Madrid
Actualizado:El monólogo que Pablo Fidalgo ha llevado a las tablas del Teatro de la Abadía de Madrid se titula La enciclopedia del dolor Tomo I: Esto que no salga de aquí, y es interpretado por el actor Gonzalo Cunill. En una desarticulada cancha de fútbol, el protagonista recorre su infancia en el colegio de los religiosos y retoma con ello las lagunas de una memoria histórica que no es solo olvido de los muertos enterrados, sino también el de los abusos de las víctimas que sobrevivieron. No ha pasado siquiera un año desde las primeras denuncias con las que exalumnos del Colegio del Pilar acusaban públicamente a al menos cuatro religiosos –ahora fallecidos–, quienes abusaron de cientos de niños a partir de los años 60 hasta los 90.
El escritor y poeta Pablo Fidalgo no recuerda los casos más graves de pederastia, pero sí la violencia psicológica y física que caracterizaba el método de enseñanza. Y si a menudo la experiencia del trauma tiende a borrarlo todo, obligando el cuerpo a llevar a escondidas las heridas mal cicatrizadas para que la mente no se percate, el acto de la escritura puede ayudar a reunir ese tejido desgarrado. "La escritura poética, que es de donde yo vengo, es exactamente eso", nos comenta el autor: "Es tejido, construcción de la memoria, es descenso a los primeros recuerdos, los primeros sueños, los primeros sonidos y olores".
En algunos colegios de los maristas la transición democrática llegó mucho más tarde. Mientras el país entero volvía poco a poco a soltar un suspiro de alivio, algunos de los religiosos y profesores de un colegio de Vigo seguían como si la democracia fuera un mero capricho de la clase política o de la sociedad. La institucionalización de la violencia, que bajo el franquismo había encontrado terreno fértil, seguía siendo ejercitada con mano de hierro.
El duelo de las víctimas
"Es un asunto que afecta a tantos millones de personas que necesitaría una reparación y una explicación, pero creo que todos tenemos claro que no hay ninguna explicación posible. Puedes entender el contexto histórico y aceptar que la historia de España es así, pero nunca comprender a un país que lo calla y lo esconde todo", afirma Fidalgo. Pese a la dramaticidad del argumento, la pieza conserva la estructura clásica del monólogo teatral. La escenografía es sencilla, la iluminación sigue sin demasiados golpes de rebeldía las pautas de la escritura, y la sobriedad de la actuación pone directamente la palabra en el punto de mira de la atención del espectador.
El autor no se presenta como víctima de violaciones, sino como parte de aquel contexto en el que delitos de ese tipo pudieron seguir adelante por años gracias a la connivencia colectiva de una entera sociedad. No es un monólogo que titubea frente a las heridas del alma, o que sobrevuela con mirada altiva sobre el dolor de los demás; al contrario, se hace portador de las denuncias a través de la biografía individual. Y, sin embargo, es un monólogo casto, purificado ya de la suciedad y de las maldades del hombre. Aspira a restituir a las víctimas su infancia perdida, pero olvida que las víctimas ya crecieron.
Nos habituamos a llorar al lado del ataúd de un ser querido, intentando que con nuestro dolor los familiares más cercanos puedan sobrellevar el trauma de la pérdida. Y, no obstante, nuestros mayores esfuerzos, nada impedirá que el duelo se apodere de ellos, porque es un pasaje obligado de las etapas del dolor.
El Me Too dio voz a un número asombroso de víctimas de violaciones y abusos sexuales. Más adelante nos dimos cuenta de que los agredidos podíamos ser incluso nosotros. Rememoramos el pasado con estupor y vergüenza por no haber entendido, no haber hablado o no haber sido escuchados. Pero el cambio toca con insistencia nuestras puertas, a pesar de los tropiezos vulgares de exestrellas de Hollywood. ¿Qué queda entonces después del duelo?
Final abierto
Antes de que el espectáculo termine, la música comienza a invadir el escenario, desde las primeras notas reconozco el inconfundible clásico del cantautor italiano Lucio Dalla, Attenti al lupo. Gonzalo Cunill retoma los pasos despreocupados de la coreografía oficial, mientras tararea con desenvoltura la canción. Enseguida, como si el público se hubiera convertido en un animal único e inseparable, un sentimiento de alivio se apodera de nuestros rostros. El peligro ya pasó, estamos a salvo.
Aunque el autor advierte: "Es una lectura completamente abierta. La canción de Dalla es ambigua, pero habla de un lobo, que podemos identificar con un cuento para niños, y donde se repite que hay que tener atención al lobo. Hemos sido muy austeros en todo el planteamiento de la obra, no hemos caído en caricaturizar el mundo infantil ni tampoco el del deporte. Y, al mismo tiempo, todo ese paisaje está presente. A mí me gusta pensar que ese niño se hace mayor en el sitio que elige, que es una playa de Liguria. Es el paisaje de Montale y de Ezra Pound. Y es realmente el lugar donde acabé de escribir esta pieza".
Recuerdo entonces un episodio del instituto: viajábamos en bus por la Riviera francesa, de gira escolástica hacia la Barcelona de Dalí y del barrio gótico, un trayecto extenuante de 16 horas. De pronto la voz sexi y raspada de Gianna Nannini explota a través de los altavoces, el conductor nos sonríe desde el retrovisor y frente al silencio incómodo de las profesoras nos unimos al grito de la Nannini: "Hazme el amor, fuerte, cada vez más fuerte como si fuera América".
Antes del seno cargado de leche de Rigoberta Bandini, el ombligo de Raffaella Carrà escandalizó al Vaticano. Después vino la canción America, con la que Gianna Nannini masturbó un micrófono en directo en televisión, evocando los momentos de íntima soledad. Ser víctima no debería ser una condena a cadena perpetua en una búsqueda constante y cada vez más frustrada de nuestros propios cuerpos. Si el Me Too ha contribuido al empoderamiento de muchas, ha evidenciado también la fragilidad de todos.
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