la roca. Pueden hasta sumergir el faro; en francés, se habla de "hoja de fondo", como la hoja de un cuchillo que corta de forma abrupta que lleva hasta el fondo del mar. A pesar de la lluvia, hay que ser tonto para no sentir la fuerza de los elementos.
Desde la costa se vislumbra el archipiélago de las Siete Islas, dominado por el color blanco. Es de los pájaros y de sus nidos. Menos de 40 hectáreas acogen a 27 especies diferentes. Y lo que sorprende a todos los que se suben a un barco: se acercan pingüinos, focas y delfines. Porque, aunque brilla todo el año, el granito rosa luce mejor al sol.
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