Si hay una ciudad en el mundo en la que un edificio histórico está condenado a convertirse en escombros, esa es Moscú. La especulación más salvaje y la corrupción han acabado con 400 edificios de gran valor arquitectónico desde 1992. Con ese panorama, la supervivencia de la Casa Melnikov es un hecho inexplicable.
El carácter indomable de su autor se transmitió al edificio. Konstantin Melnikov era uno de los arquitectos más pujantes y originales de la Rusia posterior al triunfo de la revolución. Suyo fue el pabellón ruso de la Exposición Internacional de París de 1925, dos edificios unidos y separados por una serie de tejados de diferentes formas. Originalidad y sencillez. A diferencia de otros pabellones, diez personas lo construyeron en menos de un mes.
Melnikov recibió varios encargos para construir clubes de trabajadores y quizá eso le fue de utilidad para conseguir un permiso poco habitual en la URSS: el derecho a construir su propia casa en una zona céntrica de Moscú. Las autoridades pensaron que podía servir de prototipo de vivienda para trabajadores y le entregaron 790 metros cuadrados.
Si Melnikov hubiera sabido hacia dónde se orientarían los gustos arquitectónicos de la URSS, habría apostado por un diseño funcional. Pero era un individualista acérrimo y la casa terminó siendo su última obra. A cambio de eso, el diseño está hoy considerado como uno de los ejemplos más brillantes de la arquitectura modernista.
Concluida en 1929, Melnikov utilizó sólo madera y ladrillos en una vivienda de tres plantas elaborada a partir de dos cilindros abrazados y un exterior intrigante, con cerca de 60 ventanas hexagonales de tres diseños diferentes. Las ventanas inundaban de luz el estudio situado en la planta superior.
Melinkov fue condenado al ostracismo
No es extraño que las autoridades soviéticas quedaran alarmadas ante tal muestra de individualismo. Los bloques de viviendas impersonales y grises serían su respuesta estética. Melinkov fue condenado al ostracismo. Por alguna razón, le dejaron conservar la casa. Pasó el resto de su vida pintando retratos y dando clases, aunque a mediados de los sesenta obtuvo el reconocimiento que se le había negado.
A su muerte en 1974, su hijo Viktor asumió la responsabilidad de conservar el legado. Tuvo que pelear con su hermana por la propiedad en 1988 y con una decisión judicial que obligaba a dividir la vivienda entre los dos.
Con la caída del comunismo, el edificio estaba condenado. Situado en una buena zona de la capital, era un bocado delicioso para que los promotores emplearan el terreno en una gran edificación.
Viktor Melnikov resistió la tentación, y eso le supuso vivir en mitad de una increíble pobreza. Se alimentaba de té y de unas pocas verduras, contó a The New York Times Clementine Cecil, de la Sociedad de Prevención de la Arquitectura de Moscú: "Las cucarachas subían por las paredes de la cocina y por los cuadros".
"Las cucarachas subían por las paredes de la cocina y por los cuadros"
Viktor murió en 2006 y fue entonces cuando se inició el segundo pleito por la casa, esta vez entre las dos hijas. El mismo día del fallecimiento, Elena se presentó con dos abogados y tres guardaespaldas. En la nueva Rusia, los segundos son casi tan importantes como los primeros.
Ekaterina se convirtió en la guardiana de la casa resistiéndose al intento de su hermana de quedarse con su parte del edificio con base en un documento firmado cuando su padre ya estaba ciego.
En la nueva batalla judicial, y para hacerla aún más complicada, apareció el tercer hombre, Sergei Gordeyev, empresario y senador, el típico personaje de la nueva élite rusa con intenciones tan buenas como relaciones inconfesables con especuladores y personajes siniestros.
Gordeyev, que tenía una parte de la casa comprada a un sobrino de Viktor, decía estar de acuerdo con preservar la casa y convertirla en un museo. El hecho de que tuviera que ser privado despertó la alarma de Ekaterina. "Tras la muerte de mi padre, Gordeyev vino a verme para saber cuál era mi precio explicó Ekaterina. Cuando vio que no estaba en venta, se fue muy malhumorado".
La casa sufre graves daños pero parece que se salvará
El empresario montó un comité de expertos internacionales para dejar claras sus intenciones no especulativas. Para terminar de hacer aún más confusa la historia, la mitad de sus miembros terminó firmando un comunicado en abril de 2010 que decía que la casa estaba en peligro y que Gordeyev no iba a ser precisamente su salvador.
La historia tiene un final feliz. En mayo, el presidente ruso, Dmitri Medvedev, aprobó un decreto por el que la Casa Melnikov se convertirá en un museo público. Al final, el comité formado por Gordeyev habrá servido para algo. La casa sufre graves daños pero parece que se salvará. La obra de Melnikov se librará de la desaparición, un destino que la ha amenazado desde el primer día.
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