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Precio de entrada a los conciertos Elige entre U2 y Muse: los conciertos ahora son un lujo

La transformación de la industria digital dispara el precio de los conciertos, que ahora proponen experiencias ajenas a la propia actuación de la banda. Los grupos nacionales, que siempre han luchado contra viento y marea por sobrevivir, siguen atrapados en la vorágine que genera el espectáculo y la demanda. 

u2. EFE/Toni Albir

En 1987, U2 pasaba por Madrid en su gira de presentación del disco The Joshua Tree y el escenario elegido fue el Santiago Bernabéu. Con dos teloneros previos, una entrada para ver el show desde el césped costaba 1500 pesetas (9 euros) en un año en el que el salario mínimo estaba fijado en 42.150 pesetas (253 euros). 

En 2017, conmemorando las tres décadas del disco –considerado el vigésimo séptimo mejor álbum de la historia por la revista Rolling Stone–, la banda irlandesa tocó en el Estadio Olímpico de Barcelona con el precio de pista estipulado en 79 euros. El boleto más caro llegaba hasta los 430 euros. El salario mínimo en España aquel año se encontraba en 707 euros. La entrada media supondría un 11,2% del salario de 2017 frente al 3,57% treinta años atrás. 

Más allá del obvio aumento nivel de vida, hay muchos factores que desvelan un cambio en el modelo de negocio de los conciertos. Y estancados en el tiempo, rebuscando entre los grupos de rango intermedio, encontramos la misma precariedad de siempre con poca variación de precios. 

Entrada a un concierto de U2 en 1987.

Entrada a un concierto de U2 en 1987.

La disparidad dependiendo del tipo de experiencia (ver antes al músico, acudir a una fiesta privada previa o posterior a la actuación, llevarte un obsequio...) forma parte de una nueva manera de consumir experiencias. "Es una cosa que empezó a funcionar hace unos diez años, pero que se ha puesto de moda desde hace cuatro o cinco", cuenta Robert Grima, presidente y Head Promoter de Live Nation en España. Por ejemplo, en el próximo concierto de Metallica en Madrid hay una entrada que tiene incluidas vivencias como conocer a la banda en el backstage, tener una fotografía sólo con ellos o llevarte el setlist del concierto firmado por Lars Ulrich, James Hetfield y compañía. "Hay artistas que odian hacer esa diferenciación, como Foo Fighters y ACDC. Son old school en el buen sentido: el que llegue primero lo ve más cerca. Con los artistas pop es diferente y se han ido generando este tipo de entradas. Además, son ingresos que a veces siquiera pasa por el promotor, es directo para los artistas", dice Grima. 

Toni Mejías, rapero de Los Chikos del Maíz y Riot Propaganda, se muestra muy crítico con este tipo de iniciativas: "Las zona VIP me parecen un despropósito, igual que las distintas entradas que incluyen ir a la prueba de sonido o una foto con el artista. Es un concierto de música y se debe pagar por el show que vas a ver, no por tonterías externas. En mi caso, si yo ese día estoy bien mentalmente y con fuerzas (y tampoco es un concierto de muchísima gente) salgo al público tras el concierto y charlo, me hago las fotos que hagan falta y me tomo un par de birras. Cobrar por eso que se ha hecho toda la vida es querer ganar más aprovechando que ahora con las redes sociales hay mayor demanda de subir fotos con los artistas. Igual que poner zonas VIP con botellas de cava o cosas así. Somos músicos y te cobro por el show que he preparado. Que cada cual haga lo que vea oportuno, pero si yo hago eso tengo que emigrar a Siberia", ironiza el músico, siempre bajo la lupa por ser declaradamente de izquierdas. 

¿Compensando el precio del disco?

Grima encuentra algunas explicaciones logísticas para justificar la subida de precios, al margen de las experiencias VIP: "Los costes de producción en general se han incrementado muchísimo en los últimos 20 años. Se ha profesionalizado mucho más todo. Antes se hacían cosas 'a las bravas', pero ahora todo es mucho más profesional. Seguridad, permisos, alquileres, etcétera", reflexiona el promotor. Carlos Mariño, director de la oficina de management Spanish Bombs –empresa que lleva a Lori Meyers, Fangoria, Kiko Veneno y que representó durante muchos años a Dover–, añade un pequeño detalle: "El cambio de la peseta al euro ha disparado todo, pero algo que también es clave es que el artista internacional viene con una serie de intermediarios. También están las ticketeras, que cobran gastos de gestión muy elevados. Hemos pasado de la entrada que se compraba en la tienda de discos al invento de las ticketeras, un gran negocio", asegura. Ticketea, uno de los principales portales de venta de entradas en España, ahora propiedad de Eventbrite, ha declinado participar en este reportaje. 

