Este artículo se publicó hace 4 años.
Dolor y asco, la herencia del mal
Jorge Riquelme radiografía la sociedad chilena desde el microcosmos de una familia en 'Algunas bestias'. Es una denuncia del mal heredado, la impunidad y la complicidad, protagonizada por un portentoso y muy inquietante Alfredo Castro.
Madrid-
"El abuso es un síntoma social que padece la sociedad chilena". El cineasta Jorge Riquelme Serrano, convencido de que su país vive ahora un despertar social de años y años de abusos y atropellos, se propone con su película Algunas bestias desenmascarar las maniobras de los culpables, hasta ahora impunes, explicar con detalle el plan de esos vampiros, símbolos del horror reciente chileno. Lo hace a través de la historia de una familia atrapada en una isla solitaria. Inquietud, dolor y asco.
Hay que hablar, debatir, solucionar tantos vicios repulsivos en nuestras sociedades que detallar la lista de los peores es casi imposible, pero Riquelme en esta película consigue condensar la perversión, la vileza, la impunidad, también la complicidad y finalmente la abdicación y renuncia de las víctimas. Es un pormenorizado relato de la estrategia del mal que se sustenta sobre el lado más abyecto de algunos seres humanos.
Superdotado Alfredo Castro
"El verdadero horror está dentro del ser humano", repite y repite el cineasta desde la presentación de la película en el Festival de Toronto. Lo dijo allí, también en Chile, lo subrayó la prensa en San Sebastián, donde se alzó con el Premio Nuevos Realizadores, y se insistió sobre ello en La Habana, donde se reconoció a Riquelme con el Premio a la Mejor Dirección y el Premio Especial al Jurado. Certámenes que asistieron aturdidos a la representación del abuso que revela esta película.
Una turbación que se va espesando a medida que avanza el relato y en la que juega un papel capital la presencia del superdotado Alfredo Castro. Siempre inquietante en sus interpretaciones, esta vez el actor ha convocado a su personaje en el mismo territorio infecto en el que creció el siniestro sacerdote pedófilo de El club, de Pablo Larraín. El hombre que aparece en esta película podría ser cualquier chileno de clase alta, consentidor de la dictadura y enriquecido a su costa, explotador, prepotente, demasiado consciente de su situación y su poder.
Alta intensidad
Algunas bestias destapa los fantasmas del horror desde la narración de un fin de semana de una familia en una isla donde solo hay una gran casa y en la que no vive nadie más. Allí, la hija de Antonio (Castro) y Dolores (Paulina García, impresionante), y su marido piden dinero al matrimonio para rehabilitar el edificio y convertirlo en un complejo turístico. Mientras, sus nietos, una chica y un chico adolescentes, intentan disfrutar la isla, pero no consiguen abstraerse del verdadero vínculo que manda en la familia.
Disfrazado con juegos de mesa, vinos ricos para las comidas, un paisaje hermoso y hogueras en la noche, en el auténtico ambiente familiar se respira clasismo, fobia, desprecio, celos... y, tal vez lo peor de todo, el esfuerzo conjunto por mantener a salvo sus repugnantes secretos. Algunas Bestias es "una película de alta intensidad que toca temáticas profundas y dolorosas, que urge abordar en nuestra sociedad", afirma el director.
El límite de la moral
Un morbo retorcido y desagradable acompaña a la escena clave de esta película, un plano secuencia largo, difícil de soportar, que lo explica todo y que, probablemente, solo puede justificarse por la supuesta necesidad de ser testigos en primera fila de la abominación. Tal vez Riquelme calculó y decidió que asistir a la atrocidad es la manera más efectiva de denuncia, de conseguir el rechazo.
Sin desvelar, por supuesto, en qué consiste este momento de Algunas bestias, sí se puede adelantar la audacia de Alfredo Castro al aceptar ese momento, el de convertirse públicamente en el monstruo de la familia. Con su resolución también convive, sin embargo, la duda y cierta indecisión. "Mi tope no está puesto en lo moral", aclaró en una entrevista con ecartelera a principios de año.
El actor confesó entonces que a él también les costaba mucho ver esa escena, "la rehúyo un poco, pero también entiendo que ahí hay una denuncia importante. Mi tope no está puesto en lo moral, no es mi trabajo, ya el público decidirá qué es lo que ve y lo que no ve".
Y lo que se ve es, además de a un actor único, un retrato de la sociedad chilena construido desde este microcosmos familiar, con el que el cineasta invita al público a explorar las zonas más oscuras de uno mismo y a reflexionar sobre el daño imborrable que un comportamiento malvado puede provocar en futuras generaciones. Es la herencia del mal.
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