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El 'catenaccio' saca la cabeza

El Udinese impone la vieja ley italiana y arranca al final de la nada un triunfo ante un Atlético incapaz y vulgar

JOSÉ MIGUÉLEZ

Se llama fútbol italiano y parecía concluido. Pero no, sigue con aliento y la dosis necesaria de seguidores. Se llama esta vez Udinese, pero antes tuvo otros nombres que también encontraron comprensión y premio de los planteamientos mezquinos. También este jueves ante un Atlético que no se encuentra y se encoge, donde ya no hay rastro de la buena pinta que le colgó su trabajada campaña de imagen. Que ya no le marca un gol a nadie. El Udinese pasó por encima en el marcador sin hacer nada, a su manera. Con 80 minutos de cerrojo y conformismo y toda la fe del mundo a balón parado. Con un gol de churro en un libre indirecto a dos minutos del final, convertido a la contra siguiente en un 2-0. El Udinese hizo más, no quiso, juega a eso y le sale. Lo del Atlético es más grave: no supo hacer nada más.

Ahora que son tiempos de fiesta en el fútbol español, reconocible por una deliciosa manera de jugar que triunfa y se admira, no viene mal repasar la propuesta que venía (y viene) de Italia. Un fútbol rácano y aburrido, defensivismo puro, que en su día tuvo su coro de adeptos y hasta se vio reforzado con sabrosos resultados. Hoy manda el buen gusto y la creatividad, pero no conviene bajar la guardia. El peligro no ha desaparecido. Quedan rincones donde aún se celebra y se impone el catenaccio. Udine es uno de ellos. Tirado atrás sin ruborizarse, el equipo de la ciudad duerme en lo más alto del calcio, sacando petróleo de un solo gol en contra en seis partidos. Y en Europa también sonríe. Nadie castiga su antifútbol.

No, desde luego, el Atlético, que exhibe mejores intenciones pero se traba. Manzano airea que no tiene claro qué hacer con lo que tiene entre manos. Baraja alineaciones y dibujos sin criterio. Y no hay nada peor que el alboroto para un conjunto aún en formación . Le urge conocerse, establecer automatismos, apostar por algo. Pero no. Su entrenador duda y duda. Podría animarse a jugar con todo lo bueno que le han traído, pero no se atreve. Los rojiblancos no terminan de funcionar bajo ninguno de sus constantes cambios de traje. Cada plan le sabe a nuevo y poco aprendido.

Manznao buscó las bandas. Puso por la izquierda a Pizzi, que apuntó detalles, maneras por las que insistir en la confianza, y por la derecha a Juanfran, al que se ha empeñado en hacerle un hueco en el once, incluso con calzador. O de lateral o de extremo, pero que juegue. Y casi siempre mal, a su aire, tomando continuas decisiones equivocadas. Tampoco cumplió este jueves, aunque tiene más coartada que otros llamados a mucho más. Que Falçao, por ejemplo, que volvió a dejar otra actuación decepcionante.

El gol se le ha caído al colombiano (aún no ha logrado ninguno de visitante) y sin gol parece un futbolista del montón. No le ayuda el plan táctico, la soledad. Pero Manzano le ha perdido repentinamente la fe a Adrián, el hombre desmarque que podría darle vida. De Diego también se espera más y el brasileño enseña cada día su calidad. El Atlético debería configurarse para él, pero Manzano no sabe cómo conseguirlo.

Con todo, el Atlético no fue peor que el Udinese. Le ganó en voluntad atacante y posesión, en ocasiones, pero realmente nunca tuvo el mando. Estuvo lento y plano, sin ideas. Y terminó por contagiarse del conformismo. Cuando parecía dormido, satisfecho con el empate, el Udinese acabó con él a golpe de manual. Courtois evitó el primer susto, pero no pudo hacer nada en el segundo. Se llama fútbol italiano.

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