"El promotor de se  aprovecha de que las entradas se van a agotar y las pone a 150 o 200 euros"

Este aumento de tarifas ha coincidido con la transformación de la industria musical, que ha visto cómo se han dejado de vender discos para exhibir todo el contenido gratuitamente en plataformas de streaming legales –sin contar el peaje de la piratería–. ¿Con el precio actual de la entrada te cobran el disco que ya no se compra?

"Es cierto que antes el motor económico de los artistas era tener un contrato discográfico. Con la crisis que hubo con la transición digital cambió el paradigma por la bajada de venta de discos, lo que provocó que los artistas tengan que generar más ingresos con sus directos. Antes el disco era la presentación a las giras, pero ahora las giras son la base de la económica de los artistas", asegura Robert Grima. 

En cambio, Mariño tiene una mirada diferente de la situación: "Salvo excepciones, los grupos nacionales nunca han ganado mucho con la venta de discos, así que simplemente intentamos poner un precio justo y equilibrado para generar ingresos suficientes. Los grupos nacionales siguen muy mal; cobramos poco. La entrada media es de 15 euros. 20 euros en la Riviera y 30 en el Palacio de los Deportes. No ha habido un gran aumento, para nada. Incluso hay entradas a diez euros para muchos conciertos. Con las grandes bandas internacionales entran en juego grandes empresas que saben que se van a agotar todas las entradas. El promotor de turno dice 'voy a aprovecharlo' y pone las entradas carísimas, y se venden igual", arguye. El último ejemplo es el de Muse, la banda británica popular tras su disco Black Holes and Revelations. Las entradas para el Wanda Metropolitano del próximo 26 de julio oscilaban entre 67 y 95 euros, sin contar los paquetes VIP, que alcanzaban los 450. 

El rockero madrileño Rosendo, durante el concierto con el que se despide de Madrid después de 45 años de rock | EFE

El panorama nacional sigue sobreviviendo

"A veces los artistas quieren que pongas las entradas a precio alto porque les da caché"

De alguna u otra manera, todas las voces consultadas confluyen en un punto: el precio de un concierto depende en última instancia del artista. Si el precio es inasumible, hay un principal responsable: el que se sube al escenario.

"Cada vez hay más artistas que antes pedían precio y ahora te lo dan, ya sea porque tienen un histórico, referencias de otras ciudades... Cuando a veces los fans preguntan por qué no viene un artista u otro a España, en ocasiones es porque ha elegido 20 fechas para su gira y ha visto que en España no sacaba rentabilidad", concluye Robert Grima. "Nosotros lo consultamos con los artistas. Incluso a veces quieren que pongas las entradas a precio alto porque les da caché", concluye Mariño, presidente de Spanish Bombs. 

La cantante y compositora Marta Tchai observa pocas variaciones en los precios de sus conciertos: "En conciertos grandes he notado que el precio ha aumentado un montón, pero en conciertos pequeños no. Mi primer disco lo presenté en la Sala Sol en 2010 y fueron diez euros, y esta semana he vuelto a tocar por el mismo precio. Depende mucho de la sala, pero en mi caso y en artistas en mi misma situación, las entradas oscilan entre 12 y 15 euros".

Aun así, Tchai desvela el truco tras los tickets. Al alquilar la sala para tocar, el artista paga antes de saber cómo va a funcionar su concierto. El propietario ya se ha asegurado el beneficio y el artista tiene que pelear entre recuperar lo invertido y sacar beneficios: hay poco margen de maniobra: "Esto ha cambiado mucho. Antes las salas no cobraban alquiler y se quedaban una parte. Ahora arriesgan menos", dice la cantante. 

Toni Mejías aboga por recordar que la cultura tiene que tener un precio: "Una sala implica un gasto. A partir de ahí, tienes que valorar qué precio poner para que te salga rentable. También el mercado musical o el estilo de música que haces marca un precio u otro. Los grupos de un estilo o tirada similar suelen tener un rango muy parejo. Puede moverse dos o tres euros arriba o abajo, pero no más. También tienes que pensar la situación económica que tiene cada ciudad, etcétera. Nosotros siempre hemos intentado equilibrar el que nos salga rentable pero no disparar mucho el precio. Entiendo que si no tienes trabajo te puede suponer mucho doce euros, pero detrás de una banda no solo están los que suben al escenario, hay mucha gente trabajando, y más barato sería insostenible", comenta. 

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