Este artículo se publicó hace 12 años.
Fabes con turismo
Conviene no mezclar, que luego vienen los dolores de cabeza: es una obviedad que los festivales de cine nacieron, en sus orígenes, con fines turísticos. Así ocurrió con Cannes, así ocurrió con San Sebastián, así ocurriría con el antiguo Certamen Internacional de Cine y TV Infantil, del que posteriormente nacería el Festival de Gijón.
Sin embargo, hace mucho que los (buenos) festivales trascendieron ese objetivo inicial (donde trascender no significa dejar de lado, así lo demuestran cifras crecientes de asistentes y público de Gijón) para integrar otras metas. Por ejemplo: convertirse en bastiones culturales, espacios de pensamiento, lugares de reunión y debate, proyectos formativos, revulsivos intelectuales.
En un tiempo en que el espacio público se ha convertido en espacio comercial, lugares como el Festival de Gijón servían, no sólo para descubrir nuevas propuestas cinematográficas, sino especialmente para reivindicar la posibilidad de los ciudadanos de hacer suyas las calles, los teatros, los bares y cines y convertirlos por unos días en espacios de libertad.
La destitución de José Luis Cienfuegos, el hombre que convirtió al Festival de Gijón, con Fran Gayo y su equipo en la retaguardia, en una fiesta, en una celebración de la cultura audiovisual, en un reto para los espectadores, es uno de esos gestos simbólicos que dicen más de lo que pretenden.
El país donde cada rotonda, de cada barrio de nueva construcción, tiene su escultura millonaria, el país de los aeropuertos vacíos, el país de los centros culturales sin cultura, el país de las alfombras rojas como antídotos contra el pensamiento, ha dado un nuevo paso por el camino que conduce a la nada.
Mientras vemos crecer la estatua con el rostro de Carlos Fabra en el País Valencià, no queda sino desear suerte al equipo que toma las riendas del Festival de Gijón, pero sobre todo recordarles que construir lo que Cienfuegos y su equipo habían logrado es meritorio, difícil, trabajoso y frágil, pero destruirlo puede ser tan sencillo como confundir las fabes con turismo con el cine y la cultura.
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