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'El hijo del chófer' y los entresijos del pujolismo saltan a las viñetas

El malagueño José Pablo García adapta al cómic la exitosa obra de Jordi Amat añadiendo nuevos detalles sobre la trayectoria de Alfons Quintà, su protagonista.

24/05/2022 'el hijo del chófer'
Portada sobre la adaptación del cómic de 'El hijo del chófer'. Norma Editorial

20 de junio de 1984. No hace ni un mes que una gran manifestación ha aclamado a un Jordi Pujol sitiado judicialmente por el caso Banca Catalana. Alfons Quintà, el periodista que cuatro años antes había atizado la investigación desde las páginas de El País, ha dirigido en primera línea el relato del baño de masas que ha recibido el presidente de la Generalitat. Quintà es el director de TV3, el primero de la historia. Pero las cosas no le van como esperaba. Joan Granados ha sido nombrado nuevo director general de la Corporació Catalana de Ràdio i Televisió —el ente que gestiona los medios dependientes de la Generalitat—. A despecho suyo.

Aquel 20 de junio de 1984, el primer día en el cargo de Granados, Quintà le interrumpe varias veces en el despacho: "He hablado con Lluís [Prenafeta]. Me ha pedido que te retires: el director seré yo… son órdenes de Jordi Pujol". Granados le pide por escrito el plan que le propone. "¡No puedes imaginarte qué favor me has hecho!", exclama cuando le muestra el documento: "Todo esto que planteas es exactamente lo que haremos… pero lo haremos sin ti. En el departamento de personal te harán la liquidación. Muchas gracias por tu trabajo. Ya puedes retirarte". Quintà no lo puede creer.

Resulta inútil buscar la escena en el capítulo seis de El hijo del chófer (Tusquets, 2020), de Jordi Amat. Este momento sólo se puede encontrar en la adaptación gráfica que acaba de publicar Norma Editorial

Fidelidad y síntesis

A José Pablo García (Málaga, 1982), una vecina le advirtió que el editor Óscar Valiente buscaba dibujantes para dos nuevos proyectos. Uno de ellos era la adaptación gráfica de El hijo del chófer. En parte por la prisa que había (ocho meses de plazo), y en parte porque —confiesa— no sabría cómo mejorarla, García decidió mantener su estructura: las primeras páginas nos sitúan en el velatorio de Josep Pla, el 24 de abril de 1981, mientras que las últimas se cierran con el suicidio de Quintà y el asesinato previo de su pareja, en diciembre de 2016

Entremedio, la niñez marcada por la sombra del padre y la proximidad con Pla y Vicenç Vives, la efímera militancia y las primeras tensiones con el Pujol empresario, la forja de un periodista de investigación obsesivo que proyecta en el poder todos sus fantasmas. Francotirador sin escrúpulos, acosador, machista, autoritario, el Quintà de Jordi Amat sabe cómo moverse en el engranaje de la Transición. Hasta que cae en desgracia.

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Página 5 de la nueva adaptación de Jordi Amat. Norma Editorial

No eran pocos los retos que García, autor de las adaptaciones de Soldados de Salamina, de Javier Cercas, y La Guerra Civil Española de Paul Preston, debía afrontar: "En El hijo del chófer pasan muchas cosas que, a diferencia de otras obras, no puedes resolver con una viñeta. Hay muchos datos con demasiada enjundia como para descartarlos, era necesario hacer un gran esfuerzo de síntesis". Tarradelles, Ortínez, Ibáñez Escofet, Enric Canals, Juan Luis Cebrián… El libro de Amat también se caracteriza por la alta densidad de personajes. ¿Puede contribuir el cómic a su digestión? "Yo creo que sí, el formato puede ayudar a no perderse", dice García: "Cuando leí la obra, a veces tenía que detenerme y volver atrás. En parte, he trabajado la adaptación para contármela otra vez".

Al margen de la estructura, la fidelidad al texto, la prudencia y rigor en los diálogos y el mantenimiento de la frase corta y el ritmo sincopado en aquellos fragmentos que se han tenido que ajustar hacen que el cómic sea un buen reflejo del original. Como explica el propio Amat en la nota final que incorpora, la prosa de El hijo del chófer fue diseñada para obligar al lector "a pasar páginas a toda velocidad". Ahora, esta prosa se ve enmarcada por una profusión de tonos rojos y negros. "Desde el principio tenía la intención de dibujar el cómic con estos colores, como una forma de anticipar el final trágico de la historia", dice García: "Después me di cuenta de que le aportaban una estética similar a la de las publicaciones de la época".

Un Quintà desmedido

Con acierto, el cómic reproduce algunas páginas de la prensa de la época (las exclusivas de Quintà sobre Banca Catalana y sobre los contactos entre Suárez y Tarradellas, por ejemplo, o la réplica de Joan Tàpia en La Vanguardia). Durante el proceso de elaboración del cómic, Amat no sólo proporcionó contexto y documentación de archivo a García. También le ofreció nuevas escenas y episodios que, como el de Granados, fue conociendo a partir de la publicación del libro, hace dos años.

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viñetas de la página 90 de la nueva adaptación de Jordi Amat. Norma Editorial

"Después de la presentación", dice Amat, "recibí un correo de un vecino de Figueres que recordaba cómo Quintà, de pequeño, lanzaba flechas a la gente que pasaba por la calle. Y supe que era un comprador compulsivo de revistas pornográficas. Todo esto ha sido incorporado al cómic de manera natural, sin necesidad de decir que era material nuevo", dice Amat. Los nuevos detalles apuntalan la desmesura de un personaje que, "con todas las comillas", enamoró a José Pablo García, "porque es una joya a nivel narrativo". Filtradas por su dibujo, la gula, la obsesión por el sexo, la violencia y los excesos de Quintà toman un nuevo vuelo. Algunas escenas hacen que la sensación de rechazo aumente, otras deslizan al personaje hacia el ridículo y el histrionismo.

"Ha sido muy divertido ver cómo se iba transformando el libro en cómic y cómo iba surgiendo la vertiente cómica. Tiene que ver con el estilo de José Pablo y también con el lenguaje propio del cómic", dice Amat. Algo tiene claro el periodista: "La historia monstruosa de la Transición se ve más claramente en su adaptación que en mi libro". Pese a interpretar la historia política de un tiempo poco representado en el noveno arte, el retrato de Quintà llena las 120 páginas del cómic.

Visualmente, su caída se refleja de muchas formas. García se fija en las tecnologías que le acompañan: "Al principio, se muestra duro y poderoso con el traqueteo violento de la máquina de escribir: con el ordenador esta impresión se disipa. Lo mismo ocurre con el teléfono: el fijo es su herramienta de acoso, luego los compañeros pasan de sus whatssaps". Se puede hacer la misma lectura con las gafas que usa Quintà. Hasta el último capítulo, no podremos ver sus ojos: "En un momento del libro, Jordi Amat dice que su mirada era la puerta de entrada a la anormalidad: cualquier dibujo hubiera sido insuficiente para ilustrar esa idea".

La opacidad de los lentes de Quintà quizás también es el reflejo de los ángulos muertos de la Transición. No es hasta que empieza a descender a los infiernos que le podemos ver los ojos. Cuando la mala salud y los fantasmas le fruncen las cejas y lo acorralan. Cuando una tarde de diciembre coge la escopeta y termina con la vida de su pareja y con la suya propia.

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