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El gran agujero de la Mostra de Venecia

La obra paralizada de la nueva sede evidencia la crisis del certamen

ÁLEX VICENTE

El imaginario colectivo asocia el Lido a hoteles de lujo y estrellas desfilando sobre la alfombra roja. Pero, desde hace tres años, uno de los rincones más exclusivos de la isla ha cobrado un glamour semejante al de un vertedero nuclear. En el lugar donde tenía que erigirse un fastuoso palacio, destinado a convertirse en la nueva sede de la Mostra, se encuentra hoy un inmenso solar con aspecto de campo de minas y protegido por una gran capa de plástico blanco. Entre el insulto y el eufemismo, los vecinos lo han bautizado como 'il gran buco' ('el gran agujero').

La construcción del edificio, que debía inaugurarse en esta edición coincidiendo con el 150º aniversario de la unificación italiana, quedó paralizada hace tres años cuando se descubrió una alta concentración de amianto en sus cimientos. Para más inri, es visible desde cualquiera de las ventanas del Casino del Lido.

El proyecto se paró al encontrarse una alta concentración de amianto

El nuevo edificio, ideado por el arquitecto francés Rudy Ricciotti, debía costar cerca de 100 millones de euros, de los que ya han sido invertidos unos 37 millones. Un pésimo negocio: ante su encarecimiento, el proyecto original ya se da por descartado. En especial, desde que el Gobierno italiano se desvinculó de él y sugirió a los venecianos que buscaran ayuda en otra parte.

'El agujero está ahí y es imposible simular que no existe', decía ayer el presidente de la Biennale, Paolo Baratta. 'Pero el problema no es el agujero en sí, sino las instituciones. La clave está en si sabrán reaccionar y encontrar una vía prospectiva', añadía este economista y político, varias veces ministro y viticultor en sus ratos libres, así como máximo responsable de la estructura de la que depende la Mostra. Para salir del impasse, el presidente ha priorizado una alternativa rápida e indolora. Apuesta por resolver el déficit de infraestructuras del festival restaurando sus edificios históricos. El primero es la Sala Grande, templo del art déco y máximo exponente de 'la elegancia de los años treinta'.

'El problema no es el agujero, sino las instituciones', dicen desde la Mostra

¿Qué sucederá ahora con este solar a medio construir, para el que nadie parece dispuesto a encontrar presupuesto? Nadie sabe, nadie contesta. La excepción es una asociación medioambiental creada por vecinos del Lido y apoyada por políticos y personalidades locales, que ayer propuso que el lugar sea 'desafectado y destinado a zona verde'.

Las incógnitas sobre el futuro se acumulan sobre una Mostra asediada por las críticas respecto a los precios prohibitivos y a su pérdida de influencia ante festivales emergentes como Toronto. Además, se multiplican las dudas sobre el posible relevo de su director artístico, Marco Müller, que este otoño concluirá su mandato. Si no siguiera en el cargo, Silvio Berlusconi podría promocionar a alguno de sus allegados, venidos de la galaxia Mediaset. Pero otras fuentes apuntan a que mantendrá a Müller, personaje que despierta sentimientos encontrados, pero que habla ocho idiomas y dispone de una considerable agenda de contactos.

Además de los numerosos problemas existentes, Venecia también se enfrentará la semana que viene a una huelga de conductores de vaporettos que dejará a la isla aislada del resto de la ciudad. Sin contar con los problemas meteorológicos que el año pasado consiguieron inundar las instalaciones del festival. Ni su desorden organizativo, que resulta insoportable para algunos, pero entrañable para los demás. A ratos, se diría que es el mismísimo Fellini quien teledirige el tinglado desde el otro barrio.

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