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Peter Watkins, el revolucionario cineasta que desapareció del mapa para no ser engullido por la industria

Una retrospectiva organizada por el Museo Reina Sofía y la Filmoteca Española rescata al padre del falso documental, quien concibió su obra como un arma contra la opresión y el totalitarismo.

El documentalista Peter Watkins, protagonista de la retrospectiva ‘Imágenes en guerra’. / Filmoteca Española
El documentalista Peter Watkins, protagonista de la retrospectiva ‘Imágenes en guerra’. / Filmoteca Española.

El documental que ganó el Oscar en 1967 no fue emitido por la cadena que lo produjo, la BBC, hasta casi veinte años después. El Gobierno británico no podía permitir la exhibición de una feroz crítica a la proliferación nuclear, a pesar de que había sido un encargo de la cadena pública. Su visión apocalíptica de un Reino Unido devastado atentaba contra las buenas costumbres y, sobre todo, contra las propias autoridades. 

The War Game (El juego de la guerra) describía el caos desatado por los efectos de la radiactividad en Rochester tras un ataque de la Unión Soviética, justo cuando el Ejecutivo laborista emprendía una carrera armamentística y eludía los perversos efectos de la bomba atómica. Y su director, Peter Watkins, lo hacía de un modo original, con entrevistas intercaladas al establishment, sentando las bases del falso documental.

“Su obra sigue vigente porque habla de la amenaza nuclear, de la paz y de la presencia ubicua de la guerra”, explica Chema González, comisario de una retrospectiva integral del cineasta británico que será proyectada en el Museo Reina Sofía y en la Filmoteca Española tras dos años de negociaciones con el singular director. Los filmes, que podrán ser vistos del 2 de noviembre al 29 de diciembre, serán comentados por su hijo, Patrick Watkins.

Tampoco han perdido actualidad ni vigor porque el padre del docudrama emplea sus trabajos como artefactos incendiarios dirigidos a los totalitarismos y a otras formas de opresión más sutiles, pero igualmente dañinas, así como para establecer paralelismos entre épocas históricas. Así, en su anterior cinta para la BBC, aprovecha la batalla de Culloden, que tuvo lugar en la Gran Bretaña de 1746, para criticar la invasión de Vietnam.

La polémica que generó The War Game y las críticas que recibió Privilege (1967), donde anticipaba la manipulación del movimiento contracultural y pacifista en Estados Unidos, así como el advenimiento del thatcherismo en su país, motivaron que Peter Watkins (Surrey, 1935) se exiliase, cinematográficamente hablando, en Estados Unidos, Noruega, Dinamarca y Suecia. No obstante, en el extranjero siguió ahondando en las técnicas de control social y mostrando las costuras de las socialdemocracias escandinavas.

“Su cine es un medio para obtener el compromiso del espectador y lograr la transformación social. Sin embargo, pese a que consiguió trasladar la energía del momento revolucionario a sus películas, decidió apartarse de la industria cuando percibió que sus estrategias estaban siendo absorbidas por esta”, reflexiona Chema González, jefe de actividades culturales y audiovisuales del Museo Reina Sofía.

El ciclo, titulado Imágenes en guerra, brindará la oportunidad de ver por primera vez en España The Journey, donde activistas de varios países reflexionan sobre las armas nucleares y la paz mundial durante, atención, ¡870 minutos! Un abrumador metraje de récord, aunque las seis horas de La Commune, su último filme, sobre la revuelta parisina de 1871 y la necesidad de una utopía colectiva, tampoco se quedan cortas. 

“Durante sus años en la BBC, se da cuenta de que se persigue una falsa estética objetiva del documental, por lo que decide recurrir a la ficción y a la dramatización para transmitir una verdad que el proceso estereotipado no alcanza. Así, lucha contra la monoforma, pues considera que produce un espectador adocenado y una sensación de falsa democracia, mientras que él apuesta por la educación de un sujeto activo”, opina Chema González.

El comisario de la retrospectiva, junto a Natalia Marín y Carlos Reviriego, boceta a un cineasta sin par, “un resistente y gran héroe del cine” convencido de las posibilidades transformadoras del documental, “un marginal y un rebelde” que pretende con su radicalidad visual generar un pensamiento político y revolucionario. Rehúye, pues, de los cánones en busca de una libertad creativa que para él es democrática y liberadora.

“Peter Watkins es el último ilustrado, porque piensa que, a través de su arte, el cine va a cambiar el mundo”, añade Chema González, quien subraya la carga alegórica de sus futuros paralelos y distópicos, que no dejan de ser unas “fábulas sobre el totalitarismo” ancladas en el presente, tanto el del momento en el que fueron rodadas como el actual, un tiempo en el que el huidizo director figura en la categoría de mito.

También valora sus trabajos sobre el pintor Edvard Munch y el dramaturgo August Strindberg, que describe como “autorretratos”, pues encarnan al artista que se aparta de la sociedad y evidencia sus convencionalismos. Al abordar la biografía de esas “figuras solitarias, marginales y revolucionarias”, el cineasta se mira en el espejo, al tiempo que se aleja del mundo del cine para convertirse en “una figura excéntrica, misántropa y de culto”. 

En su filmografia, Peter Watkins se vale de la ficción, el teatro y el periodismo para tratar de acercarse a la verdad, que no encuentra en la pretendida objetividad y transparencia del documental clásico, para él un estereotipo. “Nos enseña a entender la vivencia y nos presenta el hecho histórico de una manera novedosa e inédita, poniendo siempre el dedo en la llaga”, afirma el jefe de actividades culturales y audiovisuales del Reina Sofía.

“El potencial espectral de trabajar con sombras del pasado tiene un eco en el presente, algo que él hace de manera magistral”, asegura el comisario. Así, tras el crudelísimo juego gubernamental de Punishment Park planea la sombra de Richard Nixon, aunque luego la industria reciclase la idea en numerosos largometrajes y series protagonizados por presas humanas que huyen de sus cazadores.

Ahí reside, en opinión de Chema González, su enorme riqueza: el uso de la cámara como instrumento de denuncia y de transformación, pese a que él no se considere precisamente un cineasta. “Pretende que su trabajo se perciba como información, pues sus filmes, de alguna manera, están más cerca del periodismo que del cine. Incluso está en contra de cómo se exhiben las películas, pues cree que debe haber un debate posterior a la proyección”.

“O sea, está en contra de recibir sin reflexionar, de ahí que se retirara de ese espacio. De repente, uno de los grandes directores vivos rechaza formar parte del sistema, porque estima que los circuitos cinematográficos también son industria. Y él no quiere convertirse en una convención: ni cineasta político, ni alternativo”. Demasiado tarde para que Peter Watkins, a sus 87 años, acuda a Madrid para desgranar su peculiar obra, aunque ha delegado en su hijo Patrick, quien colaboró en sus últimas cintas.

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