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Hombrecillos verdes de provincias

'La abducción de Luis Guzmán', hasta el 16 de marzo en Teatro del Barrio, reflexiona sobre las dificultades de huir de nuestro pasado.

Una escena de 'La abducción de Luiz Guzmán', en el Teatro del Barrio.

ALFONSO ÁLVAREZ-DARDET

MADRID.- En la década de los 70, el nombre de Carl Sagan era sinónimo de extraterrestre. Su trabajo como divulgador científico le llevó a firmar innumerables artículos y estudios sobre el espacio exterior y a recibir por su labor de comunicador premios tan prestigiosos como el Pulitzer por su obra de no ficción, Los dragones del Edén o el Emmy por los capítulos de Cosmos: un viaje personal. Tal fue su pasión por la astronomía que su propio hijo, Nick Sagan, contagiado por esa curiosidad científica que heredó de su padre escribió varios episodios de la mítica serie de ciencia ficción, Star Trek.

Sagan dedicó su vida a que pudiéramos soñar con lo desconocido. A darle a esa luz brillante que nos llega del firmamento un sentido. No es de extrañar, entonces, que cuando desaparece el padre del protagonista de La abducción de Luis Guzmán, un joven con “algún tipo” de problema mental que sueña con alcanzar las estrellas y que adora al astrofísico estadounidense, lo primero en lo que piense este es que su progenitor ha sido secuestrado por hombrecillos verdes. La obra, que se estrenó en 2013 en el festival Fringe (por aquella época se llamaba así), está programada desde este miércoles hasta el 16 de marzo en la sala Teatro del Barrio.

Este fue el primer trabajo teatral de Pablo Remón, quien además de firmar el texto también lo dirige. Su último trabajo, 40 años de paz, acaba terminar sus funciones en este mismo espacio, y excepto Fernanda Orazi, quien formó parte del elenco de su última obra, repiten el resto de actores: Ana Alonso, Francisco Reyes y Emilio Tomé. El director tiene un amplio recorrido en el cine, ganó en 2015 el Goya al mejor cortometraje por Todo un futuro juntos.

Sobre la función, tres son los pilares en el que se sustenta el argumento: el primero, el terreno de la fantasía y la imaginación, al llegar a la conclusión el protagonista de que la desaparición de su padre es en realidad una abducción extraterrestre; el segundo, el retrato de la vida de una familia de una pequeña localidad con costumbres arcaicas; y el tercero, esa necesidad de huir, de correr tan rápido como te lleven tus piernas y no mirar atrás, esa realidad que en la mayoría de ocasiones no es más que un autoengaño, ya que todos, tarde o temprano tenemos que enfrentarnos a nuestro pasado.

La abducción de Luis Guzmán está ambientada en la actualidad, en un lugar indeterminado que podría ser cualquier pueblo de Aragón. “El lugar se ha quedado estancado, como en los años 70. No ha pasado el tiempo, hay mucha diferencia entre los que se van y los que se quedan, que han desarrollado un mundo propio. El protagonista es alguien que no está preocupado por las nuevas tecnologías. Se encuentra aislado. Está más conectado con un planeta a años luz que con sus vecinos”, explica el director.

Al desaparecer su padre, por misteriosas circunstancias, también desaparece su sustento de vida. Para resolver el misterio, el joven protagonista avisa a su hermano, que vive desde hace tiempo en Londres con una mujer que resulta no saber nada sobre su familia. La noticia lo cambia todo, y finalmente se verá obligado a viajar a España para reencontrarse con su pasado. “No se puede avanzar hacia delante sin mirar atrás”, sentencia Remón y es por ello que aunque el hermano mayor percibe al pequeño como una carga que trató de dejar tan lejos como la luz que este adora, finalmente no hay distancia que pueda recorrer para escapar de lo inevitable.

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