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Martin Amis y Cormac McCarthy: crónica de la muerte de la literatura anglosajona salvaje

Con su prosa honda y ambiciosa, ambos escritores se sumergieron en las aguas oscuras del ser humano.

Los escritores Martin Amis y Cormac McCarthy.
Los escritores Martin Amis y Cormac McCarthy. Beowulf Sheehan / Alejandro García (EFE)

La muerte ha arrebatado en apenas un mes a dos grandes escritores anglosajones, ambos sin Nobel, pertenecientes a distintos mundos pero que atesoraban una literatura ambiciosa, de prosa honda aunque cada uno jugase con el lenguaje a su manera, esa escritura que alcanza lo sublime cuando la forma y el fondo se funden en las alturas.

O quizás sería mejor decir en las profundidades del ser humano, inescrutable pozo sin fondo en el que reposan la violencia, el pesimismo, las tinieblas, el apocalipsis, la pérdida, la locura, el mal, la tragedia y, claro, la sangre. El británico Martin Amis falleció el pasado 19 de mayo y el estadounidense Cormac McCarthy, el 13 de junio, sin que la Academia Sueca, en su letargo, levantase acta de la maestría de la obra de dos clásicos de las letras anglosajonas.

McCarthy, nacido en Rhode Island en 1933, odiaba ir a la escuela y luego fue trampeando como pudo, entre trabajos alimenticios y becas que se procuraba para poder escribir. Eso era lo que quería, pero no sabía cómo vivir de la literatura, porque para él dar conferencias o impartir talleres eran otra cosa, un sacacuartos, por lo que tampoco dio clases ni escribió artículos o reseñas.

Alérgico a los cenáculos literarios, envió El guardián del vergel a la editorial Random House y tuvo la suerte de que leyese la novela Arthur Erskine, editor de William Faulkner, al que McCarthy admiraba y con quien sería comparado, referente destacado en una nómina de espejos en la que también se reflejaba Herman Melville.

Sus personajes necrófilos, incestuosos, suicidas, desposeídos —él fue desheredado por su padre— y acribillados por la locura le merecieron el respeto de la crítica, hasta el punto de que escritor Saul Bellow elogió su pluma tras la publicación de La oscuridad exterior, Hijo de Dios y Suttree. Así, el Premio Nobel de Literatura en 1976 destacó su "uso absolutamente abrumador del lenguaje" y "sus sentencias que dan vida y muerte", precisamente los dos elementos sin los que, para él, su escritura no tenía sentido.

"¡Dios mío! Esto me recuerda al mejor Thomas Pynchon o a Nathanael West", declaró en una entrevista Harold Bloom. "Era el mejor libro desde Mientras agonizo", añadía el crítico literario sobre Meridiano de sangre, publicada 55 años después de la novela de Faulkner, por lo que venía a considerarla como una de las mejores novelas del siglo.

El éxito popular le llegaría en los noventa, cuando ficha por el sello Alfred A. Knopf y publica Todos los hermosos caballos, que recibió el National Book Award, En la frontera y Ciudades de la llanura, su Trilogía de la frontera, un territorio que seguiría transitando durante el presente siglo en No es país para viejos —de nuevo, el western— y en La carretera —Premio Pulitzer en 2007—, cuyas adaptaciones al cine amplificarían su estrenada condición de superventas.

Alabada por Oprah Winfrey, el huraño escritor, buzo en las aguas negras del ser humano, se prestó a que le hiciese una de las contadas entrevistas que concedió. Durante la charla, comentó que, más que una historia distópica y posapocalíptica, era la reflexión de un padre —encarnado en el filme por Viggo Mortensen— septuagenario —él mismo— sobre el mundo que le iba a dejar a su hijo, entonces de ocho años.

Martin Amis, radiografía de una era

Cormac McCarthy falleció en Santa Fe (Nuevo México), a los 89 años, después de residir en diversas localidades estadounidenses donde ambientó sus novelas. Martin Amis halló la muerte a los 73 lejos de allí, en Lake Worth Beach, una ciudad de Florida en la que compró una casa después de nacer en Oxford —regresaría para estudiar en el Exeter College—, pasar por Mallorca, Swansea (Gales), Cambridge —donde fue calificado como un alumno "poco prometedor"— y Princeton (Estados Unidos), trabajar en Londres, instalarse en José Ignacio, cerca de Punta del Este (Uruguay), y mudarse a Nueva York. Un paisaje menos árido que el frecuentado por el autor de Meridiano de sangre.

Hijo del escritor Kingsley Amis, el británico también pespunteó el oscuro envés del ser humano, pero inyectó en su obra una dosis de humor oscuro que se mezcló con la sangre, una disolución truculenta de éxito temprano, pues en 1973 ganó el Premio Somerset Maugham con su primera novela, la obscena El libro de Rachel.

Le siguieron la drogota, sexual e hilarante Niños muertos y las aclamadas Dinero, Campos de Londres, La flecha del tiempo o Perro callejero, con las que se sacudió la sombra de su padre, con quien mantenía una tensa relación. En el terreno de la no ficción, cabría añadir su libro de memorias, Experiencia, publicado en 2000.

Al contrario que McCarthy, él sí escribió y trabajó en prensa (The Times Literary Supplement, The Observer y The New Statement). No debía creer que los talleres literarios eran una "estafa", pues fue profesor de Escritura creativa en el Centre for New Writing de la Universidad de Mánchester.

Sin embargo, también se contagió del pesimismo y destiló personajes odiosos. Así, cáustico y provocador, encarnó el mal en la figura de Stalin, protagonista de Koba el Temible, editado en 2002, una crítica acerada a esa izquierda que miraba hacia otro lado ante los crímenes del dictador soviético.

Vitriólico, enfant terrible, virtuoso sobre el papel, aguijón de los biempensantes y amigo del polémico Christopher Hitchens, Martin Amis pasará a la historia como uno de los mejores escritores anglosajones junto a Cormac McCarthy, pues supo perfilar con sarcasmo la sociedad británica y estadounidense.

De ahí que The New York Times, cuando falleció, calificase el período que va desde la crisis del petróleo de 1973 hasta los atentados del 11S de 2001, pasando por la caída del Muro de Berlín, como "la Era Amis".

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