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El rock que vino de Marte

The Mars Volta inician mañana una gira española que pasará por Madrid y Barcelona. Presentarán las canciones de su último disco, ‘The Bedlam in Goliath’, basado en sus experiencias con una Ouija.

JESÚS ROCAMORA

Una tablero medio maldito tipo Ouija, de esos que deletrean mensajes del más allá a través de una rueda con el abecedario, ha marcado la vida y el trabajo de los componentes de The Mars Volta en los últimos meses, hasta tal punto que casi impide el nacimiento de su último y recién lanzado disco, The Bedlam in Goliath. Incluso ha puesto en peligro la salud y la cordura del grupo de El Paso (Texas).

Según cuenta la historia oficial de la banda, Omar Rodríguez-López (guitarrista, productor y el segundo tipo con peinado afro de la foto, el de las gafas) lo encontró en una tienda de antigüedades y trastos curiosos durante una visita a Jerusalén y le pareció el regalo ideal para su viejo amigo Cedric Bixler-Zavala (voz y primer peinado afro empezando por la izquierda).

Que nadie arrugue el ceño: es el regalo ideal para una banda que acostumbra a hacer de la muerte el argumento principal de sus discos, como lo son De-Loused in The Comatorium (2003) y Frances the Mute (2005), ambos dedicados a los viajes emprendidos por sendos amigos fallecidos.

Así que la dichosa Ouija se convirtió en su juguete favorito durante la gira de The Mars Volta con Red Hot Chili Peppers (Flea y John Fusciante son además colaboradores habituales en los discos de los primeros), algo así como las cañas al final de un día duro en la oficina.

Miembros de ambos grupos se sentaban alrededor de aquella reliquia –La Tabla Reveladora, la llamaban– y ella les respondía con nombres –Goliath, Mr. Mugs, Tourniquet Man– y mensajes, algunos de los cuales se pueden encontrar en las letras del disco. Cuando La Tabla empezó a exigirles y a amenazarles, comenzaron a sucederse las desgracias y la enterraron. Que cague.

Tanto en lo personal como en lo profesional, las cosas llegaron a ponerse feas: grabaciones que quedaron inservibles y que mostraban ruidos sin sentido, accidentes –Cedric se vio postrado en una cama con un traumatismo en el pie–, desastres naturales –inundación del estudio de grabación–, “enredos cuánticos” –pistas de sonido que desaparecen de forma aleatoria– y el pequeño detalle de que el primer ingeniero de sonido perdió la cabeza y lo internaron.

Tras el retraso indefinido del álbum, el grupo hizo de la aventura el eje de The Bedlam in Goliath. El álbum fue lanzado a finales de enero en España y ahora les toca trasladar semejante melting pot al directo. Mañana tocan en Madrid y el sábado en Barcelona.

Conciertos incendiarios

Curtidos en los conciertos incendiarios de la anterior formación de Cedric y Omar, At the Drive-In, el directo puede ser un buen momento para ver si la propuesta de Mars Volta convence por su excentricidad y virtuosismo o si, por el contrario, estamos hablando de la penúltima reencarnación de aquellos grupos de rock progresivo de los 70 que terminaban perdidos en buscándose el ombligo.

Y eso que el grupo huye de la palabra prog como de la peste. Los tics de su propuesta no ayudan precisamente: sus letras están llenas de mensajes cifrados, cuando no inexplicables, su música parece un karaoke desquiciado que fusila géneros y técnicas de los últimas décadas (hard-rock, psicodelia, funk, salsa, metal, filtros de voz, efectos y pedales), todo ilustrado dentro de un universo surrealista que bebe de autores como Lynch y Jodorowsky.

Para sus conciertos en Madrid y Barcelona, vendrán con la formación al completo –en el disco hay percusiones y vientos–, incluido un nuevo batería, Thomas Pridgen.

APOYO | El camino del exceso

Lo malo de los discos de Mars Volta es que uno no sabe donde empieza el virtuosismo y el derroche de imaginación y donde la empanada mental de referentes e ideas, el empacho, la tomadura de pelo. ‘The Bedlam in Goliath’ pone un poco de mesura en la cosa y hace que la balanza se incline más hacia lo primero. Podríamos decir que es el primer álbum del grupo con el que podemos arriesgarnos a escucharlo entero sin miedo a vomitar del mareo. Una propuesta muy personal.

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